En 1983 trabajaba para un partido político nacional como director de registro de votantes hispanos. No solo hice talleres para latinos, sino que lo hice para grupos de gais, asiáticos, veteranos y cualquier persona que quisiera saber sobre la votación en este importante proceso democrático. Disfruté de conocer a una gran variedad de personas y me encantó animar a las personas a organizar y utilizar su poder
Un día recibí una invitación para hacer un taller para personas con capacidades diferentes en Arlington, Virginia. Organicé mi tiempo para poder llegar temprano, conocer a los patrocinadores y tener una idea del espacio y la audiencia.
Entré a un centro comunitario y pronto fui recibido por mi anfitrión. Cuando entramos en la sala, quedó claro que muchos de los participantes ya se estaban acomodando. Eran alrededor de 100, la mayoría en silla de ruedas, algunos con ayudantes o asistentes, algunos con tableros electrónicos que los ayudarían en la comunicación. Algunos entraron solos y algunos con sillas eléctricas muy elegantes, otros usaban sus musculosos brazos para empujar sus sillas manualmente hacia adelante.
Esta no era mi audiencia ordinaria … algunos tenían problemas nerviosos y musculares que les hacían mover la cabeza y las extremidades en diferentes direcciones. Algunos no podían mantener la cabeza erguida, pero todos parecían estar concentrados en mí y en el frente de la habitación.
Me estaba poniendo nervioso. No lograba imaginar cómo adaptar mi charla para ellos mientras me presentaban. Sin embargo, comencé mi generalmente aburrida presentación y pronto encontré mi ritmo y nuevas ideas llegaban mi cerebro.
Bien, les dije… creo que ustedes, como nosotros los mulatos, han sido olvidados por los partidos políticos y muchas veces, por los candidatos. Y deben votar, y votar en gran número, para que podamos hacer exigencias a los elegidos. Entonces me pareció que finalmente estaba conectando, …y comencé a motivarlos: “estás en casa o en un centro de salud y con frecuencia tienes tiempo en tus manos; …quizás horas y tienes formas de comunicación, no sólo con otros en sillas o camas, sino incluso para llegar a cualquier persona que quisieras. ¡Debes aprovechar este tiempo!”
Mientras seguía con mi charla, había un joven que tenía un asistente de enfermería, un tablero de comunicaciones y tenía poco o ningún control sobre su cabeza y brazos; de vez en cuando soltaba un grito gorgoteante muy fuerte, un “aaarrrrgh”, y sus brazos se agitaban como si tuviera alas y quisiera volar, con la cabeza moviéndose hacia arriba y hacia abajo. No estaba acostumbrado a este tipo de interrupciones, por lo que me descontroló un poco y casi me hizo perder el hilo. Finalmente pude terminar mi charla y me tomé el tiempo para responder cualquier pregunta.
Luego fui a la silla del joven que me había interrumpido tantas veces y me presenté a su ayudante. Me arrodillé junto al joven en la silla para que estuviéramos cara a cara y me disculpé si lo había ofendido. No, no, no, me dijo su asistente. Le encantó tu discurso, y cada vez que decías algo que le resonaba dentro, el gritaba para expresarte su apoyo. El joven soltó un cálido sonido como de risa desde lo profundo de su garganta, en afirmación, mientras inclinaba la cabeza. Su ayudante sonreía, y pronto, yo también. Agradecí al joven por su apoyo y le apreté cálidamente el hombro.
Aprendí mucho esa noche y desearía haber aprendido esto antes en mi vida.