diplomacia

Los acontecimientos recientes en el plano nacional e internacional tienen a muchos interrogándose sobre el sentido de la diplomacia, cuando no se ejerce en su concepción original, como el arte de dialogar, discutir, negociar, perder un poco, ganar un poco, y al final, obtener un acuerdo en el cual, seguramente todas las partes tienen que sacrificar algo en aras de obtener un arreglo aceptable para todos.

Por el contrario, causa preocupación cuando se ignoran esas normas y se ejerce una “diplomacia de X-Twitter” o de redes sociales, como es tan común hoy en día; en la cual, algunos líderes anuncian en un post sus decisiones, en especial, cuando estas apuntan a ser punitivas hacia alguno de los actores implicados, y todos deben correr a buscar como prevenir el castigo anunciado sin posibilidad de una mediación dialogada.

Poco después de terminar la Primera Guerra Mundial, el presidente Woodrow Wilson propuso la creación de la Sociedad de las Naciones, que se creó oficialmente en 1919, con el fin de prevenir conflictos tan destructivos como el que acababa de terminar. La Sociedad no tuvo la fuerza suficiente y tan solo 20 años después se desató una guerra aún más devastadora y sangrienta que la anterior, que dejó cerca de 70 millones de muertos y a la mayor parte de Europa reducida a escombros.

Por eso, en 1944 se reunieron en Washington las grandes potencias para elaborar el acta de creación y redactar los estatutos de la Organización de las Naciones Unidas. Como es de saber común, su objetivo principal era procurar la defensa de la paz, mediar en conflictos políticos o geográficos, así como trabajar por la defensa de los derechos civiles y los derechos humanos.

El trabajo de la ONU y la diplomacia internacional que ha dado origen a muchas organizaciones internacionales, como la OTAN, ha sido muy cuestionado, pero ante el nuevo “desorden mundial” parece aún más crucial retomar esa habilidad, para detener nuevos conflictos tomando experiencia de lo recorrido desde su creación, y poder poner fin a otros que pocos veían venir.

La diplomacia y el liderazgo con autoridad sin autoritarismo, logró detener conflictos y muchas guerras.

Igual sucede en el campo de la diplomacia económica; cuando los gobiernos designan equipos de especialistas, abogados, economistas y expertos en comercio internacional con el fin de negociar tratados de libre comercio o protocolos tarifarios y aduaneros. Todas las naciones esperan que los firmantes se comprometan a respetar esos compromisos, que es lo que les permite luego a las empresas y capitales construir plantas industriales y generar empleos sin el miedo a que un cambio de políticas o de gobierno pueda borrar de una pincelada lo que se había construido con negociaciones a menudo lentas, exigentes y dispendiosas.

Y cuando los tratados que se firmaron quieren ser violados por los mismos firmantes, esto genera una perdida no solo de confianza, sino de real liderazgo; ya que ante una trampa se buscara la salida.

Los cambios pueden resultar benéficos, cuando son justificados, planeados, bien ejecutados, pero principalmente cuando el propósito se enfoca en un bien común, que no ignora al otro, pues al final resulta que quien busca solo lo propio forja castillos en la arena.

Los derechos humanos no son concedidos por un gobierno. Son inherentes a cada hombre en virtud de su humanidad, decía la madre Teresa de Calcuta; lo mismo aplicaría para los derechos de las naciones más vulnerables frente a los derechos de las más poderosas.

Son muchos los Estados que buscan cortarle los tentáculos a las redes del tráfico humano, la trata de personas y el comercio ilegal de armas y de sustancias; además de prevenir las situaciones y condiciones que causan los grandes desplazamientos de población con los consecuentes flujos migratorios, con los sufrimientos, peligros y traumas que todo ello conlleva, pero para terminar con conflictos de manera duradera o permanente, se debe evitar fracturas, en especial de las relaciones con quienes han sido los amigos, con quienes se comparten valores históricos y éticos, para no terminar en una situación en donde los que antes eran los enemigos salgan aventajados y los que eran los socios solidarios, se terminen uniendo contra los interese del viejo amigo que les traicionó.

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