Juana Emilia Yero Torres “Nana” (Foto: cortesía)

El Día de las Madres se festeja en diferentes fechas, en México el 10 de mayo, en República Dominicana es el último día del mes de mayo. En Cuba siempre se ha festejado con mucho cariño, constancia y devoción. Recuerdo que cuando era niño y se acercaba esta fecha, comenzaba a guardar mis ahorros para comprarle un regalo a mi madre, a lo cual no quería fallar. Hacía de todo para que ella se sintiera a gusto y tuviera un bonito día.

Este festejo en Cuba se remonta al 6 de abril de 1920, cuando el doctor Eduardo Queral empezó a promoverlo en la localidad tunera de Puerto Padre. Un mes después, Francisco Montoto les hizo un homenaje a las madres cubanas en el Centro de Instrucción y Recreo de esa localidad habanera. A inicios de 1920, Queral presentó una moción para declarar el segundo domingo de mayo como el Día de la Madres.

El afecto de uno de sus hijos adoptivos.
Nana junto al mayor de sus nietos adoptivos.

Según la prensa de la época, el 22 de abril de 1921, ante la propuesta del periodista Victor Muñoz, se le dio el carácter oficial al festejo, al ser aprobada por el ayuntamiento de la Habana la celebración de esa fecha, y en 1928 se extendió a todo el país. Es decir, son ya más de diez décadas que los cubanos tienen de estar festejando cumplidamente a sus queridas madres.

Con el mismo espíritu de sacrificio, dedicación, lucha y ternura que caracteriza a las madres de esta tierra, quiero rendir homenaje a una mujer que, aunque no fue madre biológica, tuvo bajo su cuidado y protección un gran número de hijos. Se trata de Juana Emilia Yero Torres, conocida cariñosamente como “Nana”; nacida el 4 de febrero de 1920 en Camagüey, Cuba. Nana llegó muy jovencita como empleada doméstica en la casa de una familia rica de la época, del barrio Puerto Príncipe, en la ciudad de Camagüey, para atender a los primeros hijos de la dueña de casa, y poco a poco se fue convirtiendo en la nana permanente de la familia.

Juana Emilia se casó siendo ya muy mayor, de cincuenta y seis años, pero continuó atendiendo los quehaceres de la casa donde trabajaba y cuidando ya no de sus primeros «hijos», como ella los llamaba afectuosamente, sino de los primeros «nietos» que venían al mundo. Con su esposo duró veintiún años casada, y al enviudar decidió irse a vivir de manera definitiva con una de sus hijas “adoptivas”.

Nana junto a dos de sus «bisnietos».

Mujer impetuosa y de gran carácter, muchas veces sus hijas tenían que ponerle límites, ya que quería hacer cosas que a su avanzada edad ya no podía. Nana cobijó tres generaciones hasta convertirse en bisabuela. Yo tuve la dicha de conocerla. Me la recuerdo como una mujer jovial, trabajadora, luchadora, amante y protectora de todos los hijos, nietos y bisnietos adoptivos que la vida le regaló a cambio de no haber podido ella misma concebir, y fui testigo de lo orgullosa que se sentía por tener tan numerosa familia.

“Todos los hijos, nietos y bisnietos la adorábamos y la teníamos como una reina. Nunca le faltó nada, ni material ni espiritual. Nos defendía como una leona a sus cachorros, y una vez hasta se agarró un cintazo por ponerse en medio de una tunda que mi papá quería darle a uno de sus hijos”, comenta una de estas «hijas», que la cuidó hasta sus últimos días. Nana cerró serenamente sus ojos el pasado veintisiete de abril a la venerable edad de ciento un año. Que pueda celebrar en el cielo esa maternidad que tantos frutos dio aquí en la tierra. 

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