El presidente de El Salvador, Nayib Bukele, se ha autodefinido como “el dictador más ‘cool’ del mundo” ante los reproches globales por su administración de mano dura. (Foto: VOA/Archivo)

El presidente de El Salvador encarna la figura del político latinoamericano de mano dura, como lo hicieron hace décadas otros líderes regionales, como Fidel Castro o Marcos Pérez Jiménez. Los especialistas advierten que ningún modelo político puede ser “exportable”.

Maracaibo, Venezuela.— Eleri García, venezolano, está al tanto de los métodos del presidente de El Salvador, Nayib Bukele, contra la delincuencia, la corrupción y la defensa de su política exterior gracias a su teléfono celular. En él, ha visto sus discursos y los videos de los arrestos a miles de pandilleros. Dice admirarlo a 2.500 kilómetros de distancia.

“Yo me entero por las redes, me tiene asombrado”, confiesa, detenido frente a la catedral de Maracaibo, una de las ciudades más importantes de Venezuela.

Nayib Armando Bukele Ortez, un empresario de 41 años, con orígenes políticos vinculados al izquierdista Frente Farabundo Martí, ganó la presidencia de su país en 2019, tras haber ejercido como alcalde en Nuevo Cuscatlán y San Salvador entre 2012 y 2018.

Un error frecuente es tomar una figura emblemática y decir que ‘en Venezuela necesitamos un Bukele’”.

Ángel Lombardi, historiador venezolano.

Su condición de “milenial” o amante de las tecnologías y las nuevas comunicaciones, así como su particular forma de gobernar y contestar sin rodeos a quienes tacha de corruptos y a los críticos, como a su homólogo colombiano Gustavo Petro y organismos defensores de derechos humanos, le han ganado notoriedad más allá de las fronteras de El Salvador.

Tanto así que venezolanos como García, camino a sus diligencias matutinas en la Plaza Bolívar de Maracaibo, da fe de cómo un mandatario extranjero ha encarcelado a miles de delincuentes para abonar seguridad en El Salvador y ha hecho “respetar a su país”, dice.

“Quisiéramos tener un presidente así, que está luchando por su pueblo. Ha hecho valer su poder, su puesto como presidente”, afirma García a la Voz de América, segundos antes de reanudar su paso en la zona central de su ciudad, en el extremo occidental de Venezuela, una nación inmersa en una profunda crisis económica, política y social en la última década.

Bukele, aún entre reproches de líderes políticos, activistas y académicos de la región, goza de una popularidad formidable en su país. El más reciente estudio de la firma CID Gallup concluye que tuvo 92 % de opinión favorable entre los salvadoreños en enero pasado. Esas cifras lo catapultan como la personalidad política con mayor crédito en América Latina.

El dictador más ‘cool’

Una buena parte de su reputación nació de su enfrentamiento con otros poderes en El Salvador desde el primer trimestre de 2020, a solo meses de su inauguración. Bukele, acompañado de militares, irrumpió en el Congreso, se sentó en el sillón más importante de esa plenaria y trató de forzar que el poder legislativo aprobara fondos para sus reformas.

Se ha autodefinido como “el dictador más ‘cool’ del mundo” ante los reproches globales por su administración de mano dura, para muchos autoritaria, en cárceles, barrios, el Congreso y la Corte Suprema, para lograr sus objetivos de gestión, como minimizar la delincuencia.

Los videos propagandísticos del arresto y traslado de miles de pandilleros salvadoreños a una cárcel recientemente construida, la más grande del continente, según su despacho, circularon en redes sociales y coparon los titulares de la prensa extranjera en febrero.

Fue así como Gustavo Salazar, un ingeniero venezolano, se enteró hace muy poco de las detenciones orquestadas por Bukele. “Lo que sea represión contra el pueblo es criticable”, asegura, dando por cierto que en El Salvador “no les importan los derechos humanos”.

Salazar, admirador del expresidente Hugo Chávez, alude a las más de 7.000 denuncias de presuntas violaciones de derechos fundamentales durante el estado de excepción de Bukele. En Venezuela, ese tipo de reclamos son constantes desde el ascenso al poder del chavismo.

“Son ellos (los mejores) y punto, para justificar cualquier acción contra el pueblo. Hacen un boom propagandístico, donde ellos son los mejores y donde eso tiene que estar así” en el resto del mundo, especialmente en América Latina, critica, mientras saluda a amigos con que se topa en Maracaibo, la capital del estado con más electores de Venezuela, Zulia.

El gendarme necesario

Venezuela atraviesa una crisis integral desde hace 10 años. En lo político, la oposición rebate la presidencia denunciando que Nicolás Maduro usurpa el poder, mientras que las negociaciones con facilitación de Noruega apenas muestran avances en las vísperas de unas elecciones presidenciales clave, previstas para el próximo año.

El comportamiento negativo de la economía nacional ha condimentado ese conflicto: la inflación venezolana es de las más altas del mundo, la moneda nacional se ha depreciado hasta el punto de que predominan las divisas, como el dólar, y la caída del Producto Interno Bruto por 8 años consecutivos (2013-2021) fue la más extensa en América.

Por ello, el fenómeno Bukele debe comprenderse en su propio contexto, sin ánimos de venderlo como idea exportable para Venezuela, opina el historiador Ángel Lombardi.

Ve a Bukele como un político distinto en uno de los países más pequeños de toda América, sobrepoblado, donde “el problema de la violencia es más grave que la miseria”, describe.

El salvadoreño es un líder “inteligente, que entiende la situación y sabe que lo principal es la seguridad” en un territorio en el cual prevalece “el delito como economía”, dice Lombardi.

Tampoco puede tachársele de dictador dado que fue democráticamente elegido, añade. “Sí hay el peligro dictatorial, de que se le pase la mano (en sus formas de gobernar), pero no puedes actuar en el presente con el riesgo del futuro”, comentó Lombardi a la VOA.

Destaca que es “un error frecuente” tomar a una figura emblemática de la política latinoamericana para elevarla como un líder mesiánico e ideal para el resto de la región.

Recuerda que ocurrió tal cual hace 60 años con dirigentes de mano dura, como Fidel Castro, en Cuba, y el general Marcos Pérez Jiménez, en Venezuela.

“Este estereotipo de trasladar experiencias y personajes al presente o de otra región es un error en todo sentido, histórico, político. Nada es exportable (en política) como si fuera una mercancía”, apunta el analista, destacando luego cómo los venezolanos suelen anhelar la figura del “gendarme necesario” o “el hombre fuerte” en sus momentos de mayor crisis.

“En nuestra genética histórica está el golpe de Estado”, menciona Lombardi, mientras cita episodios tan antiguos como la ruptura con España, hace más de dos siglos, y los derrocamientos de presidentes venezolanos por parte de militares en 1945 y 1958.

“Cuando se busca el hombre fuerte, se busca en el fondo un pensamiento mágico, no racional, es la simplificación de las cosas. No hay hombre providencial”, sostiene, antes de advertir que está por verse si Bukele pueda resolver “lo económico y las desigualdades”.

La gran novedad

La idea de elegir a un mandatario como Bukele en Venezuela no le hace ruido a Jorge Valera, un sexagenario que camina presuroso en las periferias de la alcaldía de Maracaibo.

El presidente de El Salvador “lo está haciendo bien”, opina, por lo que deduce gracias a los videos de propaganda y los discursos que difunde en sus redes sociales. Valera tiene una condición irrenunciable para que un político de mano firme lidere a Venezuela, eso sí.

“Si es para algo bien en Venezuela, por ejemplo, acabar con la corrupción, la delincuencia, que se haga justicia, que en verdad vaya preso el que tenga que ir preso, está bien, pero eso sí, respetando los derechos humanos del pueblo, al que es inocente no hacerle nada”, dice.

Horas después de que Valera hiciera votos por “una democracia que funcione para todos” en Venezuela, la mañana del viernes 17 de marzo, el gobierno de Nicolás Maduro confirmó una trama de corrupción millonaria por negocios con la estatal PDVSA, que derivó en la renuncia de su ministro de Petróleo y la detención de funcionarios, jueces y políticos oficialistas.

“El dinero alcanza cuando nadie roba”, es una de las frases de Bukele que sus admiradores y él mismo han convertido en icónicas en Twitter, Instagram y chats de WhatsApp. En otra, llamó “cómplices” a los gobiernos que no combaten efectivamente la corrupción.

La frontalidad de quien no calza en el molde del político tradicional le ha ganado notoriedad en países de la región, como Venezuela, Perú, Colombia y Costa Rica.

En la región del Triángulo Norte, Bukele abonó su imagen de político altruista donando 34.000 vacunas contra el COVID-19 a Honduras y enviando a sus países vecinos 270 miembros de rescate tras el paso del ciclón Eta en sus primeros años de gestión.

Honduras parece haber importado su modus operandi al imponer un régimen de excepción como el de El Salvador para reducir la criminalidad, mientras precandidatos presidenciales y políticos de naciones como Guatemala y Colombia lo elogian como un modelo a seguir.

Pero hay ciudadanos que no se deslumbran por las políticas de Bukele. Es el caso de Jessika Landaeta, de 35 años, quien desconfía de la idea de dar mayores poderes a un gobierno o líder con signos autoritarios aun si se tratara de derrotar a delincuentes o corruptos.

“No estoy de acuerdo. Eso es un proceso que no se está llevando bien. Veo complicado (aplicar ese modelo de Bukele en Venezuela), en este caso el gobierno maneja la justicia a su manera, mete preso a quien quiere”, manifiesta rotundamente desde Caracas.

Bukele, aún en un mar de críticas, “es la gran novedad” de los últimos 30 años de la política latinoamericana en cuanto al “relacionamiento del poder legítimamente constituido con la cosa pública”, según el sociólogo, escritor y docente universitario Miguel Ángel Campos.

No es solamente un carcelero exitoso, sino que tiene una visión en conjunto de la sociedad”.

Miguel Ángel Campos, sociólogo venezolano.

Lo define como “un carcelero eficiente”, pero lo evalúa además como quien desgarra el estereotipo con que se evalúa la democracia en el mundo occidental, “desde el manual”, según las libertades, la educación, la calidad de los servicios o las elecciones eficientes.

“Tiene una visión en conjunto de la sociedad. Entiende lo que es el realismo político en un país pequeño, tomado por un fenómeno de delincuencia inédito. No es posible ubicarlo ideológicamente, porque está rompiendo con las tradiciones ideológicas”, dice a la VOA.

La “empatía” con un modelo eficiente hace que pueblos como el venezolano se cuestionen si pudieran contar con una gestión similar que resuelva su propia “tragedia”, explica.

Para Campos, el presidente Bukele es más que un fenómeno temporal o viral del siglo XXI en la región: “está remodelando la política latinoamericana y no nos hemos dado cuenta”.

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