Tener un lugar con tu nombre —aunque sea un rinconcito— en una feria del libro es una gran oportunidad para un escritor. La experiencia implica no solo la difusión de tu trabajo, sino también el estar en contacto con tus lectores —autografiar nuestros libros es algo que nos agrada a la mayoría de los escritores— y recibir sus comentarios y opiniones.
Años atrás, era un sueño difícil de cumplir, porque las ferias eran pocas y solo accesible para los más reconocidos. ¿Qué escritor no soñaba con estar en las ferias internacionales de Guadalajara, de Buenos Aires, de Frankfurt o de Berlín?
Hoy la mayoría de los escritores todavía deseamos ser parte de estos grandes eventos de la literatura. Sin embargo, las cosas han cambiado y otras puertas se abren, incluso para quienes autopublicamos.
Esto es gracias a que la mayoría de las grandes ciudades tienen sus propias ferias. Grandes y no tan grandes, porque mi ciudad natal, Paysandú (Uruguay), tiene alrededor de 80.000 habitantes y felizmente cuenta desde hace algunos años con su propia feria. Tuve el privilegio de estar representada a través de una mesa y la presentación de uno de mis cuentos infantiles, así como estar presente de forma virtual con un video leyendo otra de mis historias emplumadas. La emoción me embarga al recordar las fotografías y comentarios que recibí sobre mis libros, a pesar de estar a miles de kilómetros de mi terruño. Y cuando me sea posible participar en persona, allí estaré para disfrutar de estar en contacto con mis lectores, los grandes y los pequeños. Porque la retroalimentación es importante para quienes escribimos.
Las ferias son también una oportunidad para los lectores, pues se trata de entrar en contacto directo con la literatura y con escritores locales e internacionales. Para los amantes no solo de la lectura sino del libro como objeto, es, sin duda, una fiesta.
Asimismo, son eventos para estimular a la comunidad. Porque, felizmente, todavía no hemos perdido el gusto y la gratificación de juntarnos para charlar de literatura, de historias, de seres humanos y fantásticos. Para los latinos que vivimos en Estados Unidos, participar en una feria del libro es también retomar contacto con las raíces, con nuestra lengua, con nuestros relatos… con la eñe.
Aunque muchos escritores y amantes de la lectura anhelamos con vivir la experiencia de una gran feria del libro —yo sigo teniendo a Boloña en Italia, en mi lista de sueños por ser la más importante para la literatura infantil—, celebramos poder asistir a las otras, a las que se hacen a la vuelta de la esquina y nos dejan un dulce sabor de boca.
Por más ferias del libro, por más cultura, por más historias.
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