Buenos Aires, Argentina – De referir lo anecdótico, podríamos hablar de diferentes teorías sobre un virus al que bautizaron COVID-19 que apareció a fines del 2019 e hizo su presentación en el continente americano por marzo del 2020. Que la voracidad de un chino contra un murciélago indefenso, que un descuido malicioso de un laboratorio aventurero, que un invento de los grandes cerebros de la computación y un sinfín de posibles causas que aún no se han confirmado, tal vez sea lo que menos importe a estas alturas ante el número de muertes.
La historia también dirá que después de un año de incertidumbre y plegarias al cielo, irrumpió en la humanidad la primera de las vacunas contra ese mal invasivo y traicionero que desmembró al mundo, haciéndonos acordar de otros males que creíamos que nunca más se iban a repetir.
Esta aparición milagrosa de manos de unos cuantos laboratorios empezó a emparejar el partido y a poner las cosas en su lugar, o al menos intentarlo, algo que algunos países pudieron conseguir, mientras que otros están muy lejos de lograrlo.
Porque mientras muchos de los estados europeos ya han salido del confinamiento y empiezan a transitar en la primavera de la esperanza, en el renacimiento de la vida misma, hay repúblicas, sobre todo latinoamericanas, que se sumergen a diario en la incertidumbre propiamente dicha.
Uno de esos casos emblemáticos es Argentina, que ocupa un lastimoso tercer puesto entre los países del mundo con peor tratamiento en las medidas de prevención de la pandemia y el segundo (después de India) en la cantidad de muertos diarios. Y otro caso es Venezuela, que con un presidente que habla con los pájaros, que promociona gotas mágicas para contrarrestar al virus y comulga con la mentira, tiene abandonado a su pueblo que se codea con la miseria misma. Éstos, son nada más que dos ejemplos de los tantos que hay en nuestra Latinoamérica.
En ambos países hay escasez de vacunas. En uno, porque se privilegió a la casta de amigos del poder con centros de vacunación VIP que atendieron a quienes no les correspondía por esencialidad ni necesidad, dando lugar a unos cuantos acomodados por el solo hecho de pertenecer al partido gobernante y a cambio de levantar la mano cuando de votaciones a favor de sus intereses se trate. En el otro, ya dijimos: un tirano manejando la salud y la vida de millones de necesitados de un pláceme que los ayude en el aspecto más importante de todos.
Pero las dicotomías existen y llama la atención (o no) por qué mientras en los países que dimos el ejemplo y en tantos otros de la región se ruega por una vacuna, se llame como se llame, en los Estados Unidos merced a un trabajo serio y responsable de la administración Biden se ofrecen hasta en los supermercados. Cualquiera que tenga ganas de ir a uno de los tantos centros habilitados, podrá inocularse sin necesidad de justificar nada. Incluso, hasta los extranjeros que quieran costearse su viaje hasta cualquiera de los estados podrá remangar su camisa y llevarse el preciado tesoro de la humanidad.
Sin embargo, y aunque la mesa esté servida esperando a los comensales, gran parte de la ciudadanía estadounidense le escapa al antígeno. Los motivos llegan a ser desde religiosos, pasando por quienes aguardan hasta el último momento esperando una luz de convencimiento y los que directamente lo hacen por capricho.
Los números no mienten acerca del descenso en la cantidad de contagios del COVID-19 y eso, nadie duda, ha sido por la aplicación de la vacuna y por el buen trabajo hecho por las autoridades en cuanto a la prevención y manejo de la pandemia.
Nadie está obligado a nada, pero Highlander, recordemos, era nada más que una ficción.