Barrios de Argentina, (Foto: Carlos Madama).

Buenos Aires, Argentina– Dos preguntas brotan de la nada en Argentina y en el mundo. ¿Hace cuánto que murió Maradona? Y la otra que deja aún más dudas ¿Murió Maradona?

Los historiadores y coleccionistas de estadísticas llevan la cuenta de la falta del astro del fútbol mundial por las calles en cualquier parte del planeta. Los demás nos hacemos la segunda pregunta. También en parte están los grandes fabuladores que sostienen que su figura se presenta en ejemplos inverosímiles y difíciles de creer. Dicen, por ejemplo, que hay gente que dice tener los ojos verdes como el césped del área chica que pisó el Diego en aquel maravilloso gol contra los ingleses. Otros, a decir de los fabuladores, sostienen que aquel fatídico día, los árboles decidieron no esperar el otoño y desparramaron sus hojas como lágrimas al viento. Y también están los que dicen algo más verosímil, que fue el mejor jugador de fútbol del mundo.

La vida, todos sabemos, nos tiene parados en el medio de una calle que nos lleva al lugar que decidamos. A Diego, lo llevó aún más allá. Lo convirtió en mago, en equilibrista, en conquistador de terrenos inexplorados. Lo hizo superhéroe, barrilete cósmico, lo hizo estrella, lo hizo un dios.

Y el tiempo, que es insensible y eterno, se empecina en representarlo en figuras y sueños infinitos que desbordan la capacidad de asombro, incluso en aquellos que estaban en la vereda de enfrente, precisamente como a Dios.

El milagro de Maradona, hizo o hace que las paredes de muchos de los terrenos baldíos estén pintadas con su cara y con sus frases, que los diarios y los medios de comunicación de cualquier parte hablen de él más que de presidentes; que las puertas del mundo se abran para los argentinos al decir su nombre, el abracadabra o la palabra mágica que evitaba atajos molestos e iba directo al arco, como sus goles y como sus sueños.

Una vez, estando en Nápoles, le pedí a un taxista que me llevara a recorrer los lugares emblemáticos identificados con el Diego. “¿Argentino? ¡Maradona! é il nostro principe” me dijo y lo llenó de elogios y desparramó anécdotas de todo tipo y me llevó a recorrer el estadio San Paolo y la casa donde vivía y sus restaurantes preferidos y las tiendas colmadas de muñecos y souvenirs con su cara, su cuerpo, su magia. Tras una hora aproximada de traslado volvió a dejarme en el hotel- ¿Quanto costa il viaggio? dije en mi mal italiano mientras buscaba la plata en mi bolsillo. “Niente, offro io” (nada, va por mi cuenta) me dijo, para bajarse del auto, abrirme la puerta y darme un abrazo. “Grazie per Maradona” alcanzó a decir antes de romper en llanto.

El periplo siguió por otros países y en todo el reconocimiento fue igual y el “Ábrete Sésamo” funcionó en todos. Demasiada fortuna hemos tenido los argentinos de haber nacido en la misma tierra que él, inmenso halago que crece cada día, con cada mención de su nombre, de sus pases en cortada y de sus goles inolvidables.

¿Detractores? Si, claro…cientos, miles, pero pregunto ¿Acaso Dios no los tuvo?

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