El confinamiento ha producido en los alumnos consecuencias psicológicas, que van desde «la aparición de una mayor agresividad e irritabilidad, un incremento de rabietas, hasta un retroceso en el control de esfínteres en los más pequeños», según han señalado algunos psicólogos clínicos y educativos, cuyos estudios aparecen citados en Educaweb.com.
Albert Einstein solía decir «aprender es experimentar y todo el resto es información».Así explicaba el genio la importancia de las emociones en el proceso de enseñanza-aprendizaje.
Desde antes de la pandemia, la educación ha estado experimentando un proceso de gran innovación durante el cual han aparecido nuevas metodologías. Estas metodologías miran al estudiante no como un simple receptor de la información, sino como un agente activo de su propio aprendizaje.
De esta forma, dichos modelos incorporan a la agenda diaria elementos tales como la diversidad de intereses, motivaciones y capacidades. ¿Cómo luce esto? Partiendo de los intereses del alumnado, se crea un clima para trabajar en colaboración, desde el cual se resuelven los problemas mediante el diálogo y el acto intencional de escuchar, lo cual parecería ser obvio y hasta sencillo.
No obstante, la práctica es casi ajena a la educación escolar por varias razones. En primer lugar, en muchas escuelas faltan guías para enseñar competencia emocional. Luego, el estilo académico imperante tiende a hacer del maestro (y no del niño) la figura central en las aulas; sobre todo en la etapa infantil, donde el énfasis se concentra en aprender a leer y escribir.
Después, en primaria y secundaria, el profesor va de prisa para cumplir a tiempo con todos los contenidos del currículum. Esto no permite que haya un espacio designado para lidiar con las emociones, las cuales se quedan relegadas, si acaso a momentos de tutoría. Desde luego, no todos los planteles ofrecen a cada niño una hora semanal de tutoría. Por ende, la educación emocional se queda en el olvido.
Llegados a este punto, cabe preguntarse: ¿no se aborda la educación emocional únicamente por falta de tiempo o por falta de formación de los docentes?
«El profesorado necesita formarse en materia de educación emocional para poder disponer de los conocimientos y los recursos necesarios para abordar las emociones que surgen en el aula. De no estarlo, le será casi imposible conseguir que el alumnado sea emocionalmente competente, tanto en lo relativo a su formación como a su vida familiar», explica Laura Carpintero López, orientadora educativa.
¿Cómo se puede impartir educación emocional de calidad si los docentes no se han educado con anterioridad en esa área?
Rafael Bisquerra plantea que la competencia emocional es esencial en los docentes para gestionar de manera adecuada el estrés y la ansiedad que a menudo genera su profesión. «Los maestros tenemos la obligación de abordar la educación de manera más equilibrada, lo cual implica integrar las emociones a la parte intelectual y de conducta», agrega Carpintero López.
Para concluir, durante el confinamiento ha habido una toma de conciencia sobre las enormes repercusiones de las emociones en el proceso de enseñanza-aprendizaje. A su vez, la neurociencia postula que de esta competencia depende también el éxito personal y social de nuestros niños.
Por eso, ahora más que nunca, hay que garantizar su desarrollo integral. De ahí que lanzamos un reto para que deje de ponerse la atención exclusivamente en los contenidos curriculares y en los resultados académicos y, a cambio, se ponga también la mirada en el proceso de enseñanza-aprendizaje y en la cantidad de emociones que de allí se generan.