Llevando a cabo un experimento, un grupo de científicos metió a cinco monos en una jaula, en el centro de la cual se encontraba una escalera con un racimo de bananos en la parte superior. Cada vez que uno de los monos comenzaba a subir la escalera para alcanzar los bananos, los científicos vertían agua fría sobre los animales que quedaban abajo. Después de un tiempo, los monos de abajo adoptaron un nuevo comportamiento: cada vez que uno intentaba subir la escalera, los demás lo restringían físicamente o evitaban que lo hiciera, por algún otro medio violento. En cierto momento, los monos renunciaron a sus esfuerzos para subir la escalera, a pesar de la tentación de los bananos en la parte superior.
Los científicos luego reemplazaron a uno de los monos de la jaula; y lo primero que trató de hacer el nuevo mono fue subir la escalera, un intento frustrado de manera rápida, decidida y violenta por los demás. Después de varios esfuerzos dolorosos, el nuevo mono dejó de intentarlo también.
Luego, los científicos trajeron a otro mono de reemplazo, que también se dirigió inmediatamente hacia la escalera. Esta vez, el mono sustituto inicial se unió con entusiasmo a la violencia. Se repitió el mismo ritual con los reemplazos tercero, cuarto y quinto, hasta que ninguno de los animales en la jaula pertenecía al grupo original. Los científicos se quedaron con cinco monos que, a pesar de nunca haber experimentado el tratamiento con agua fría, continuaron atacando a cualquiera que intentara alcanzar los bananos.
Decía Marcel Proust que los hábitos son nuestra segunda naturaleza, que nos impide conocer a la primera naturaleza. Nuestras experiencias, sobre todo las negativas, además de los patrones influenciados por la cultura, la educación y la religión, pueden desarrollar un yo condicionado, que nos hace vivir de manera limitada. Nos limitamos en pensar en lo que es posible, en lo que podemos lograr, en lo que se puede hacer. Terminamos negándonos la posibilidad de desarrollar plenamente nuestro potencial.
Es como si tuviéramos en nuestro interior un termostato que limita el nivel de satisfacción, logro y plenitud al cual podemos acceder. Está en la base de muchos mecanismos de autosaboteo y en el centro de muchos problemas sociales que nos rodean; además que de un termostato individual hay también uno que es social. Decía Aristóteles que somos lo que hacemos repetidamente.
Por eso, volvernos conscientes de cuál es el termostato en nuestro interior es la premisa para poder obtener cambios en nuestra vida y acceder a nuevos niveles de felicidad, éxito y plenitud.
Como dijo el poeta estadunidense Tuli Kupferberg, “cuando se rompen patrones, emergen nuevos mundos”. De esta manera podemos vivir expresando nuestro yo auténtico y redescubrir nuestra primera naturaleza.