El corazón en mil pedazos por un amor que se apagó. La ambición de un proyecto que fracasa. Una aspiración que se desvanece. El viaje del héroe está marcado por obstáculos que vuelven más sufrido, difícil, el camino de la vida, el logro de la plenitud. En esas situaciones podemos preguntarnos, ¿qué sentido tiene nuestra vida? ¿Por qué seguir viviendo?
Dice mi amigo y mentor Stephen Gilligan que durante la primera parte de la vida nos preocupamos por cumplir con las expectativas de los demás. Son las expectativas que nos ponen nuestros papás, la sociedad, la religión. Nos entregan un guión y dedicamos nuestra energía, esfuerzos, talento para interpretarlo a la perfección. Buscamos la aprobación de los demás, sobre todo de las personas que son importantes para nuestra vida. En un dado momento, algo empieza a cambiar en nuestro interior. Empezamos a sentir una cierta insatisfacción. No sentimos plenitud. No somos felices.
Lo que antes nos parecía extraordinario, fascinante, interesante, empieza a aburrirnos. Se acumulan las desilusiones. Nos preguntamos, a veces con angustia, ¿esto es todo lo que hay en la vida?
Escribe el autor Joseph Campbell: “El horizonte familiar se ha superado; los viejos conceptos, ideales y patrones emocionales ya no encajan; se acerca el momento de traspasar un umbral”.
Es decir, entramos en una crisis existencial. La etimología de la palabra crisis se encuentra en el verbo griego “krinein”, que significa separar, cortar. La crisis existencial entonces es como un divorcio de todo lo que hasta el momento nos ha orientado: valores, objetivos, personas. Cómo cada separación, cómo cada corte que experimentamos y cada crisis, implican también dolor y sufrimiento.
Pero, en realidad, una crisis existencial es la oportunidad de empezar, lo que mi amigo y mentor Gilligan define como la segunda parte de nuestra vida; es decir, una vida en nuestros términos. Es cuando dejamos de satisfacer las expectativas de los demás y su aprobación; dejamos de buscar aplausos. En primer lugar, establecemos criterios propios. Reorganizamos nuestras prioridades y nuestros objetivos. Dejamos de vivir desde un yo falso y condicionado, y nos encontramos con nuestro yo auténtico.
Una crisis existencial, entonces, es una oportunidad porque es un retorno a nuestra esencia, a nuestra intención original. Es un despertar de nuestro espíritu. Por eso, aprovechemos las crisis existenciales que se presentan a lo largo de nuestra vida: son una invitación a cambiar. Una crisis existencial representa entonces un punto de inflexión. Es la oportunidad de vivir finalmente una vida auténtica.
Tenemos que saber acoger y vivir una crisis existencial, para no desperdiciar esta oportunidad y dejar de crecer y madurar. Más detalles en mi nuevo podcast, CreSer, donde compartiré un principio, un hábito, una historia para fortalecer nuestro liderazgo personal, en este mundo complejo e incierto.