La dominicana Toña y el cubano Gregorio reconstruyen sus vidas mientras enfrentan la cruda realidad de la inmigración ilegal a Puerto Rico en la película «Pies en la arena», del director puertorriqueño Gustavo Ramos Perales, que se estrena esta semana en la isla.
Esta coproducción puertorriqueña y dominicana aborda sin tapujos una historia que es común a muchos migrantes de distintas nacionalidades que buscan un futuro mejor en Puerto Rico, pese a los riesgos del viaje por mar.
Ramos Perales, que firma su segundo largometraje tras el galardonado «El chata» (2018), cuenta a EFE que siempre estuvo rodeado de inmigrantes, con vecinos dominicanos, chinos, árabes o cubanos.
«Nunca los sentí como algo extranjero y eso me hace ver sus historias de otras manera, porque puedo entender y sentirme identificado con cosas que no tienen nada que ver con los tópicos sino con la realidad y la crudeza que conlleva ser un inmigrante ilegalmente», afirma.
El otro eje del filme es la violencia machista, que sufre en sus carnes Toña, interpretada por la actriz dominicana Judith Rodríguez, y que es el elemento que la empuja a huir de su país.
«Siento que el tema ha estado rodeándome toda la vida y que me pertenece (…) Puerto Rico es un país bastante violento», dice el cineasta, quien tuvo una amiga en la escuela que con 12 o 13 años acabó en un psiquiátrico por matar a su padre, que la violaba todos los días.
DETENERSE PARA ENFRENTAR LOS PROBLEMAS
La película narra la historia de Toña, una mujer que escapa de una relación abusiva en República Dominicana, y de Gregorio (interpretado por Eduardo Martínez Criado), un médico cubano que se queda atrapado en Puerto Rico sin opciones legales para regular su estatus.
«Mantener los pies en la arena para mí es parar de huir de los problemas y de las situaciones y enfrentarlas, y un poco como una reconstrucción de los seres humanos», comenta el director.
El filme, que se estrena este 6 de abril en Puerto Rico y el próximo mayo en República Dominicana y se presentará en festivales, traza un paralelismo entre una mujer que se está reconstruyendo y un país en reconstrucción.
«Era la intención encontrar un lugar al que dos personas vienen a reconstruirse que ya está en reconstrucción. Es la vista externa de Puerto Rico, es como si yo tratara de verlo desde fuera, como lo ven los inmigrantes», explica Ramos Perales.
Un accidente provoca que se establezca una fuerte relación entre Toña y Gregorio, de la que ambos dependerán para salir adelante y reconstruir sus vidas.
Para Rodríguez, Toña más que huir «sale aferrada a la esperanza de que tiene que haber otra opción mejor para estar, vivir, respirar», y no se queda en esa relación tóxica como le ocurre a muchas mujeres en República Dominicana.
«Ella asume el control de su vida, de su cuerpo, de su ser y decide partir. Partir de una forma muy peligrosa porque irse en yola es un acto de coraje porque tú te puedes morir en ese proceso de llegar a ese algo mejor, es como utópico incluso», subraya.
UNA HISTORIA CARIBEÑA Y UNIVERSAL
Un viaje que Gregorio describe en una escena de la película con mucha crudeza: «En la yola no hay amigos, tampoco hay solidaridad, tienes que concentrarte en llegar con vida, luchando contra el hambre, contra la sed, contra el cansancio, tenso para que no te roben o para que no te tiren por la borda».
Según datos de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP, por sus siglas en inglés), en 2022 llegaron a Puerto Rico 1.640 inmigrantes, en su mayoría haitianos y dominicanos.
Rodríguez reconoce que ella «nunca había tocado el tema del inmigrante» y que la película le ayudó a conectar con «la verdad de tantos latinos», con una historia que es «universal, aunque sea caribeña».
La actriz asegura que hacer de Toña fue «un reto grandísimo» porque quería «respetar a los inmigrantes que asumen ese riesgo y se van para encontrar algo mejor».
«Siento que ella es como un volcán en erupción pero ella no deja salir la lava. No es tan fácil contener la ira, el dolor, no sentir sintiendo. Para mí es una mujer que se está redescubriendo», describe sobre las dificultades de interpretar al personaje.
UN RODAJE MARCADO POR LA PANDEMIA
«La idea era filmar en 2020 y obviamente la pandemia nos paralizó. Nos paralizó dos veces: justo cuando íbamos a empezar preproducción en marzo de ese año y luego durante el rodaje», señala a EFE la productora Annabelle Mullen.
Al quinto día de rodaje, hubo cinco o seis personas diagnosticadas positivas con covid-19 y tuvieron que parar tres semanas.
Según el director, los ensayos fueron «bastante curiosos»: «Empezaban los cinco primeros minutos como un ensayo y después se convertía en una terapia psicológica entre todos dándonos apoyo y cariño porque estábamos encerrados y locos por salir», recuerda entre risas.
Además, tuvieron que hacer algunos ensayos por videollamada o por WhatsApp, ya que en Cuba, donde se encontraba Eduardo Martínez, no funcionaba ni siquiera el programa Zoom.
«Fue un proceso único, bastante peculiar», en opinión de Rodríguez, quien apunta que «ensayar por videollamada es una locura».