(Foto: Ilustrativa/Pexels)

Casi todos los nuevos padres pasan por esto: la angustia de escuchar a su hijo gritar en el consultorio del médico.  

Y soportan la tortura emocional de tener que sostener fuerte a su hijo mientras los pinchan una y otra vez, una vacuna tras otra.  

«Las primeras inyecciones que recibió, probablemente lloré más que ella», dijo Remy Anthes, empujando el cochecito de su beba Dorian, de 6 meses, en Oakland, California.  

«La mirada en sus ojos, es difícil de soportar», dijo Jill Lovitt, recordando cómo reaccionó su hija recién nacida, Jenna, ante algunas vacunas recientes. «Como diciendo, ‘¿Por qué los dejas hacerme esto? ¿Por qué?'».  

Algunos niños recuerdan el dolor de la jeringa y rápidamente comienzan a interiorizar el miedo. Ese es el miedo del que Julia Cramer fue testigo cuando su hija de 3 años, Maya, tuvo que sacarse sangre para una prueba de alergia a los 2 años. 

«Después de eso, tenía miedo de los guantes azules», dijo Cramer. «Fui al supermercado y mi hija vio a alguien con esos guantes organizando verduras, y empezó a ponerse histérica y a llorar».  

La investigación sobre el manejo del dolor sugiere que los pinchazos con jeringas pueden ser la mayor fuente de dolor para los niños en el sistema de atención médica.  

Y el problema no se limita a las vacunas infantiles.  

Los estudios que investigan las fuentes de dolor pediátrico han incluido a niños que están siendo tratados por enfermedades graves, han sido sometidos a cirugías cardíacas o trasplantes de médula ósea, o han llegado a las salas de emergencia

«Esto es tan malo que muchos niños y muchos padres deciden no continuar con el tratamiento», dijo Stefan Friedrichsdorf, especialista del Stad Center for Pediatric Pain de la Universidad de California-San Francisco, hablando en la conferencia End Well en Los Ángeles en noviembre.  

La angustia por el dolor de la jeringa puede seguir a los niños mientras crecen e interferir con la atención preventiva importante. Se estima que una cuarta parte de todos los adultos tienen miedo a las agujas, un miedo que comenzó en la infancia. El 16% de los adultos rechazan las vacunas contra la gripe por el miedo a las jeringas. Friedrichsdorf dijo que no tiene que ser tan malo. «No es ciencia», dijo. Y enumeró pasos simples que los clínicos y los padres pueden seguir: 

  • Aplicar una crema de lidocaína de venta libre, que es una crema anestésica, 30 minutos antes de una inyección. 
  • Amamantar a los bebés o darles un chupete mojado en agua con azúcar para reconfortarlos mientras reciben la vacuna. 
  • Usar distracciones como ositos de peluche, o burbujas de agua para desviar la atención de la jeringa. 
  • No sujetar a los niños en una camilla. En cambio, los padres deben sostener a los niños en sus regazos.  

En Children’s Minnesota, Friedrichsdorf practicó la «Promesa de Confort para Niños». Ahora él y otros proveedores de atención médica están implementando estos nuevos protocolos para niños en los Hospitales de Niños UCSF Benioff en San Francisco y Oakland. Lo llama el «Desafío de inyección sin dolor».  

Si un niño en UCSF tiene que recibir un pinchazo para una extracción de sangre, una vacuna o un tratamiento intravenoso, Friedrichsdorf promete que los asistentes harán todo lo posible para seguir estos pasos de manejo del dolor. 

 «Cada niño, cada vez», dijo.  

Parece poco probable que el esfuerzo sin dolor logre reducir la vacilación y el rechazo a las vacunas impulsados por el movimiento anti vacunas, ya que las creencias que lo impulsan a menudo están arraigadas en conspiraciones y tienen raíces profundas.  

Pero ese no es necesariamente el objetivo de Friedrichsdorf. Espera que hacer que la atención médica de rutina sea menos dolorosa pueda persuadir a los padres indecisos de vacunar a sus hijos debido a lo insoportable que es verlos sufrir.  

A su vez, los niños que crecen sin miedo a las jeringas es más probable que reciban atención preventiva, incluida su vacuna anual contra la gripe. En general, es probable que la responsabilidad recaiga en los padres para liderar la demanda de estas medidas en los centros médicos, dijo Friedrichsdorf, porque la tolerancia y aceptación del dolor de los niños está tan arraigada en la atención. 

Diane Meier, especialista en cuidados paliativos en Mount Sinai, está de acuerdo. Dijo que esta tolerancia es un problema importante, derivado del entrenamiento que reciben los médicos. «Se nos enseña a ver el dolor como un efecto secundario desafortunado, pero inevitable, de un buen tratamiento», dijo Meier. «Aprendemos a reprimir ese sentimiento de angustia por el dolor que estamos causando porque de lo contrario no podemos hacer nuestro trabajo».  

Durante su formación médica, Meier tuvo que sujetar a los niños para procedimientos, lo que describió como una tortura para ellos y para ella. Eso fue lo que la alejó de la pediatría. En cambio, se dedicó a la geriatría y luego ayudó a liderar el movimiento moderno para promover la atención paliativa en la medicina, que se convirtió en una especialidad acreditada en Estados Unidos recién en 2006.  

Meier dijo que cree que la campaña para reducir el dolor y la ansiedad por las jeringas debería aplicarse a todos, no solo a los niños.  

«Las personas con demencia no tienen idea de por qué se les acercan seres humanos se les acercan para pincharlos con jeringas», dijo. Y la experiencia puede ser dolorosa y angustiante.  

Las técnicas de Friedrichsdorf probablemente también funcionarían con pacientes con demencia, dijo. Crema anestésica, distracción, algo dulce en la boca y tal vez música de la juventud del paciente, que recuerden y puedan cantar. «Es digno de estudio y es digno de prestarle atención seria», dijo Meier.  

Este artículo es parte de una colaboración que incluye a KQED, NPR y KFF Health News. 

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