Garnet Valley, PA – En los primeros meses del 2020 aprendimos sobre el virus novel COVID-19. Miembros de la comunidad científica habían estado preocupados por la posibilidad de un virus capaz de convertirse en pandemia y hacer daño mundialmente. Algunos anticipaban un tipo de gripe, pero resultó ser un coronavirus.
El 9 de enero, la Organización de Salud Mundial OMS (WHO por sus siglas en inglés), anunció un misterioso virus causante de pulmonía en Wuhan, China. En ese momento se conocían 59 casos. El día 21 del mismo mes, aquí en los Estados Unidos se confirmó el primer caso, un pasajero que había regresado de Wuhan; mientras que científicos en China, finalmente confirmaban la transmisión persona a persona, En ese momento, cuatro individuos ya habían muerto y se habían reportado 200 enfermos. Enero concluyó con el anuncio de la OMS de una emergencia global. Tres días más tarde la administración de los Estados Unidos declaró una emergencia de salud pública. Para el 25 de febrero, el Centro de Control de Enfermedades (CDC), anuncia que el COVID-19 posiblemente se convertiría en una pandemia. El 11 de marzo, la OMS declara oficialmente el estado de pandemia y, dos días más tarde, el presidente Trump declaró una emergencia nacional.
Durante este tiempo los científicos ya estaban trabajando, tratando de entender mejor cómo funciona el virus, y cómo tratar el síndrome severo de respiración agudo causado por este. Laboratorios académicos, privados y gubernamentales comenzaron a experimentar y desarrollar nuevas terapias, a la vez que estudiaban drogas usadas para otras enfermedades. La hydroxychloroquine fue una de esas drogas que se pusieron en estudios clínicos en la primavera y recibió una “Autorización para Uso de Emergencia” (EUA, por sus siglas en inglés). El 30 de marzo recibió la autorización de la Administración de Drogas y Alimentos (FDA), pero el 15 de junio le fue retirada nuevamente por los posibles efectos secundarios experimentados por algunos pacientes y la falta de efectividad.
Remdesivir, de la compañía Gilead Sciences, una droga antiviral originalmente desarrollada para tratar el ébola recibió el EUA el primero de mayo. El 22 de octubre la droga recibió aprobación total para el tratamiento de ciertos pacientes de COVID.
La terapia de anticuerpos bamlanivimab, de Eli Lilly, obtuvo el EUA en noviembre para tratar ciertos casos. Esta fue la primera autorización de una terapia descubierta y desarrollada durante la pandemia. La compañía Regeneron también recibió un EUA para su terapia, una combinación de dos anticuerpos. Ambas compañías extrajeron los anticuerpos de plasma humano y de ratones inmunizados con las proteínas del virus y desarrollados con ingeniería genética. Estas terapias no han funcionado para casos severos de la enfermedad.
Para el mes de julio, los primeros resultados clínicos de las vacunas de Moderna y de AstraZeneca son efectivos. El 14 de septiembre, Pfizer expande su tercera fase de estudio clínico para su vacuna, incluyendo más individuos. El 9 de noviembre anuncian que los resultados de esa tercera fase mostraron preliminarmente un 90% de efectividad, y el 11 de diciembre la vacuna recibe el EUA. La vacuna de Moderna mostró una efectividad de 94% y está esperando un EUA pronto. AstraZeneca reportó una efectividad del 90% en su vacuna. Otras compañías que también están desarrollando vacunas incluyen a Johnson & Johnson, GlaxoSmithKline y Sanofi Pasteur.
Durante el año también se hicieron muchos avances en el área de las pruebas para detectar el virus, pero las abordaremos en una próxima entrega. Para finales de noviembre, el número de muertes a nivel mundial era de más de 1,400,000. La comunidad científica ha progresado no solo en el conocimiento del SARS-CoV-2, sino también en el desarrollo de tratamientos y vacunas. Gracias a estos esfuerzos, comenzamos a ver la luz al final del túnel y podemos esperar un mejor año 2021.