Por Markian Hawryluk
Desde su laboratorio en Montana, Elizabeth Fischer está tratando de ayudar a que las personas vean a qué se enfrentan con COVID-19.
Durante las últimas tres décadas, Fischer, de 58 años, y su equipo en los Rocky Mountain Laboratories, parte del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de los Institutos Nacionales de Salud (NHI), han capturado y creado algunas de las imágenes más dramáticas de los patógenos más peligrosos del mundo.
“Me gusta obtener imágenes para tratar de transmitir que se trata de una entidad, para desmitificarla, que sea algo más tangible para las personas”, dijo Fischer, una autoridad en el manejo de microscopios electrónicos.
Ahora, con sus representaciones del coronavirus destellando en las pantallas de todo el mundo, Fischer le ha puesto “rostro” al que “muchos llaman el enemigo invisible”.
Fischer trabaja en uno de los 13 laboratorios de “Bioseguridad Nivel 4” de la nación, aquéllos equipados para manejar con seguridad patógenos letales. Junto con su equipo, visualiza las plagas más mortales del mundo, desde el Ébola hasta el VIH, desde la salmonella hasta el SARS-CoV-2, el coronavirus que causa COVID-19.
Las impresionantes imágenes permiten a las personas ver un virus como estructuras biológicas elaboradas con debilidades que pueden atacarse, proporcionando pistas para los investigadores sobre cómo desarrollar tratamientos y vacunas.
“Si hay una enfermedad, la hemos visto”, dijo Fischer.
Originaria de Evergreen, Colorado, Fischer obtuvo una licenciatura en biología en la Universidad de Colorado-Boulder y contempló ir a la escuela de medicina, antes de decidir unirse a los Cuerpos de Paz. Enseñó matemáticas y ciencias durante dos años en Liberia, y luego se tomó un tiempo para viajar por África Oriental y Asia, incluida una caminata por el Himalaya.
Al regresar a Colorado, trabajó como guía de rafting en el río Arkansas durante varios veranos, y como instructora de esquí para niños en la estación Monarch Mountain durante los inviernos.
Más tarde se matriculó en la escuela de posgrado, pensando que podría enseñar biología. Pero cuando tomó cursos de microscopía electrónica, encontró su verdadera vocación.
Era otro tipo de aventura exótica. “Estás viendo un mundo que la mayoría de la gente no puede ver”, explicó. Así fue que completó una maestría en biología.
Al graduarse, envió su currículum a una oficina nacional de empleos en microscopía y pronto recibió una llamada de los Rocky Mountain Laboratories. En 1994 se mudó con su familia a Hamilton, una ciudad de menos de 5,000 personas a unas 50 millas al sur de Missoula, y avanzó hasta convertirse en jefa de la unidad de microscopía del laboratorio.
Algunas de las imágenes más impresionantes del coronavirus, que es 10,000 veces más pequeño que el ancho de un cabello humano, provienen del microscopio de Fischer.
Una es la fotografía de las partículas virales que se liberan de una célula moribunda infectada con el virus.
Como destacó recientemente en su blog el doctor Francis Collins, director de los NIH, la foto muestra los pliegues y protuberancias de color naranja amarronado en la superficie de la célula renal de un primate infectado con SARS-CoV-2.
Las docenas de pequeñas esferas azules que emergen de la superficie son las partículas virales. (Las imágenes producidas por los microscopios electrónicos son en blanco y negro, por lo que Fischer las entrega a artistas visuales, que colorean la imagen para ayudar a identificar diferentes partes de la célula y distinguir el virus de su huésped).
“Esta imagen nos abre una ventana para ver cuán devastadoramente eficaz parece ser el SARS-CoV-2 al entrar en su huésped”, escribió Collins. “Solo una célula infectada es capaz de liberar miles de nuevas partículas de virus que, a su vez, pueden transmitirse a otros”.
Científicos como Fischer han utilizado microscopios electrónicos para descubrir el mundo invisible de virus y bacterias que datan de los años ‘30.
Sin embargo, en las últimas dos décadas, las nuevas tecnologías han desencadenado una revolución en la resolución de estas imágenes, permitiendo a los investigadores verlas a un nivel casi atómico.
Los expertos han ideado mejores formas de preparar muestras para su visualización y han diseñado sofisticados programas de software para enfocar las imágenes.
A través de su laboratorio, Fischer recibe muestras de todo el mundo y a principios de febrero se le envió material viral de uno de los primeros pacientes de los Estados Unidos en infectarse con el nuevo coronavirus.
A menudo, sus muestras provienen de viales que se han almacenado en un congelador durante décadas, o de cultivos de laboratorio. “Es muy impactante saber que proviene de un paciente humano”.
Por ejemplo, en 2014, un laboratorio hermano en Malí envió una muestra de Ebola de una niña de 2 años que estaba viviendo en Guinea cuando su madre murió de la enfermedad.
Su abuela viajó desde Malí para asistir al funeral, que incluyó el ritual de bañar el cuerpo, y llevar a la niña de regreso a su casa. Ambas se infectaron y portaban el virus cuando regresaron a Mali en transporte público. Abuela y nieta murieron.
“Esta célula en particular, se parecía al continente africano”, recordó Fischer. “Fue un momento muy poderoso. Tomas conciencia del trabajo que haces y del impacto que tiene en la salud humana”.
Sin embargo, a pesar de la naturaleza mortal de los virus, todavía aprecia la “hermosa simetría en muchos de ellos”, dijo. “Son muy elegantes y no son maliciosos en sí mismos. Simplemente hacen lo que hacen”.
Esta historia fue producida por Kaiser Health News, un programa editorialmente independiente de Ia Kaiser Family Foundation no relacionado con Kaiser Permanente.
Elizabeth Fischer usa un microscopio electrónico para capturar imágenes del coronavirus, que es aproximadamente 10,000 veces más pequeño que el ancho de un cabello humano.