Cleveland (OH), (EFE News). – La enorme fatiga, ansiedad y miedo ha llevado a muchos profesionales de la salud a renunciar, e incluso algunos no pudieron más con la presión y se suicidaron, en un escenario dramático que se repite por todo el país cuando azota con fuerza la nueva ola de la pandemia y escasean médicos y enfermeros.
El doctor José Torradas, médico de emergencias y portavoz del Colegio Estadounidense de Médicos de Emergencias, reconoció a Efe que él y muchos de sus compañeros han sentido un «temor» real, palpable.
«El virus venía hacia nosotros, y en el hospital que trabajaba no teníamos equipo suficiente para proteger a los médicos y las enfermeras», dijo el médico, que en la primera ola trabajó en un hospital de Filadelfia en el que recibían pacientes provenientes del estado de Nueva York que habían dado positivo a la covid-19.
Todo esto se agravó porque su mujer estaba embarazada y la «ansiedad» no paró de crecer hasta que decidió renunciar, pero afirma que hay casos mucho peores que el suyo.
UN DOLOR «REAL»
«Hemos tenido gente que se ha suicidado. Y el que era mi mentor en la posición que llevo ahora en la organización justo acaba de morir de covid, el dolor es real. Hay gente que se siente que está perdiendo la ilusión de continuar en esto. Las condiciones en las que nos están pidiendo trabajar no están al estándar de lo que debería ser», lamentó.
Y el temor está fundamentado. El 25 de octubre, el sindicato de enfermeras National Nurses United estimó que aproximadamente 2.000 trabajadores de la salud de primera línea habían muerto.
Aunque hasta el 13 de noviembre pasado, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) habían confirmado 797 muertes de trabajadores de la salud, hay quienes aseguran que esa cifra podría acercarse a 5.000 víctimas mortales.
Y es que el personal sanitario está haciendo frente a una cantidad sin precedentes de pacientes con la covid-19 y el pasado domingo se batió el récord de mayor número de hospitalizaciones por esta causa, con más de 93.000 pacientes que fueron hospitalizados, cifra que supera los datos de abril y julio, cuando fluctuaban en torno a los 60.000.
CARENCIA DE PERSONAL SANITARIO
Ante esta avalancha y la que podría llegar en las próximas semanas, las autoridades sanitarias temen que los hospitales no tengan la capacidad para afrontar los casos de coronavirus en invierno.
El gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, pidió este lunes que se contrate a enfermeras y médicos jubilados para que se sumen a unas plantillas médicas diezmadas por la enfermedad.
Un claro ejemplo es la Clínica Cleveland en Ohio, donde la semana pasada mantenían a casi 1.000 trabajadores de la salud en cuarententa o con covid-19 activo.
«Todos estamos cansados, no hay más que decir», reconoce Ilan Shapiro, portavoz de la Academia Estadounidense de Pediatría, quien instó a sus compañeros a «aceptar» que están «dolidos» y las «pérdidas» personales de todo tipo que han sufrido y prosigan con su trabajo.
Pero Torradas, quien dentro de su experiencia como médico ha trabajado con una gran diversidad de pacientes y enfermedades y le ha tocado ver todo tipo de casos, dice que nada como lo que se ha vivido por la pandemia.
«Me están pidiendo que me sacrifique totalmente y la gente que me lo está pidiendo son mandatarios que no tienen su propia carne en el asado y sin planificar tan siquiera tener suficiente equipo de protección personal para los que estamos atendiendo la emergencia», criticó.
Todo se complicó cuando tuvo que enfrentarse a la incertidumbre de saber si había contraído el virus, y, aunque su prueba dio negativo cuando comenzó a tener síntomas leves, tuvo que aislarse durante 14 días.
«Durante esas dos semanas de estar totalmente aislado en mi cuarto llegué a un punto personal y mental que tuve que reposicionarme y pensaba en qué iba a hacer para mantenerme sano», dijo.
RENUNCIAS QUE NO CESAN
Fue entonces cuando decidió dejar su trabajo y unirse a una organización que realiza pruebas de diagnóstico de la covid-19 en comunidades marginadas.
Y su caso no es único.
Según Shapiro, aún cuando el compromiso con sus pacientes lo mantiene firme en la decisión de no abandonar la profesión, conoce muchos casos de compañeros que han renunciado.
«Por primera vez en mi vida me sentí tipo soldado que va a la guerra y como un bombero que va al fuego. Todo el mundo corre para el otro lado y tú corres para donde está el problema. En tiempos de paz, estás en entrenamiento, pero cuando hay guerra puedes quedar herido. Cuando sales de casa, no sabes si vas a regresar», dijo.
Francisco Torres Galarza, quien trabaja en una sala de emergencia en el área del Valle de Texas, fue uno de los miles de médicos y enfermeras que resultó contagiado, aunque afortunadamente sólo tuvo «síntomas mínimos».
EFECTOS PSICOLÓGICOS
En su opinión, la forma de prepararse mentalmente para trabajar en medio de esta pandemia es pensar «todo paciente tiene la covid-19 hasta que se pruebe lo contrario».
«Uno se cansa, se fatiga. En el caso de nosotros los latinos, que somos tan sentimentales y quieren abrazarte y no puedes, no puedes saludar y eso causa otra carga psicológica más al miedo a contagiarse», expresó.
Torres reconoce que la covid-19 ha hecho que su trabajo sea una cuesta arriba psicológica.
«El tener un paciente y no poder hacerle nada y saber que el paciente se va a morir, que es un paciente que llegó hablándote, que te saludó, que hace cinco minutos le diste la oportunidad de que hablara con su esposa para que le dijera que lo van a intubar y a los dos minutos esté fallecido, son cargas que nunca imaginábamos tener», describió.
«Esto es como una guerra y el enemigo es invisible. Todo el tiempo siento miedo», añadió.
VÍCTIMAS DE LA COVID
Otro médico que tuvo que pasar por la experiencia de contagiarse fue el doctor Ángel Dávila, director de la Sala de Emergencias de HIMA San Pablo en Cupey, Puerto Rico, aunque en su caso pasó momentos delicados.
«Cuando uno tiene un tubo por la garganta, otro por la boca y uno no puede ni siquiera hablar no es fácil, y yo no quiero que la gente pase lo que yo pasé. Yo tengo 63 años y los cumplí intubado», dijo con voz quebrantada Dávila, quien contrajo la covid-19 en su propio hospital, donde permaneció 10 días intubado y le daban un 5 % de probabilidad de sobrevivir.
Dávila y su esposa, Laura Figueroa, se ponen en contacto con pacientes que saben que tienen coronavirus para darles ánimo, y varios de ellos son médicos a los que se les «derrumba el mundo cuando le dan un diagnóstico de covid-19».
Uno de sus compañeros, explicó, se retiró al no poder más, pero él sí decidió seguir.
«A mí Dios me dio una oportunidad de vida y tengo que seguir ayudando, pero no se puede bajar la guardia. Hasta que no da a uno o a un familiar no te das cuenta del peligro que estás corriendo con este virus. Esta es una guerra con un enemigo invisible», expresó Dávila.