Nueva York, (EFE News). – Durante ocho meses Ángel Gordillo y su familia ha sobrevivido con los alimentos que le entrega una iglesia de Brooklyn (Nueva York), en uno de los millones de ejemplos de personas que luchan por tener comida en su mesa desde que se desató la emergencia por la covid-19.
Gordillo, de 50 años, desconoce si podrá estar con su esposa e hijos el próximo jueves en la mesa del Día de Acción de Gracias, porque hace tan sólo una semana comenzó a trabajar, pero asegura que agradecerá a Dios que él y su familia están vivos a pesar del duro golpe de la pandemia.
La covid-19 empeoró la difícil situación de inseguridad alimentaria que ya afrontaban cerca de 1,2 millones de neoyorquinos previo a la crisis de salud causada por la pandemia y que ha provocado que decenas de miles que no pueden comprar comida -muchos por primera vez- tengan que recurrir desde hace meses a la ayuda de iglesias, organizaciones comunitarias y comedores populares, en momentos en que se enfrentan a una segunda ola de la pandemia.
«Perdí el empleo en un restaurante a mediados de marzo. Me enfermé de la pandemia, mi esposa y mi hermano, nosotros nos recuperamos pero él falleció», recuerda Gordillo.
LA IGLESIA DEL PADRE CARLOS
Desde abril su familia, compuesta por su esposa, tres hijos y el sobrino de 16 años del que se hizo cargo cuando murió su hermano, depende de los abastos que la iglesia luterana Buen Pastor, que dirige el sacerdote mexicano Juan Carlos Ruiz, ofrece a unas 2.000 familias.
«Gracias al padre Carlos y a las despensas sobrevivimos. Como no trabajaba no había qué comer», dijo el inmigrante, que hace sólo una semana comenzó a laborar en otro restaurante y todavía recibe la ayuda de la iglesia, que ha tenido que hacer milagros para suplir de comida a sus vecinos que siguen desempleados o perdieron parte de sus ingresos.
La iglesia comenzó alimentando a unas pocas familias, pero la crisis económica causada por la pandemia les llevó a entregar comida cuatro días por semana y beneficiar a 2.000 familias latinas, asiáticas y árabes, que aguardan largas colas, muy similares a las que se han repetido a través de los cinco condados donde se ha distribuido alimentos.
«Hay mucha necesidad. Ahora se vienen tiempos muy difíciles porque han bajado las donaciones, es mucho tiempo (distribuyendo) y muchas familias», dice Ana Reyes, una voluntaria que coordina la ayuda.
LA SEGUNDA OLA
Explica que al reducirse las donaciones han tenido que disminuir la distribución a dos días a la semana, a pesar de que ante el resurgimiento del covid-19 el desempleo podría repuntar en las próximas semanas.
La tasa de desempleo en la ciudad registró un 13,2 % en octubre pero en ciertas áreas sigue siendo mucho más alta, como en El Bronx, condado de mayoría latina y el más afectado per cápita por la pandemia, con casi el 19 % a fines de septiembre, comparado con el 4,8 por ciento en septiembre de 2019, según el Departamento del Trabajo.
Para Ruiz, ante ese panorama y el que se avecina con el rebrote, es tarea de la iglesia acudir en ayuda.
«El altar es una mesa que tiene que estar conectada a las mesas de nuestra cocina, de nuestros trabajos, de nuestras escuelas y si no hacemos la conexión, se vuelve irrelevante, no tiene mucho significado y nuestro rol en la sociedad se reduce a algo también insignificante», afirma.
Agrega que ante la nueva ola de la covid tendrán que contar con «la creatividad» para buscar «de alguna manera los recursos y poder continuar «al pié del cañón» con ese servicio.
«Aquí se suma lo poquito y la buena intención», dice para agregar que la normalidad está «muy lejos de volver», pues muchas personas están sin trabajo y si ha regresado es a una capacidad de un 25 % y «no pueden con el alquiler y la comida».
ACCIÓN DE GRACIAS
Virginia Tula y Marisela Teoyote también acuden por despensas luego de que tanto ellas como sus esposos perdieran el empleo y este jueves, aunque tendrán una cena de Acción de Gracias lejos de buena parte de su familia, también darán gracias porque están vivos.
La situación que afrontan es aún más difícil cuando se tienen hijos, dice Virginia, que tiene tres de 11, 10 y 7 años y que tras el cierre de las escuelas aprenden desde casa, lo que angustia a esta madre.
«No sé qué voy a hacer porque quieren comer todo el día, y ahora no puedo buscar trabajo» para aportar a la economía del hogar porque tiene que cuidar de ellos, comenta.
Su esposo comenzó a trabajar recientemente pero al ser un solo ingreso el dinero no les alcanza, por lo que siguen acudiendo al templo a recoger arroz, frijoles, leche y yogur, entre otros alimentos con los que dar de comer a sus hijos.
Durante los últimos tres meses Marisela y su familia también acuden por ayuda. «A veces trabajo, a veces no, nos ha afectado mucho la pandemia. Aquí busco comida y nos beneficia mucho tener que cocinar y son menos cosas que comprar», comenta la madre de una joven de 17 años y un niño de 10.
Marisela no puede evitar el llanto cuando habla de las razones para dar gracias este año: «que estamos vivos y que gracias a Dios no se enfermó nadie de mi familia».
Este año «comeremos lo que tengamos», dice esta latina, para la que su mayor deseo es que «se acabe todo esto y vengan cosas buenas».
Al acercarse el festivo de Acción de Gracias, largas colas se han repetido por la ciudad en busca de alimentos como el tradicional pavo y otros alimentos para ayudar a los neoyorquinos con su cena.
En uno de estos lugares, en el Alto Manhattan, conocido como el hogar de la comunidad dominicana, 600 personas esperaron este lunes pacientemente pese al intenso frío, entre ellos Rosa, una asistente del hogar que perdió el empleo con el que aportaba al hogar integrado por su esposo, ya jubilado, y dos hijos de 14 y 13 años.
Rosa, como prefirió identificarse, dice que acude una o dos veces por semana a los lugares donde se distribuyen abastos.
«La inseguridad alimentaria es uno de los problemas más significativos que tenemos. El covid ha arrasado con esta comunidad, que el gobernador designó zona amarilla, lo que significa que más negocios van a cerrar, que la covid sigue vigente», comentó por su parte la asambleísta Carmen de la Rosa.