Leno Rose Ávila. (Foto: Cortesía/Leno Rose Ávila)

Cuando era joven quería vivir para siempre, y si iba a morir, quería morir como un héroe de algún tipo. Tal vez rescatar a alguien de un incendio o una inundación. En cambio, todo ha sido tan diferente que no sé ni cómo ni cuándo será mi partida de esta tierra.

Al crecer en el este de Colorado, podría haber muerto en una pelea de pandillas con jóvenes de pueblos vecinos, en una tragedia en la granja o en un accidente automovilístico. Había mucha gente a la que le hubiera gustado apagar mis luces.

No esperaba vivir más de 25 años y mucho menos llegar a los 50, y me he sorprendido mucho por haber superado distintos accidentes automovilísticos y problemas médicos importantes.

Siendo organizador de United Farm Workers (UFW), un jefe del escuadrón anti-huelgas me apuntó con un rifle 30-30 en la cabeza, mientras su yerno me enseñaba una azada corta y afilada que sostenía por el mango. Me dijeron que, si no les prometía dejar de hacer piquetes, me matarían. Se habían detenido al lado de una carretera agrícola solitaria, y yo salí para ver si querían hablar.

Solo tenía 23 años y le dije: “no soy tu enemigo. Nunca te haría daño. No soy violento y no necesitas matarme”. Y entonces, lo que dije a continuación me sorprendió incluso a mí: “pero debo decirte que mañana estaré allí puntualmente para el piquete”. En ese momento engatilló el rifle, mientras con la punta del cañón me golpeaba el lado izquierdo de la cabeza. Seguí repitiendo mis palabras con calma a pesar de sus gritos y amenazas. Después de lo que me pareció una hora entera, se subieron a su camioneta y se alejaron.

El hecho había durado realmente solo unos pocos minutos, pero los recuerdos de toda mi vida habían desfilado rápidamente por mi cerebro. En los años 70 supe que algunos habían querido colocar una bomba en mi automóvil. En esa época los coche-bombas y las bombas de tubo eran las armas del día.

Y luego, en la década de 1990, tuve varias amenazas de muerte graves, que hicieron que la oficina de correos revisara mi correo, que me mudara a un motel por un tiempo y que cambiara los números de mi casa. Luego, para colmo, durante este período di una entrevista por la KCRW, la Radio Pública Nacional en Santa Mónica, que irritó tanto a un oyente que dijo que vendría a la estación para matarme.

El productor del programa me preguntó si quería oficiales de seguridad para que me escoltaran hasta mi automóvil. Respondí que no, luego preguntó qué debería decirle si se presentaba en la emisora. Le respondí: “dígale que tiene que ponerse en la fila; que ya hay gente delante que me quiere matar, y que no debe negarles la oportunidad de matarme primero, y que luego, si fallaban, entonces podría tratar de matarme él”. Como en una tienda de helados. Pides un número y esperas tu turno.

En otra ocasión, mientras visitaba El Salvador, recibí varias amenazas de muerte serias, por parte de algunos pandilleros, de capos de la droga y de la policía.

Un grupo de pandilleros que quería asesinarme había puesto sobre mí una “luz verde”; lo que significaba que cualquiera de sus miembros que me viera tenía el deber de matarme. Le envié un mensaje al líder hablándole del potencial asesino de Leno. En ese momento yo pesaba 350 libras y casi no podía ni caminar. Sabiendo que probablemente sería un hombre joven quien me dispararía, le escribí en mi mensaje: “no creo que un tirador debiera ganar puntos por dispararme; después de todo soy un objetivo de cuerpo ancho, que me muevo muy lentamente y sería como dispararle a una tortuga, lo cual lo haría muy fácil; y si alguien me dispara, más bien deberían quitarle puntos. Lo justo sería dispararle a uno de nuestros chicos delgados, que sí pueden correr…”

Unos días después recibí un mensaje del líder de la pandilla donde me decía: “Magdaleno, no te creas muy chistoso”.

Unas semanas después fui a la casa de este líder, un domingo al mediodía, y lo invité a un plato de sopa en el puesto de Doña Julia, en el mercado, en el puesto justo al lado de donde habíamos comido juntos en tiempos mejores. Después de algunas dudas, accedió y vino a almorzar, con tres de sus guardaespaldas parados detrás de nosotros.

Tenía miedo de que de verdad me mataran, y le dije al colega que me llevó, que si no regresaba antes de las 3 de la tarde, deberían llamar a la policía para que fueran a recoger mi cadáver. Tenía miedo sí, pero sabía que tenía que rendirle respeto a este líder y arriesgar mi vida. Fue un almuerzo tenso, pero al final, decidió cancelar la luz verde.

Porque he estado en situaciones difíciles y peligrosas algunos piensan que soy un hombre duro, que no le teme a nada, cuando la verdad es que siempre busco ser cauteloso y andar con cuidado. Pero a veces, solo tienes que dar la cara. En El Salvador, trabajando con “Homies Unidos”, tuve muchas ocasiones en las que tuve que enfrentar, junto con otros amigos, las situaciones más violentas para proteger la vida de los demás.

Si bien no le temo a la muerte como tal, quiero vivir más tiempo para poder hacer más para disminuir la espiral de violencia y traerles paz a muchos otros.

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