(…) Después de llegar, mis padres sonreían, y pude ver la gran abundancia de comida mexicana preparada en la mesa, esperando que nos sentáramos a comer. Estaban felices de verme y yo estaba feliz de estar en casa. Abracé a mi mamá, le di la mano a mi papá y, después de darle un medio abrazo “a lo mero macho”, comencé a sacar los regalos. Primero, repartí paquetes a cada uno de mis hermanos y hermanas, y luego a mis padres. El último de mi lista era mi hermano Mano. Para entonces, él era el líder de la manada, siendo el mayor de los chicos que aún estaban en casa. Se quedó ahí, mirándome en toda mi intrusión: este era su territorio y yo era el visitante que invadía sus terrenos… todos me miraban mientras yo hacía un solemne discurso, con todo el estilo del que fui capaz.
«Y, por último, aunque no menos importante, ¡tengo un regalo especial para mi hermano!» Dije esto con mi mejor voz de locutor de plaza pública, y luego le entregué el sobre. Me quedé allí esperando que lo abriera y luego lo gritara y lo celebrara. Mano abrió lentamente el sobre, miró dentro, lo cerró y luego me lo devolvió. Su rostro oscuro se volvió más serio. ¡Quedamos todos atónitos! «¿Qué?, pero este es mi regalo… mi regalo de Navidad para ti —le dije devolviéndole el sobre. Trató de devolvérmelo de nuevo, pero me aparté, retirando los brazos. Fue entonces cuando de repente tiró al suelo el sobre con el dinero. «¿Qué, no lo quieres?» Me quedé atónito. «No», dijo Mano, inexpresivo. Cogí la tarjeta con el billete “ofensivo” de $ 50 adentro, mientras todos esperaban ansiosamente a ver cuál sería el desenlace de este drama. El saber que los dos teníamos mal genio y que ambos éramos muy tercos, le sumó al momento de suspenso que todo esto estaba teniendo para nuestros espectadores. «Escucha, Mano, es Navidad, y este es mi regalo de Navidad», intenté persuadirlo. “Pues, no lo quiero”, respondió testarudamente.
«¿Oh sí? Bueno, ¡nadie rechaza mis regalos de Navidad!» —de repente me sentí como un mafioso, intimidándolo para que lo aceptara—. «Es Navidad y vas a tomar mi regalo y disfrutarlo, ¡te guste o no!»
«No lo quiero», repitió, con la misma fuerza. Intenté guardárselo en el bolsillo y me apartó con ambas manos. Fue entonces cuando las cosas se salieron de control; antes de darme cuenta lo había tirado al piso, brincando sobre su pecho y agarrándolo por la pechera de su camisa. En un instante, mis manos ya estaban apretando su garganta. Había perdido por completo el control de mí mismo, ante su obstinada negativa a mi generosidad y, como resultado, yo había perdido totalmente la calma.
En ese entonces, yo era bastante fuerte y pesaba al menos 50 libras más que mi hermano. Todo el mundo se puso a gritar; mi mamá y mi papá me gritaban en español y en inglés que me detuviera, mientras yo gritaba, «¡manténganse al margen de esto!», gritando en medio de la confusión del momento: «¡Mano se lleva mi regalo, o yo voy a lastimar a este mexicano!» Para entonces ya lo tenía agarrado fuertemente por el cuello y golpeaba su cabeza contra el piso de madera, gritándole que tenía que aceptar mi regalo, mi precioso regalo de Navidad. Mi mamá había adoptado una postura de Mickey Mantle y me mandaba batazos golpeándome con la escoba; pero cuando me pongo furioso no siento mucho dolor; me posee una rabia ciega, o por lo menos, así me pasaba en esos días. Mi hermano finalmente pudo balbucear a través de su garganta sofocada, «¡no puedo aceptar tu regalo!».
«¿Por qué? ¿Por qué?» le grité sobre su cara hinchada y enrojecida. Mi hermano ya estaba llorando para ese momento. “¡Porque no sé si tú me amas!”, respondió con semblante de tristeza. «¡Que ¿qué?!», exclamé.
Él continuó: «no puedo aceptar nada de ti, a menos que sepa que tú me amas». Y allí estaba yo, encima de su pecho, con mis manos aún apretando su cuello y…, en un gran estado de confusión. Entonces, y solo entonces, comencé a expresarle mi amor a mi hermano menor. Por supuesto, en mi interior todavía yo era un poco homofóbico en ese momento, y pensé que debía parecer y sonar extraño; pero al mismo tiempo, me sentí muy bien al poder expresar mis sentimientos por mi hermano. Intenté y busqué mil palabras distintas para decirle «te amo», pero creo que mis ojos lo dijeron todo por mí, y para entonces, lágrimas saladas corrían por mis mejillas.
Finalmente, mi hermano jadeó, “¡está bien, está bien!, ahora ya sé y te creo que me amas, así que, ¡deja de asfixiarme y bájate de mi pecho!» Me levanté y lo ayudé a ponerse de pie. Ambos estábamos llorando para ese momento. Le di el más largo de los abrazos que le hubiera dado nunca, y nuevamente hubo sonrisas y alegría en la habitación. Luego rompió el abrazo, tomó el sobre, sacó el dinero y lo guardó en su billetera. Me miró con gratitud y amor, habiendo finalmente aceptado mi regalo. Y después me preguntó: «¿No tienes un poco más?» Todo lo que pudimos hacer fue reír.
Si te perdiste la primera y la segunda parte puedes encontrarlas aqui :
Escúchame, ¿me amas? (parte I) – Impacto (impactomedia.com)
Escúchame, ¿me amas? (parte II) – Impacto (impactomedia.com)