“Mi pensamiento siempre fue, si alguien más fue capaz de hacerlo, yo puedo hacerlo mejor. El miedo a no alcanzar mis sueños fue mi principal motor”: Carlos González Lugo.
Norristown, PA – La sensación de “llegar a la meta” es una de las mayores satisfacciones que el ser humano puede experimentar. Pero no siempre se llega solo, muchas veces nos acompaña ese alguien que nos motiva y nos impulsa a seguir y a no rendirnos. Y aunque ese alguien no lo pida es importante agradecer y, ¿por qué no? recompensar. Esta es la idea que nos comparte Carlos, un joven hispano inmigrante y exitoso, que logró graduarse este año de ingeniero mecánico de la Universidad Widener, y quien reconoce que el camino no fue nada fácil.
Carlos es mexicano, nació en la ciudad de San Juan del Río, Querétaro. Al cumplir los siete años, sus padres lo trajeron a Estados Unidos en busca de un mejor futuro para la familia. Él recuerda la tristeza y el disgusto de haber dejado a sus amigos, y de estar en un lugar desconocido, donde no hablaban como él. “Por mucho tiempo estuve resentido con mis padres porque sentí que me habían complicado la vida al traerme aquí”, explicó.
Como niño inmigrante le fue muy difícil estar en la escuela, era muy callado y se aisló de los demás. Lloraba porque no entendía nada de lo que hablaban los profesores, sin embargo, la clase de matemáticas si le gustaba porque lograba entender los problemas y cómo resolverlos. “Mi padre me animaba y me decía, ‘échale ganas’”. Carlos se “puso las pilas” y tomó clases de inglés. Cuando él llegó a la High School pensó en no continuar, ya que las materias eran más difíciles y tenía que invertir mucho tiempo en estudiar. “Yo veía a mi papá trabajar mucho todo el día, así que, si él se estaba esforzando tanto para mantener a la familia, yo podía hacer lo mismo”, decidido, sacrificó salir con los amigos, tener una relación y no asistir a eventos familiares con tal de sacar adelante sus notas. Aunque Carlos ayudaba a su papá en algunos trabajos, nos comenta que siempre le repetía, “tú único trabajo es estudiar”.
Al terminar, María y Salvador, sus padres, le preguntaron si quería seguir estudiando, y él respondió que sí, que no quería parar hasta no lograr un título universitario. Le gustaba la ingeniería, así que ingresó al Community College, una opción educativa accesible, donde cursó por tres años. “Como inmigrante yo no tengo las mismas oportunidades de estudiar, el programa DACA, nos protege para no ser deportados y nos brinda un seguro para trabajar, pero no nos da ayuda económica para estudiar”. De este modo su padre trabajó muy duro y sin descanso, para pagar los estudios de su hijo, quien era considerado estudiante internacional, y las cuotas que tenía que solventar eran hasta tres veces más que la de los estudiantes nacionales. “Sin mis padres, yo no hubiera podido llegar hasta aquí”, enfatizó.
Hoy, Carlos logró una beca gracias a sus notas, e inició sus estudios de maestría en la Universidad Widener, y está decidido a no desistir en su lucha por ser el mejor. “Mi intención es crear mi propia empresa, y tener los recursos económicos suficientes para mí y para cuidar a mis padres cuando ya no puedan trabajar. Ahora entiendo lo difícil que fue para ellos decidir venir aquí, hoy los comprendo, los amo y se los agradezco infinitamente”, finalizó.