Chicago, EE.UU.- La afroamericana Regina McBride sujeta la foto de su hijo como si fuera un bebé. Agarra el marco por debajo y lo mece con los ojos cerrados, rezando con otras madres para que acabe la violencia armada que destroza a las familias más pobres de Chicago.
El hijo de McBride, Ronald Terrell James, perdió la vida de un disparo en la cabeza mientras estaba sentado en su vehículo. La Policía cree que pudo haber sido un intento de robo, pero cinco años después de su muerte el caso sigue abierto y a su madre le faltan respuestas.
«Él era mi primer hijo -cuenta McBride intentando contener las lágrimas-. Todavía tengo el corazón roto y sé que nunca terminará de sanar porque, cuando estoy en casa, él siempre va a estar ahí».
A veces, reconoce con voz temblorosa, le inunda la rabia porque siente que nadie ha hecho nada.
«Veo a esos hombres jóvenes cuando ando por la calle, que están abrazándose, que están gritando para llamar a sus madres. Mi hijo ya no me puede abrazar, ni puede abrazar a sus hijos. Y yo ya no puedo ni siquiera hablar con él», dice McBride a Efe.
Su hijo, que aparece en la foto con el pelo largo y un polo blanco, tenía 36 años cuando murió y dejó huérfanos a cinco hijos.
UN AUMENTO DE HASTA EL 450 % EN LAS MUERTES
McBride acudió este fin de semana a una vigilia organizada por el grupo «Supervivientes del Crimen por la Seguridad y la Justicia», dedicado a apoyar a las comunidades más golpeadas por la violencia armada.
Unas 50 personas, la mayoría mujeres, se concentran en un círculo en un parque. Todas sostienen la foto de alguien que ha muerto por la violencia armada en las calles de Chicago.
Viven en los barrios más pobres de la ciudad, mayoritariamente afroamericanos y donde la tasa de homicidios se disparó durante los últimos dos años de la pandemia.
Según la Policía, las muertes por heridas de bala en Chicago aumentaron un 70 % en 2021 comparado con 2019, antes de la pandemia; pero los números fueron incluso peores en los barrios de West Pullman, con una subida del 450 %, en North Lawndale con un incremento del 104 % o East Garfield Park, del 100 %.
Los activistas que trabajan para frenar la violencia, como el grupo Avance y el Instituto para la No Violencia en Chicago, creen que la pandemia provocó un aumento de muertes porque muchos jóvenes se quedaron sin empleo y empezaron a pasar más tiempo con las pandillas que dominan algunas zonas.
«La violencia es arrolladora», dice a Efe la afroamericana Bertha Purnell, quien en 2017 perdió a su hijo, Maurice, cuando alguien le disparó enfrente de una peluquería.
«Algún cobarde decidió que tenía que quitar la vida a otra persona. Y desafortunadamente, fue mi hijo», narra Purnell.
«CÍRCULOS» DE DUELO
Tras la muerte de su hijo, Purnell se dio cuenta sw que en su barrio de Austin, en el oeste de Chicago, no había ningún recurso para sobrellevar el dolor tras la muerte de un ser querido.
Con un único hospital, en su barrio abundan las casas tapiadas con tablones de madera, los comercios que ofrecen préstamos para un solo día y las esquinas donde se turnan aquellos que beben cerveza a plena luz del día y los que trafican con droga.
Ante esa realidad, Purnell decidió crear un grupo que se llama «Madres con una misión 28». El número 28 alude a la edad con la que su hijo perdió la vida y el objetivo del grupo es prestar asistencia psicológica a quienes pierden a un ser querido por la violencia armada.
Organizan «círculos» donde quien quiere puede compartir su historia y clases de yoga o zumba donde pueden apoyarse para soportar el dolor.
En la vigilia, Purnell invita al resto de participantes a encender una vela y a pronunciar en alto el nombre de sus seres queridos para mantener viva su memoria.
«Yamila», «Maurice», «Michael», «Yamal» y los nombres siguen. Algunos de los asistentes pronuncian más de un nombre y otros aluden a casos de afroamericanos muertos por la violencia de la Policía como George Floyd, que falleció en mayo de 2020 por asfixia, o Laquan McDonald, muerto en 2014 cuando un policía de Chicago le disparó 16 veces.
Encienden las velas y guardan silencio. Algunos cierran los ojos, otros fijan su mirada en el suelo y varias madres, como McBride, abrazan con fuerza la fotografía de sus hijos.