Ciudad de México. — El 20 de noviembre de 1976 México vio por primera vez cómo una madre mexicana portaba sobre su pecho la foto de un hijo desaparecido frente a un presidente, un acto osado en tiempos en que la disidencia era reprimida. Ella era Rosario Ibarra, primera mujer candidata a la presidencia y varias veces nominada al Premio Nobel de la Paz, que murió el sábado a los 95 años.
La Comisión Nacional de Derechos Humanos, que preside su hija Rosario Piedra, informó del deceso en su cuenta oficial de Twitter con un mensaje en que la calificó de “pionera en la defensa por los derechos humanos, la paz y la democracia en México”. Ibarra falleció en la ciudad de Monterrey, en el norte del país, después de varios años de tener una salud delicada.
Su lucha comenzó hace cinco décadas con ese simbólico gesto de ponerse en el pecho la fotografía de su hijo Jesús Piedra, miembro de un grupo armado comunista y desaparecido tras haber sido detenido y acusado del asesinato de un policía. Siguió hasta el final de sus días.
Siempre aguerrida, esta mujer menuda y sonriente nacida en el norte del país arremetió contra la corrupción, la impunidad y la simulación. Primera mujer candidata a la presidencia de México en 1982, lo intentó de nuevo sin éxito en 1988. Fue dos veces diputada y luego senadora y la nominaron cuatro veces al Premio Nobel de la Paz.
Las muestras de condolencias se multiplicaron tanto desde el gobierno como desde multitud de organizaciones que vieron en ella un ejemplo de perseverancia.
“Nos recordará siempre el más profundo amor a los hijos y la solidaridad con quienes sufren por la desaparición de sus seres queridos”, tuiteó el presidente Andrés Manuel López Obrador, un político al que ella había considerado un “querido y respetado amigo”.
Sin embargo, eso no la hizo cejar en sus convicciones.
En 2019, a los 92 años y ya con López Obrador como presidente, no quiso aceptar uno de los galardones más prestigiosos del país que otorga el Senado cada año, alegando que solo haría cuando se supiera la verdad sobre los desaparecidos del país que, según cifras oficiales, suman ahora casi 100.000 personas, el 98% desaparecidos desde 2006 cuando se incrementó la violencia vinculada a los cárteles.
“No quiero que mi lucha sea inconclusa”, expresó la activista en un texto leído por su hija Rosario Piedra, pues Ibarra no acudió a la ceremonia por motivos de salud.
“Dejo en tus manos (dirigiéndose a López Obrador) la custodia de tan preciado reconocimiento y te pido que me la devuelvas junto con la verdad sobre el paradero de nuestros queridos y añorados hijos y familiares y con la certeza de que la justicia anhelada, por fin los ha cubierto con su velo protector”, dijo al mandatario, presente en el acto y quien siempre ha dicho tener en Ibarra una de sus referencias de lucha política.
Horas antes, el presidente la había puesto como “ejemplo mundial de congruencia”.
Rosario Ibarra llevaba más de 40 años buscando a su hijo y, a través del Comité Eureka, fue una de las promotoras de la búsqueda de los desaparecidos del país, tanto de los de la llamada guerra sucia en la década de 1970 como de los desaparecidos actuales en el contexto del combate a la delincuencia organizada.
Su reclamo de la verdad y la justicia para los desaparecidos, así como su exigencia de amnistía para los presos políticos de México tuvo todas las formas posibles: encadenándose en lugares emblemáticos, con marchas, huelgas de hambre, visitas a campos y prisiones militares o incluso yendo 18 años seguidos a pedir justicia ante las oficinas de Naciones Unidas, como ella misma cuenta en el documental “Rosario”, de Shula Erenberg.
Fue también la mujer que le puso la banda “presidencial” a López Obrador cuando él se autoproclamó “presidente legítimo”, después que en las elecciones presidenciales de 2006 se diera oficialmente por vencedor a Felipe Calderón.
En respuesta, el hoy mandatario dijo que fue por ella por quien votó en las elecciones que le dieron la victoria en 2018, en un acto simbólico de reconocimiento a su figura.
“No permitas que la violencia y la perversidad de los gobiernos anteriores siga acechando”, le espetó la luchadora social desde las cuartillas leídas por su hija en el Senado hace tres años.
Lamentó en ese momento que la desaparición forzada continúe en el país, instó a seguir luchando “por la vida y la libertad” y dejó entrever que el gobierno “añorado” de la izquierda mexicana, un año después de llegar al poder, no había dado tantos resultados esperados.
“Las familias de Eureka hoy seguimos igual que hace tantos años”, dijo entonces. “La herida abierta sólo dejará de sangrar cuando sepamos dónde están los nuestros”.