La Reserva Federal envió una fuerte señal, la semana pasada, aumentando la tasa de interés de los fondos federales en 0.75 %, cuando la economía de Estados Unidos ya estaba desplegando varios indicadores de desaceleración. Dos aumentos previos de la tasa de interés, junto a la promesa de varios más este año y la disminución de las compras del Banco Central de bonos del gobierno y de los garantizados por hipotecas, que bastaron para apretar las condiciones financieras. Por ejemplo, casi se duplicó la tasa de interés de las hipotecas, desde 3% del año pasado, a casi 6% la semana pasada, el mayor incremento desde 2008. Como resultado, las compras de viviendas existentes cayeron al nivel más bajo en dos años, mientras que también disminuyó la construcción de viviendas, igual que la manufactura, el gasto al menudeo y hasta el mercado laboral, todos en desaceleración. Entretanto, la bolsa de valores viró hacia territorio bajista, cayendo 22% desde la cúspide récord alcanzada el 3 de enero.
Por ende, se desencadenó la ansiedad respecto a una próxima recesión y hubo hasta afirmaciones que ya estamos allí. Sin embargo, una voz experimentada intercedió, el mismo día que terminó la reunión del Banco Central. En una columna de opinión del New York Times (06|15|22), el anterior presidente de la Reserva Federal Ben Bernanke dijo que el banco “puede controlar la inflación,” dependiendo de por lo menos tres factores. Primero, la celeridad con la cual cederán los problemas de oferta, tales como los precios del petróleo o el desempeño de las cadenas productivas; segundo, cómo reaccionará el gasto ante la apertura de las condiciones financieras; y tercero, su credibilidad en el combate contra la inflación. De esos tres, el Sr. Bernanke dijo que el último es el más importante.