El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, ofreció un potente discurso en su investidura tras jurar su cargo, en el que hizo un llamado a la «unidad» para cuidar la «frágil y preciosa» democracia.
Estas son las frases más destacadas en su intervención, de 21 minutos.
UNIDAD
«El desacuerdo no debe llevarnos a la separación. Sin unidad, no hay paz, solo amargura y furia (…). Debemos terminar esta guerra no civil».
DEFENDER LA VERDAD
«Hay verdad y mentiras. Mentiras dichas por poder y por beneficios. Y cada uno de nosotros tiene una obligación y una responsabilidad como ciudadanos, como estadounidenses, y especialmente como líderes (…) para defender la verdad y derrotar las mentiras».
DEMOCRACIA
«Celebramos el triunfo de una causa, la causa de la democracia. Es frágil, preciosa. La democracia ha prevalecido».
RENOVACIÓN
«Es un día histórico y de esperanza, de renovación y resolución».
LIDERAZGO
«Lideramos no solo por el ejemplo de nuestro poder, sino por el poder de nuestro ejemplo».
MOMENTOS DIFÍCILES
«Amigos, este es un momento de prueba. Todos los colegas con los que he servido en la Cámara y el Senado aquí, sabemos que el mundo nos está viendo hoy. Estados Unidos ha sido puesta a prueba y saldremos más fuertes».
CRISIS
«Seremos juzgados, ustedes y yo, por cómo resolvamos esta cascada de crisis de nuestra era. ¿Nos levantaremos para la ocasión? ¿Seremos capaces de superar esta hora extraña y difícil?».
KAMALA HARRIS
«Hoy marcamos la jura de la primera mujer en la historia elegida como vicepresidenta. Que no me digan que las cosas no pueden cambiar».
RECONCILIACIÓN
“Seré el presidente de todos los estadounidenses. Lucharé tan duro por los que no me apoyaron como por los que lo hicieron».
ALIADOS INTERNACIONALES
«Repararemos nuestras alianzas y nos implicaremos con el mundo de nuevo, no para encarar los desafíos de ayer sino con los retos de hoy y mañana».
Biden tendrá que compaginar, además, su labor de comandante en jefe de las fuerzas armadas con la de «sanador en jefe» dado que hereda un país resquebrajado tras el violento asalto al Capitolio de una turba de seguidores de Trump.
Hace un año, su campaña titubeaba al borde del abismo después de perder estrepitosamente en las primeras citas electorales de Iowa y Nuevo Hampshire.
Sin embargo, resurgió de las cenizas y arrasó en el llamado «supermartes» en marzo en los estados del sur, donde aglutinó el respaldo de la comunidad afroamericana para catapultarse como candidato demócrata y finalmente arrebatar la Presidencia a Trump.
«Hace solo unos días la prensa y los tertulianos declararon esta campaña muerta (…) Estamos creando una campaña que puede unir al partido y batir a Donald Trump», exclamó a finales de marzo un eufórico Biden en un mitin en una cancha de baloncesto de Baldwin Hills, uno de los barrios más peligrosos de Los Ángeles.
Ocho meses después, cumplió lo prometido.
El AMIGO DE OBAMA Y COMPAÑERO DE KAMALA
Biden, de 77 años, paso ocho años como vicepresidente al lado de su «amigo» Barack Obama en la Casa Blanca, después de su trayectoria política en el Senado de EE.UU. (1973-2009).
Suele recordar, además, sus orígenes humildes en Scranton (Pensilvania) -su padre era vendedor de automóviles- en pleno corazón del cinturón industrial.
En las primarias progresistas, el aspirante presidencial demócrata tuvo que hacer frente a un adversario interno insospechado hace apenas una década: el fulgurante ascenso del ala más izquierdista dentro del partido encarnada por el senador Bernie Sanders, que le acusaba de carecer de la valentía para enfrentarse a los poderes establecidos, como el financiero de Wall Street, y de no querer llevar a cabo los cambios estructurales que requiere el país.
La congresista Alexandria Ocasio-Cortez, una de las estrellas progresistas en ascenso y que hizo campaña por Sanders, aunque ahora lo hace por Biden, ha reconocido la creciente grieta abierta entre los demócratas al asegurar que «en cualquier otro país sería impensable» que ambos estuvieran «en el mismo partido político».
El nuevo presidente, por su parte, se encargó de reforzar su imagen de pragmático moderado, en contraste con la ambiciosa propuesta de Sanders de implementar un sistema de sanidad universal en EE.UU., dio marcha atrás a propuestas como prohibir la fracturación hidráulica («fracking») y fue acomodando sus posturas al sector más tradicional de su partido.
Precisamente, Sanders y Ocasio-Cortez, que han reconocido sus notables diferencias con Biden, acabaron por prestarle su apoyo en la campaña porque, según han reconocido, lo principal era sacar a Trump de la Casa Blanca.
CARISMA «VIRTUAL»
El carisma es otro de sus puntos fuertes, algo que demuestra en sus cálidas y espontáneas interacciones con los ciudadanos, pero la inusual situación derivada de la pandemia.
Biden, fijó su centro de operaciones en su casa de Wilmington (Delaware), y pese a las limitaciones que eso representa, su propósito ha sido marcar diferencias entre su campaña y la de Trump, con mítines multitudinarios, sin respetar las distancias de seguridad ni la obligatoriedad del uso de mascarillas.
Paradójicamente, gracias a su menor exposición pública, ha podido controlar una de sus principales marcas de la casa: sus frecuentes meteduras de pata verbales. «Soy una máquina de deslices. Pero, por Dios, qué cosa maravillosa comparada con un tipo que no puede decir la verdad», ironizó a finales del pasado año al compararse con Trump.
Jill Biden, la brillante primera dama
Jill, que creció en el seno de una familia de clase media en Filadelfia, ha intentado mantener un rol discreto e independiente de la política que ha vivido a diario durante décadas.
Jill de 69 años hace historia al mantener su empleo de profesora pese a las demandas de su nuevo rol. Comenzó como maestra de secundaria para niños con necesidades especiales y durante la vicepresidencia de su marido en 2009 compaginó una apretada agenda institucional con su trabajo de profesora de inglés en un colegio universitario en Virginia, donde como primera dama seguirá desempeñando su trabajo.
Esa decisión, la de seguir manteniendo su independencia laboral, además de mantenerse al frente de la oficina de la primera dama, es histórica.
La primera dama obtuvo en 2007 un doctorado en educación, un título por el que trabajó durante seis años, pero que recientemente fue objeto de críticas misóginas de un columnista de opinión del diario Wall Street Journal. La columna, repleta de comentarios machistas, criticaba a Jill Biden -que públicamente ha dicho que su doctorado es uno de los logros que más le enorgullecen-, por usar públicamente ese título honorífico que posee, pese a no ser «médico ni haber ayudado a traer a alguien al mundo».
Jill y Joe se conocieron en 1975 en una cita organizada por el hermano del ahora presidente. Jill estaba aún terminando su grado de inglés en la Universidad de Delaware y se estaba separando de su primer marido. Joe Biden venía de pasar tres duros años tras la muerte de su primera esposa, Neilia Hunter Biden, en un accidente de tráfico, en el que también falleció su hija Naomi, aún una bebé.
Ambos contrajeron matrimonio en 1977 en una discreta ceremonia católica en la capilla de las Naciones Unidas en Nueva York.
Jill vino a reemplazar el vacío de la familia Biden para convertirse, no solo en esposa del entonces senador, sino también en madre para sus hijos, Beau y Hunter. «Puso las piezas de nuevo juntas. Me devolvió la vida y una familia», aseguró Joe Biden en una entrevista.
Tras cuatro años de matrimonio, nació la única hija de ambos: Ashley Biden, activista y trabajadora social muy cercana al recién investido presidente.
Sus estudiantes la llaman «Doctor B», y pronto también la tendrán que compartir con su lucha contra el cáncer, la pandemia y mejorar las condiciones de la infancia estadounidense.