A pesar de un patrón de acusaciones de abuso sexual, que se remonta a varias décadas, Donald Trump ha logrado sobrevivir a estas batallas legales y sociales y prosperar políticamente. Su capacidad para mantener una base sólida de apoyo, a pesar de estas acusaciones, plantea preguntas importantes sobre nuestra respuesta colectiva a la conducta sexual inapropiada en el ámbito político y lo que significa para el futuro del liderazgo estadounidense.
Una larga historia de acusaciones
El primer vistazo público importante sobre el comportamiento de Trump se produjo en 2005, cuando apareció una cinta de “Access Hollywood” en la que se lo veía alardeando de agredir sexualmente a mujeres. La grabación, que salió a la luz durante la campaña presidencial de 2016, fue un momento de ajuste de cuentas. Mostraba a Trump desestimando a las mujeres como meros objetos, hablando crudamente sobre agarrarlas en sus partes íntimas, y mostrando un total desprecio por la decencia básica. En cualquier otro contexto, tales revelaciones podrían haber puesto fin a una carrera política. Sin embargo, para Trump, apenas se registró como un obstáculo en su ascenso a la Casa Blanca.
Después de la grabación, varias mujeres presentaron acusaciones, que iban desde acoso hasta la violación sexual. Desde 2016, casi dos docenas de mujeres han presentado denuncias contra Trump, que abarcan incidentes a lo largo de cuatro décadas. Jessica Leeds contó un encuentro en la década de 1970 en el que Trump la manoseó en un avión, y lo describió como “como un pulpo”. Ivana Trump, su primera esposa, lo acusó de violación en una declaración de divorcio de 1989. Otras mujeres han denunciado agresiones en clubes nocturnos, en las propiedades de Trump y cuando era dueño de Miss USA y Miss Teen USA, Stacey Williams informó que Trump la manoseó en 1993 en la Torre Trump, un encuentro que, según ella, ocurrió durante una reunión organizada por Jeffrey Epstein.
Varias concursantes de Miss Teen USA acusaron a Trump de entrar a los camerinos sin anunciarse, una afirmación que el propio Trump pareció confirmar durante una entrevista de radio en 2005, en la que describió cómo entraba tras bambalinas en los concursos. La acusación de abuso sexual por haber penetrado a E. Jean Carroll en 1996 sin su consentimiento, dio lugar a un juicio civil en 2023, en el que Trump fue declarado responsable de abuso sexual y difamación, y en el que se le concedió a Carroll 5 millones de dólares. Otras, entre ellas Temple Taggart, Amy Dorris y Natasha Stoynoff, denunciaron diversas formas de acoso.
Las acusaciones continuaron durante sus años de campaña: la exmodelo Summer Zervos y la exmiembro de la campaña Alva Johnson, relataron el acoso durante sus campañas presidenciales. En conjunto, las historias ilustran un patrón constante que el expresidente ha negado, pero que ha afectado profundamente el discurso público sobre el poder, la política y la responsabilidad personal. Sin embargo, la defensa de Trump fue inquebrantable: negó todas las acusaciones, y a menudo calificó a sus acusadores de mentirosos, oportunistas o motivados políticamente.
La cuestión más importante aquí no es solo la de la culpabilidad o inocencia legal (Trump ha logrado evitar cargos penales en muchos casos), sino por qué estas acusaciones no lograron mermar su capital político. La respuesta podría estar en una combinación de factores: su marca personal, su capacidad para presentarse como víctima de una cacería de brujas política y la apatía de sus partidarios hacia las acusaciones.
Las consecuencias legales y políticas
La victoria en el juicio civil de 2023 para E. Jean Carroll, donde un jurado encontró a Trump responsable de abuso sexual y difamación, volvió a poner las acusaciones en el centro de atención. Sin embargo, incluso este veredicto no pareció obstaculizar sus ambiciones políticas. Negó las conclusiones del tribunal, apelando a su base al presentar el sistema legal como amañado en su contra. En el panorama político, las acusaciones de mala conducta sexual no necesariamente equivalen a una caída política. A menudo tienen el efecto contrario: consolidan una sensación de injusticia entre los partidarios de Trump, que ven su resistencia a rendir cuentas como una prueba de su condición de outsider, y contradictoriamente sus incondicionales se ríen de su comportamiento vulgar, de días antes de la elección, simulando sexo oral con un micrófono ante la multitud.
Además, las acusaciones van más allá del propio Trump. Su círculo íntimo también se ha visto envuelto en escándalos. Figuras como Rudy Giuliani, Corey Lewandowski y otros asociados con Trump han enfrentado acusaciones de acoso y mala conducta. Sin embargo, en el mundo de Trump, a estos individuos a menudo se los retrata como mártires de la causa, perseguidos por su lealtad al presidente.
La capacidad de Trump para evadir las consecuencias que podrían afectar a otros pone de relieve una tendencia más amplia en la política estadounidense: las líneas cada vez más difusas entre la moralidad personal y la legitimidad política.
Nominaciones polémicas: Gaetz, Hegseth, Kennedy en medio de escándalos sexuales
Al menos 4 de los candidatos de alto perfil del presidente electo Donald Trump para unirse a su gabinete han enfrentado graves acusaciones de conducta sexual inapropiada.
Elon Musk, CEO de Tesla y SpaceX, fue acusado de conducta sexual inapropiada por una azafata contratada por SpaceX que trabajó en su jet privado en 2016. En un informe divulgado en 2022 por Business Insider se indica que SpaceX pagó a la mujer 250,000 dólares como indemnización en 2018, a cambio de que ella acordara no presentar una demanda sobre su acusación que asegura fue falsa.
Matt Gaetz renunció al Congreso la semana pasada luego de la nominación de Trump para servir en su administración. Su renuncia inhibe la publicación del expediente del Comité de Ética de la Cámara sobre las acusaciones de conducta sexual inapropiada, incluidas las acusaciones de que pagó reiteradamente a una adolescente de 17 años por sexo. El jueves, Gaetz se retiró como el candidato de Trump para fiscal general, evitando una batalla de confirmación en el Senado por las consecuencias de una investigación federal de tráfico sexual.
El candidato del presidente electo Donald Trump para secretario de Defensa, el presentador de Fox News Pete Hegseth, Además de ser interrogado sobre sus ideas que podrían considerarse supremacistas y misóginas, un informe policial revela acusaciones de agresión en su contra. Tim Palatore, el abogado de Hegseth, ha dicho que a una mujer se le pagó una suma no revelada en 2023 como parte de un acuerdo confidencial para evitar la amenaza de lo que describió como una demanda infundada.
Vanity Fair publicó un extenso perfil de Robert F. Kennedy Jr., el candidato elegido por Trump para ocupar el cargo de secretario de Salud y Servicios Humanos, que incluía una conversación con una de las ex niñeras de su familia, quien dijo que el candidato la había manoseado. Cuando se le preguntó sobre la acusación en un podcast este verano, Kennedy la descartó y dijo: “No soy un chico de iglesia”.
La respuesta de la población
Lo más preocupante de la capacidad de resistencia política de Trump es la disposición de sus partidarios a pasar por alto o incluso aceptar su problemático pasado. Si bien algunos pueden creer genuinamente en sus políticas o estilo de liderazgo, hay un contingente innegable que parece desestimar las acusaciones como meros “ataques de izquierda” o como una señal de su desafío contra al grupo de poder político. Esta dinámica habla de la disfunción más profunda del discurso estadounidense, donde la lealtad partidaria a menudo triunfa sobre las consideraciones éticas básicas.
La capacidad de Trump para capear estas tormentas no es simplemente un testimonio de su carisma personal o su astucia política; también es un reflejo de una cultura más amplia que ha tolerado durante mucho tiempo (y, a veces, incluso excusado) la mala conducta sexual por parte de hombres poderosos. En un sistema donde el poder y la influencia están concentrados en manos de unos pocos, las acusaciones de abuso sexual pueden convertirse en una distracción más. Para muchos de los partidarios de Trump, las acusaciones son simplemente parte de la conspiración del “estado profundo” en su contra.
Un legado de negación
La actitud de Trump ante la mala conducta sexual es emblemática de un problema social más amplio: la normalización de la conducta depredadora por parte de los hombres en el poder. A lo largo de su vida, Trump ha negado, desviado y minimizado el impacto de estas acusaciones. Al hacerlo, se ha convertido en un símbolo del desequilibrio de poder que permite que ese comportamiento florezca sin consecuencias. Sus partidarios son cómplices de esta narrativa, ya que optan por hacer la vista gorda ante el daño causado por sus acciones en favor de una agenda política que se alinea con sus valores.
Las implicaciones de esta realidad van más allá del propio Trump. Revelan un fracaso sistémico a la hora de exigir responsabilidades a los individuos poderosos por sus acciones. La normalización de la mala conducta sexual, especialmente en el ámbito político, envía un mensaje peligroso a las generaciones futuras: que quienes ostentan el poder están por encima de la ley y que las víctimas de ese abuso no merecen justicia, y ahora tendrán un presidente que ha sido hallado culpable de abuso sexual, algo que especialmente para quienes han sido asaltadas sexualmente, será especialmente doloroso.