Ketanji Brown Jackson, una jueza en el umbral de la historia estadounidense. (Foto: EFE/MICHAEL REYNOLDS)

Con 17 años, Ketanji Brown Jackson dejó escrito su mayor deseo: «Ser nominada alguna vez como jueza». Tres décadas después, ha superado todas sus expectativas y está a las puertas de hacer historia, con un cargo vitalicio en el Tribunal Supremo de Estados Unidos.  Si es confirmada por el Senado, Jackson se convertirá en la primera mujer negra que ocupa un asiento en el Tribunal Supremo estadounidense, después de que el presidente Joe Biden la nominara para el cargo el 25 de febrero.

A sus 51 años, Jackson era la favorita de los progresistas para cubrir la vacante en el alto tribunal, debido sobre todo a que, cuando era jueza en una corte federal de Washington a finales de la década pasada, frustró algunos planes del entonces presidente, Donald Trump.

Su currículum incluye otros puntos llamativos: hace casi dos décadas representó a un preso de la base naval de Guantánamo (Cuba), y también contribuyó a reducir las penas de cárcel por delitos federales de drogas, que afectan desproporcionadamente a los negros y latinos.

Además, Jackson sería la primera jueza del Supremo que tiene experiencia como abogada a nivel federal para personas con pocos recursos, una labor que ejerció durante dos años para entender mejor cómo funcionaba el sistema de justicia criminal.

Desde el año pasado es jueza en la Corte de Apelaciones del Distrito de Columbia, considerado el segundo tribunal más importante del país.

Los abuelos de Jackson crecieron en el estado sureño de Georgia y tanto su padre como su madre, ambos maestros de escuelas públicas, se formaron en colegios segregados por raza y luego estudiaron en universidades para la población negra.

«Estoy bastante segura de que si trazan el linaje de mi familia (…) verán que mis antepasados fueron esclavos en ambos lados», dijo Jackson el año pasado en una audiencia ante el Senado.

Nacida en Washington DC en 1970, Jackson pasó casi toda su infancia y adolescencia en Miami, inspirada por la pasión por las leyes de su padre, que estudiaba Derecho con voluminosos libros mientras ella, a su lado, coloreaba cuadernos de su jardín de infancia.

Los padres de Jackson quisieron ponerle un nombre que reflejara su herencia africana y se decantaron por Ketanji Onyika, que significa «preciosa», o al menos eso les dijo una tía del bebé que hacía voluntariado en África Occidental.

«Mis padres me enseñaron que, al contrario que ellos, que tuvieron que enfrentar muchas barreras impenetrables, mi camino iba a estar despejado, si trabajaba y creía en mí misma», recordó Jackson en un discurso el año pasado.

Cuando expresó su deseo de estudiar en la Universidad de Harvard, su asesor académico le aconsejó «no aspirar tan alto» . Jackson no le escuchó y acabaría por graduarse cum laude de Harvard dos veces, antes de desarrollar una carrera meteórica que incluyó un periodo como asistente de Stephen Breyer, el mismo juez del Supremo al que ahora aspira a reemplazar.

También trabajó en la Comisión de Sentencias de EE.UU. para reducir las penas de la mayoría de los delitos federales de narcotráfico, incluidas las de cocaína en «crack», algo que permitió liberar al menos 1.800 presos y acortar las sentencias de unos 12.000.

Era un asunto que conocía de cerca: su tío fue condenado a cadena perpetua por un crimen no violento de drogas, aunque gracias a un acto de clemencia del expresidente Barack Obama, fue liberado en 2017, poco antes de morir.

Pero Jackson también creció familiarizada con el otro lado de la ley: otro de sus tíos fue jefe de Policía en Miami, mientras que un tercero fue detective y su único hermano fue un agente policial infiltrado en las calles de Baltimore, antes de ser enviado a Irak durante la guerra de 2003.

«Los presidentes no son reyes», proclamó Jackson en otro famoso fallo en el que decidió que Trump no podía impedir que un exabogado de la Casa Blanca, Don McGahn, declarara sobre la «trama rusa» ante el Congreso.

En 2019 bloqueó un plan de Trump para expandir las exportaciones exprés de indocumentados, aunque ese mismo año permitió que el presidente esquivara normas medioambientales para construir el muro con México, al opinar que el tema estaba fuera de su jurisdicción.

La magistrada lleva 26 años casada con el cirujano Patrick Jackson, de quien adoptó el apellido sin desprenderse del todo del de sus padres, Brown.

Ambos tienen dos hijas: Talia, de 21 años, y Leila, de 17. En 2016, tras la muerte del juez del Supremo Antonin Scalia, la menor de ellas urgió al entonces presidente, Barack Obama, que nominara a su madre para el Supremo.

«Es una persona decidida, honesta y que nunca rompe una promesa con nadie, incluso si preferiría hacer lo contrario», escribió la pequeña Leila, entonces de 11 años, en una carta enviada a Obama.

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