Desde su nacimiento en 1945, una de las tareas principales de la Organización de Naciones Unidas (ONU) ha sido buscar la paz y la cooperación entre los pueblos. Hoy, cuando nos acercamos a sus 80 años de vida, podemos ver cómo Taiwán busca vivir en paz con su región y el mundo, mientras China continental busca la agresión y provocación como método permanente.
Ante semejante agresión, sería decepcionante ver a una ONU neutral, pero es que ni siquiera hay neutralidad o equidistancia. En cambio, comprobamos el apoyo a una dictadura de 1.300 millones de habitantes y 35 trillones de dólares de PIB, contra una democracia pacífica de 23 millones de habitantes y 1,57 trillones de dólares de PIB (medido en paridad de poder de compra).
Taiwán no es solo una democracia transparente y pacífica que respeta el derecho de las minorías a expresar sus ideas y creencias. También es una economía clave en las cadenas globales de suministro de componentes de tecnologías de punta como los semiconductores.
El sistema internacional no tiene que elegir entre China y Taiwán. Esa falsa dicotomía fue impulsada por Pekín y tácitamente aceptada por la mayoría. Es urgente para la estabilidad de la región y la paz global que este enfoque erróneo sea repensado. La ONU enfrenta aquí un desafío existencial. Si no comprende la magnitud del problema, es probable que continúe consolidando su camino hacia la intrascendencia.
Un sistema global liberal (es decir, basado en el respeto de los derechos humanos) no puede tomar partido por una dictadura expansionista por sobre una democracia pacífica. Una creciente parte de la sociedad civil global está pidiendo a la ONU que ni siquiera defienda a una democracia, sino que, apenas, ejerza un nuevo rol como suerte de árbitro neutral.
Ni siquiera se le pide que defienda a la pequeña isla agredida por la enorme dictadura. Simplemente, se pide un ejercicio diplomático de la neutralidad. Si la ONU ni siquiera puede ser neutral en 2024, es razonable sostener que los demócratas y las democracias transparentes deben repensar las características de las instituciones que forman el sistema global liberal.
El desprestigio de la ONU es hoy evidente. También es hoy evidente el prestigio de Taiwán. La próxima Asamblea anual de la ONU se enfrenta al desafío de la oportunidad. Después de lo sucedido durante la pandemia del COVID-19, la ONU tiene que comprender que enfrenta la urgencia de incorporar a países, personas y actores de la sociedad civil transparentes, para aprender de los errores.
* Pedro Isern es director ejecutivo del Centro para el Estudio de las Sociedades Abiertas (CESCOS) www.cescos.org.