¡Basta!

Lo que estamos viviendo no es para tomarlo a la ligera ni mucho menos enarbolar posiciones polarizadas. Esto hay que verlo con extremo cuidado y procurar planteamientos que traigan luz y sosiego ante esta explosión social que hemos testimoniado.

Primero hay que admitir que se veía venir. No hay que ser un científico social, ni un profeta apocalíptico para darse cuenta de eso. Vivimos en un país altamente polarizado racial y políticamente. Esta polarización se recrudeció desde la elección de Trump en 2016. En los últimos tres años hemos sido testigos de cómo ha hecho y deshecho a su antojo, sobre todo, después que fue exonerado por el Senado estadounidense.

Durante esta crisis sigue haciendo comentarios incendiarios y racistas que han agudizado esta polarización. Su arrogancia y desprecio hacia los que no le soplan el ego o contra sus contrincantes políticos es despreciable y dicta muchos de sus valores éticos y morales. Añádase a esto la manera como su séquito de aduladores se ha referido a nuestra comunidad latinoamericana, -especialmente a los mexicanos y centroamericanos-, tratándonos de criminales. El encierro y separación de familias en jaulas, nos evoca los campos de concentración Nazi en la Alemania de los años 40 del siglo pasado.

El asesinato de George Floyd a manos de la policía fue la gota que colmó el vaso. Hemos visto los múltiples abusos de excesiva fuerza que se han cometido por algunos policías en diferentes estados y ciudades y donde la gran mayoría de los arrestados son ciudadanos negros o latinos como lo demuestran las estadísticas.

La dolorosa muerte de nuestro hermano Floyd no es un caso aislado. Es parte de un sutil y sistemático racismo que se ha erigido dentro de la psiquis colectiva de la sociedad estadounidense. La triste realidad de nuestro distrito escolar es parte de esto. Una cantidad de escuelas funcionan con presupuestos que rayan en lo miserable. La Edison HS es tan solo un ejemplo; con una población de 1081 estudiantes -la mayoría latinos- no cuentan con programas académicos y de desarrollo educativo. La disciplina interna estudiantil es un caos. Esto es parte de ese racismo institucional y esto no es de ahora, es parte de una agenda segregacionista que viene desarrollándose desde los años 50 del pasado siglo.

Esta violencia institucional originada en un crudo racismo es lo que creo provocó la explosión social como respuesta a la muerte del hermano Floyd.

El estallido violento que hemos presenciado aquí en Filadelfia es parte de tanta violencia opresiva que se ha venido acumulando en el alma colectiva de nuestra gente. Entendemos que la reacción contra tiendas, el incendio de autos policiales, el robo oportunista de algunos no es la respuesta correcta a la opresión. Pero también entendemos que la masa amorfa soltó de un tirón todo ese dolor acumulado y reprimido. Fue un contundente grito: ¡Basta!

¡Basta que nos sigan matando a nuestros jóvenes y buenos ciudadanos! ¡Basta que nuestras familias sigan hundiéndose en la miseria económica! ¡Basta que nuestros hijos sigan sufriendo la segregación educativa institucional! ¡Basta que nuestras comunidades sigan muriendo por servicios inadecuados de salud! ¡Basta de quedarnos callados, inmutables e impasibles!

La respuesta no es la violencia desorganizada. La respuesta es la paz y la paz organizada es asumir la responsabilidad que nos toca, levantarnos en una sola voz y gritar con el alma… ¡Basta!

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