(Foto: Cortesía/@VisitPhilly)

Siendo muy honestos, si las rentas fueran más baratas en la zona conurbada Bostoniana, probablemente el que suscribe se hubiera reubicado a la Nueva Inglaterra puritana, y esta columna olería a Clam Chowda’ más que a cheestake.

Pero afortunadamente, y para agregarle un toque de realismo mágico a la historia que mi yo, del 2014, escribiera, los números no cuadraron, y fue así como arribamos a la tierra de Rocky ése mismo año.

Philly por aquel entonces lidiaba aún con los residuos de la desastrosa crisis hipotecaria que comenzó en 2007, habiendo sido uno de los mercados inmobiliarios que se vieron más afectados y todavía tambaleándose por las consecuencias de la súbita pérdida de plusvalía.

Recuerdo mi sentimiento de asombro al percatarme de que algunas propiedades en el norte de Filadelfia se vendían por menos de veinte mil dólares en Brewerytown, zona que actualmente para efectos desarrolladores, es uno de los bastiones más visibles de la gentrificación.

Sólo ocho años después del punto de partida temporal de mi historia (2015, si te perdiste) sabemos bien lo que sucede ahora en esos vecindarios que pertenecen a lo que cada día se va conociendo más como “North of Center City”, en parte para evitar asociaciones con su tumultuoso pasado-presente.

El rayo gentrificador se destapa en Philly como consecuencia de las propiedades baratas, atrayendo incluso a familias expresidenciales con desarrollos como el propuesto por The Piazza en Northern Liberties. Filadelfia lleva ya un buen rato “open for business” entre concesiones, protecciones y jaleos; una ciudad llena de tantos edificios históricos que no hay vacilo al momento de proyectar desarrollos que involucran el derrumbe de unos cuantos para dar paso a la modernidad.

Recientemente miraba un documental acerca del renacimiento de Detroit y las repercusiones que las políticas permisivas después de la bancarrota han tenido sobre la calidad de vida de las familias, que ahí han residido ya por generaciones; a uno de los entrevistados se le escuchaba decir claramente “Detroit is not a blank canvas” y la frase se me quedó muy grabada, e inevitablemente me hizo pensar en Philly.

A los que trabajamos en Servicios Sociales, nos es evidente desde hace tiempo que la pubertad tardía que acongoja a Philly, ha fallado en contemplar a las familias más vulnerables junto con sus necesidades. Muchas de ellas han residido aquí por generaciones y cada vez sienten más cerca la presión del cerco inmobiliario que va influenciando el costo de su realidad, y los orilla a un cambio para el cual no se encuentran preparados.

Toda esta situación me hizo pensar en el mural de la Rueda pintado por mi paisano José Clemente Orozco; éste pequeño fragmento tomado de la web me ayudará a trazar el paralelismo de ambas historias:

“tenemos que la rueda avanza, hacia adelante -por supuesto-, pero sin que quede claro cuál es su destino. Pareciera que el movimiento se ha convertido en sí mismo en destino. Este progreso deslumbra por su esplendor. Pero es un progreso deshumanizado, donde los objetos han adquirido un papel de fin último”.

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