Filadelfia, PA – “Cosa rara es el ser humano; nacer no pide, vivir no sabe, morir no quiere; cosa rara es el ser humano.” Esta frase se le ha atribuido al poeta chino Li Po, quien nació en el año 701 de nuestra era común y es considerado uno de los poetas más importantes de la literatura China.
Esta frase me lleva a considerar el tema que corre de boca en boca por toda la nación, volver a la normalidad o asumir la “nueva normalidad”. Cualquiera que piense que volveremos a la “normalidad” está construyendo castillos de arena. Esta llamada “nueva normalidad” la tendremos por lo menos por los próximos dos años. A pesar de las optimistas “trumpanadas” de la Oficina Oval (perdón, quise decir tronadas), la realidad es que cuando miramos a lontananza, como decían los viejos de antaño, lo que se vislumbra es incierto. Me uno a las palabras de Harvey V. Fineburg, expresidente de la Academia Nacional de Medicina, “Nos espera un futuro lúgubre.”
Lúgubre porque, qué se puede esperar de un gobierno que antepone sus intereses políticos al bienestar y salud de sus gobernados. Incierto, porque los seres humanos prefieren volver a la normalidad sin tomar en cuenta la complejidad de esta pandemia y pretender continuar la vida con tantos muertos a nuestras espaldas. Afirman los científicos de la conducta que los efectos de crisis como esta marcan la vida de los afectados para siempre. De igual manera afirman que pueden aflorar hermosas manifestaciones de solidaridad y lo hemos visto. Lo que todos están de acuerdo es que no hay vuelta atrás.
Contemplemos la normalidad antes de la pandemia. Vivíamos, bebíamos y comíamos sin ocupaciones ni preocupaciones. Nuestro barrio, infestado de drogas y falto de representación política, no nos preocupaba ni nos alertaba. Estábamos tan ocupados en nuestros “quehaceres” que olvidábamos a nuestros ancianos en sus hogares de cuido. Nuestros hijos se auto recreaban con sus juegos electrónicos y sus contactos en las redes sociales. Era más fácil que la escuela lidiara con nuestros hijos, pues luego de un largo día de trabajo o quehaceres en el hogar, quién se anima a sentarse y ayudarles en sus tareas escolares. Era más fácil escaparse a una barra o irse al cine o las tiendas para aplacar la ansiedad del trabajo y de los conflictos conyugales. Nos hicieron consumidores compulsivos y ahora no tenemos donde descargar esa compulsión. ¿A esa es la normalidad que se pretende regresar?
¿Y qué tal la “nueva normalidad? Ahora limitados por las restricciones contra el contagio; que no te acerques, que no abraces, que no beses, no sabes quién puede estar infectado. El CDC estima que hasta un 25% de infectados podría ser asintomáticos. Los científicos de Islandia dicen que podría ser hasta un 50%.
Ahora con mascarillas podemos disimular la hipocresía y el desamor. Ahora todos somos peligrosos. Nadie está a salvo. Parecemos fantasmas escondidos a pleno sol y no nos dimos cuenta de que nuestra vulnerabilidad ha quedado al desnudo y el miedo se empotró como norma general de conducta. Valla nueva normalidad. Esto es el jaque mate del control social. Max Weber y George Orwell estarán dando gritos de victoria diciendo, “Lo dijimos y nadie quiso escucharnos.” La nueva normalidad implica que ya no hay que ejercer coerción para controlarnos. Hemos aprendido las reglas del juego: no tocar, no abrazar, no besar; cuidado con el otro, puede estar infectado.
Bien dijo el buenazo de Li Po, “Cosa rara es el ser humano; nacer no pide, vivir no sabe, morir no quiere. Cosa rara es el ser humano.”