Buenos Aires, Argentina.- La vida de Diego Armando Maradona, todos sabemos, ha sido accidentada, tumultuosa, con desbordes permanentes en todo sentido, por lo que no tiene que asombrarnos todo lo que se vivió en el sepelio de su cuerpo.
Pero el caos podría decirse que empezó con la elección del lugar. Cualquier iluminado podría haberse dado cuenta con anterioridad, que el Salón de los Patriotas de la Casa de Gobierno argentina, no era el lugar adecuado para recibir a una multitud estimada en más de un millón de personas que querían darle el último adiós al ídolo futbolístico de todos los tiempos. Una vez más, la utilización política del astro le ganó la pulseada al raciocinio, y las consecuencias fueron apareciendo de una en una. Dolor e indignación por donde se lo mire…
Jugadas políticas y caprichos personales se mezclaron despiadadamente para armar un cóctel explosivo que repercutió adentro y afuera del recinto donde se estaba llevando el acontecimiento del siglo, pero que nunca repercutió en la conciencia de unos y otros que hasta tuvieron tiempo para pasarse facturas políticas, alimentando una grieta que dicen cuidar y fomentan permanentemente con el cuchillo escondido entre las ropas. ¿Tanta necesidad de protagonismo tienen nuestros políticos?
Tal vez todo podría haber sido más sencillo si se hubieran aceptado los ofrecimientos de los clubes Argentinos Juniors (donde Diego jugó desde sus inicios hasta trascender) y de Boca Juniors, donde era uno de los ídolos indiscutidos. Ambos pusieron a disposición de los deudos, sus campos de juego para hacer más simbólico aún el momento que nadie se quería perder. De haberlo hecho, quizá no hubiera habido desbordes, ni corridas, ni destrozos, ni botellazos por el aire, ni tanta exposición para que el virus pandémico hiciera de las suyas.
Ni distancias, ni protocolos ni nada parecido en medio de un momento sumamente difícil para la humanidad. El descontrol, una vez más, se impuso categóricamente en un país donde se exigen controles para todos, menos para quien lo ordena. Desfachatez a la enésima potencia.
En tanto, el espíritu del héroe usado observaba todo desde su cómoda situación, ya liberado de plagas, de adicciones, de falsos amigos, de oportunistas, de aves rapaces y de tantas alimañas que lo persiguieron en la vida. Seguramente, de poder haber elegido, hubiera optado por algo más sencillo y tranquilo y con la consigna que nadie se quedará afuera, que todos pudieran pasar por el frente de su féretro y llorar o reír o simplemente saludar.
El cortejo, también payasesco y desorganizado, lo depositó finalmente donde él quería estar; al lado de la Tota y de Chitoro, sus adorables padres y mejores anfitriones.
El féretro que contiene el cuerpo de Maradona, en el velatorio de la Casa Rosada. EFE