Latinoamérica la componen parte de América del Norte, Centroamérica, el Caribe, y Sudamérica. Todas nuestras naciones latinoamericanas fueron producto de diversas diásporas europeas, la africana y los indígenas (entre ellos Incas, Mayas, Aztecas y Taínos), que son los pueblos originarios que llegaron antes de la barbarie devoradora de los europeos. Esos pueblos originarios construyeron imperios y civilizaciones como el impresionante Tahuantinsuyo inca, que cubría el litoral Pacífico de Sudamérica de norte a sur. Ni hablar de la monumental civilización Maya, que iba desde el Pacífico sur de Mesoamérica hasta la península de Yucatán.
En el Caribe se instalaron los Taínos (Puerto Rico, República Dominicana, Cuba y Jamaica). Estos fueron descendientes de los Araucanos y los Ingerís. Cuando comienza la colonización, en 1508, se estima que en las cinco Antillas había medio millón de indígenas (mayormente Taínos). Para inicios del siglo XVI, se estima que solo quedaban unos 50 mil. Esta drástica merma en la población indígena fue producto de enfermedades (contraídas por el contacto con los colonizadores europeos), de los duros trabajos forzosos a los que fueron obligados, las masacres y exterminio al que fue sometida esta población. En menos de cien años la comunidad taína del Caribe se redujo en un 90 por ciento.
El poeta puertorriqueño Juan Antonio Corretjer, en su poema Oubao-Moin (Isla de sangre) desglosa en dolorosas metáforas las desgarradoras imágenes de ese exterminio. A falta de indígenas, los europeos le arrancaron al corazón de África, millares de hijos e hijas que terminaron en lejanas tierras, poblando, sembrando y cuidando los hijos y las propiedades de los nuevos amos del Caribe.
528 años después, ese amasijo de culturas que fueron entrelazándose entre sueños, luchas, canciones y esperanzas; esas voces negras, blancas y taínas siguen presentes en el palpitar cotidiano de nuestras comunidades. De allí es que salen las mujeres y hombres que nos trajeron a estas tierras. Parece que llevamos en la sangre la resiliencia de esos antepasados, quienes, contra viento y marea, contra azotes y persecuciones sobrevivieron y nos dejaron este mosaico de culturas que representamos. Esto forma parte de la explicación de porque nuestras comunidades son tan vibrantes y dinámicas. Por eso ni el rechazo, ni la indiferencia, ni el odio nos detiene, no nos asusta. Hemos cruzado desiertos, mares, océanos. Hemos sufrido hambre, sed, cansancio. Hemos huido de dictaduras, gangas asesinas, desastres naturales. Tenemos la fortaleza para ser comunidades mucho más potentes, mucho más activas en el devenir de nuestro progreso.
De esa historia han salido nuestros héroes y heroínas. Hombres y mujeres como Cesar Chávez, Roberto Clemente, Sonia Sotomayor, Rigoberta Menchu y los millares de madres y padres que lo han dado todo por el bienestar y la educación de sus hijos. De la semilla que hemos nacido siguen saliendo retoños que se van enraizando en las instituciones educativas, sociales y religiosas. Por eso el futuro de nuestras comunidades es esperanzador. Ya tenemos nietos que respiran en nuevos horizontes y anuncian la continuidad de nuestra latinoamericanidad.
Lo que nos urge es entender nuestra función histórica, y creo que en parte la hemos cumplido. Hemos sabido apoyar y sostener a los familiares que quedaron atrás. Sin nuestra contribución económica nuestros familiares lo hubieran pasado peor. Tenemos un poder económico impresionante, pero lo ignoramos. The Latino Donor Collaborative (LCD) en su informe de 2020 dice que, si la población latina en los Estados Unidos de América fuera considerada una economía independiente, sería la octava economía del mundo. Sería más grande que la economía de Brasil y dos veces más grande que la de México. Dice el informe que el Producto Interno Bruto (PIB) del mercado latino en el 2018 fue de $2.6 trillones, 9 por ciento más que en el 2017 que fue de $2.3 trillones de dólares. El PIB es el valor total de los bienes y servicios finales producidos por un país, durante un tiempo definido.
Somos una fuerza laboral de tal magnitud, que somos responsables del 78 por ciento del crecimiento de nuevos empleos en la fuerza laboral desde la gran recesión del 2008. Esto demuestra que no somos parias en esta tierra, que indocumentados o no, somos gente que produce y trae progreso. Ese monumental crecimiento económico nuestro, no siempre se refleja en nuestras comunidades porque lo ignoramos, nos creemos incapaces de hacer cambios profundos, que redunden en justicia y bienestar para nuestra gente. Con esto en mente urge realinear nuestros proyectos. Si queremos que nuestros sueños se concreticen, tenemos que aprender a invertir y reinvertir en nuestros propios negocios y nuestras propias comunidades. Que ese poder económico se vea en las calles y en las sonrisas de nuestros niños. Todos somos diáspora y heredamos el rol histórico que nuestros antepasados ejercieron. Nuestra historia lo confirma y la significativa contribución económica latina lo corrobora.