(Foto: Ilustrativa/Pexels)

El regreso a clases este marcado por la preocupación e incerteza latente por los nubarrones que se ciernen sobre el panorama educativo; y que, en su componente más dramático, se expresa en la gran hemorragia de docentes, que desilusionados abandonan la profesión, y en las grandes dificultades para reclutar nuevos profesores.

¿Qué está pasando? ¿Por qué se han disparado tanto las cifras de fracaso escolar? ¿Por qué nuestros estudiantes se van quedando cada vez más rezagados en las pruebas estandarizadas internacionales? ¿Por qué tantas universidades están cerrando sus facultades de educación y pedagogía? ¿Por qué, a pesar del desempleo, muy pocos quieren aplicar para trabajar como profesores, a pesar de que hay tantas plazas disponibles?

Desde los siglos IXX y XX han pululado las teorías educativas; desde las pedagogías de fondo liberal, que buscan desarrollar todas las libertades del niño y que rechazan toda medida coercitiva o disciplinaria hacia los chicos con problemas de comportamiento para no “traumatizar”; las teorías de la creatividad, que se centran en la autonomía del infante para aprender y en el profesor como mero acompañante, o desde los modelos de “adquisición de competencias”, parecía que todo apuntaba hacia un “fin de los tiempos y un mundo feliz” en la escuela, pero ha resultado lo contrario.

Hay razones objetivas para que la profesión docente resulte cada vez menos atrayente; entre estas, los bajos salarios que se pagan en una profesión tan sacrificada; las altas exigencias para poder acreditarse, el tener que lidiar con adolescentes que no tienen respeto por ninguna autoridad; y que a menudo son groseros y manipuladores, con padres cada vez más permisivos, y que no se ocupan de que cumplan con sus tareas y deberes.

Pero a esto se  podría sumar el menosprecio de la sociedad posmoderna de las raíces de la familia natural y los valores tradicionales; en particular, la fuerza de las “Teorías del Género”, que está impactando el desarrollo psico-emocional de los infantes.

El Doctor Benigno Blanco lo describe, en breve: “es afirmar que en materia de sexualidad no hay nada natural, que todo lo que hemos asociado históricamente a la idea de sexo, de masculino o de femenino, es una construcción cultural cambiante y cambiable, que no hay ni hombres ni mujeres, sino plurales orientaciones afectivo sexuales reconfigurables a gusto y discreción de cada quien, y que, por lo tanto, en materia de sexualidad no hay nada natural, antinatural, bueno, malo, conveniente o inconveniente”.

Semanas atrás un medio publico alertó que desde los mismos Centros de Control de Enfermedades están fomentando un “Qchat” para menores donde pueden hablar de temas queer, sexo, activismo y transgenderismo en general, con una opción de “esconder” rápidamente, y así mantenerlo oculto al monitoreo de los padres. En Inglaterra, la organización Stonewall está siendo criticada por afirmar que a los niños se les debe enseñar desde los dos años a que investiguen si son transgénero. Hechos que han llevado al doctor Patrick Lappert a afirmar que “iniciar procedimientos transgénero en niños desde temprana infancia crea pacientes para toda la vida”; es decir, estos serán niños, jóvenes y adultos que arrastrarán sufrimientos y una vorágine psico-emocional por toda la vida.

¿Podemos esperar una niñez y entorno familiar sano, que estimule en los niños el deseo genuino de investigar, de aprender, de buscar excelencia escolar, en vez de someterlos prematuramente a la montaña rusa de hallar una identidad sexual? Hay procesos naturales, facilitarlos no es coaccionarlos. Los extremos son negativos, la responsabilidad colectiva, es la aceptación amorosa de todas las diferencias humanas, no su manipulación.

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