El 3 de agosto de 1492 sale Cristóbal Colón de Puerto de Palos, auspiciado por los Reyes Católicos de España, Isabel y Fernando, en busca de una ruta comercial más cerca para las indias. La Pinta, La Niña y la Santa María llegan a la costa norte del Caribe el 12 de octubre de ese mismo año. Según la versión tradicional de la historia, Colón estaba seguro de que había llegado a las indias, cuando en realidad llegaba a un territorio totalmente desconocido y con gente muy diferente. A este fenómeno histórico, de creer estar donde no se está, de llamar las cosas que son con el nombre de lo que no son, se le ha llamado el síndrome de Cristóbal Colón.
Cuando damos una mirada al panorama histórico, político, social y aun religioso, parece que son muchos los que sufren (puedo decir, sufrimos) de esta condición. Este síndrome puede ser tan pernicioso que aún a más de 500 años de historia americana seguimos llamando “indios” a los nativos americanos. Seguimos llamando “descubrimiento” a lo que fue un exterminio de comunidades indígenas. Seguimos llamando “conquistadores” a los que fueron asesinos en masa, maniáticos violadores, ladrones del oro indígena. La revista “Quaternary Science Reviews” (Ed. marzo 2019) publicó un estudio donde revela que en los primeros 100 años del coloniaje europeo en el nuevo continente, el 90 por ciento de la población indígena fue exterminada. Aproximadamente, unos 60.5 millones de indígenas habitaban el continente antes de la invasión europea, y para el año 1600 solo quedaban unos 4.7 millones, o sea 55.8 millones menos.
En el plano social tampoco escapamos de este síndrome. Los latinoamericanos en EE. UU. somos una comunidad de 61 millones de habitantes y se proyecta que para el 2050 seremos unos 100 millones. Llegamos a este país tras el sueño americano, y son millares para quienes ese sueño se ha tornado en una tétrica pesadilla. Vivimos pensando y afirmando una libertad que solo nos sirve para ahondar las diferencias económicas y sociales con el resto de la población. Nuestras comunidades son más inseguras, más propensas a la drogadicción, a la pobreza y al desplazamiento. No hay duda, tenemos muchas más cosas que en nuestros países de origen, pero el tener cosas no erradica la pobreza, al contrario, la recrudece, porque compramos lo que no necesitamos con el dinero que no tenemos.
En el ámbito de lo religioso el síndrome de Cristóbal Colón es mucho más interesante. Muchos religiosos cristianos y no cristianos anuncian que están exentos de los vaivenes de la vida. Eso lo vimos a inicios de la pandemia del COVID-19, cuando varios líderes religiosos desafiaron el cierre de iglesias y proclamaron su “protección divina”. Esto resultó en la muerte de al menos dos pastores y cientos de infectados. La verdadera fe es un antídoto contra este síndrome, pero muchos religiosos prefieren vivir en tradiciones humanas y ficciones bíblicas que sólo se asemejan a la magia de Disney World, y a veces hasta la supera. Si leen la Biblia, notarán que solo dos personajes bíblicos no experimentaron la muerte, y solo cinco personas fueron resucitadas. Millares murieron en el desierto en camino a la tierra prometida, decenas de profetas fueron asesinados por los propios israelitas, la mayoría de los reyes de Israel fueron corruptos. La Biblia es un libro para vivir con los pies en la tierra y no una licencia para inventarse el cielo.
¿Y qué tal las elecciones presidenciales del 2020? En este contexto parece que el síndrome está bastante generalizado. El partido demócrata da por sentado que el voto latino seguirá inclinándose en su favor. Por otra parte, al partido republicano coincide en ello por lo que no le atrae mucho la idea de promover la inscripción electoral entre los. Esto conlleva a que 36 millones de votantes latinos queden al margen de la campaña política de ambos partidos. Sin embargo, muchos de nuestros líderes que pululan en las filas de ambos partidos, viven creyendo el cuento republicano o demócrata, y corren tras promesas de campaña que nunca se concretan en nuestras comunidades.
Hasta que nos organicemos como comunidad latina, especialmente la puertorriqueña y mexicana, seguiremos viviendo en el Macondo del sueño americano. Tenemos que crear nuestro propio movimiento político y levantar nuestros propios candidatos. No para llenar las filas a los demócratas o a los republicanos, sino para tener nuestra propia agenda común y promover el desarrollo económico y social de nuestras comunidades. Solo entonces nos tomarán en cuenta.