Una cosa que nos debe quedar muy clara de la recién pasada contienda presidencial del 2020, es que los puertorriqueños y latinos en general sólo representamos un número. Fue en el último mes de la elección que le dieron un tímido trato a la comunidad boricua y latina. ¿Dónde nos deja eso? Nos deja en una muy interesante disyuntiva. O seguimos la misma pasividad de dejar que manipulen nuestro futuro y progreso, o hacemos una pausa y reflexionamos, en que tenemos que mirarnos en el espejo de nuestra puertorriqueñidad. Tenemos que darnos cuenta de que tenemos que romper con esa falsa expectativa de esperar que hagan por nosotros lo que nosotros podemos hacer por nosotros mismos. Urge que nos sentemos y tengamos una conversación seria entre nosotros para poner los puntos sobre las íes.
Primer punto; como líderes, hemos pasado por alto la educación política de nuestra gente. Por un lado, hemos dejado que los políticos de carrera tengan el control electoral de nuestros barrios. Por el otro lado, nos hemos hecho los de la vista larga, abandonando nuestra responsabilidad civil, no participando en los eventos políticos que dan forma al futuro de nuestros hijos e hijas. Para nosotros, los puertorriqueños y latinoamericanos, la participación electoral no debería ser un asunto ideológico, sino uno de sobrevivencia. La sociedad estadounidense en su discurso de ser una sociedad inclusiva, lo que pretende es absorber las comunidades minoritarias y tornarlas en la continuación de un sueño de progreso, que en realidad es una pesadilla de consumo desenfrenado.
Nosotros tenemos una herencia histórico-cultural tan rica que podríamos ser el catalítico social que necesita nuestra nación para el avance político que necesitamos. Tenemos los números y la pasión para ser esa fuerza, lo que no tenemos son los instrumentos políticos que encaminen esa fuerza hacia comunidades prósperas, económicamente sólidas y con un profundo sentido de participación en los eventos que transformarán nuestras vidas.
Segundo punto; la partidocracia estatal no nos representa y no es el vehículo para nuestro desarrollo social ni económico. Nos urge desarrollar nuevos líderes, con un profundo arraigo en nuestras comunidades. Hombres y mujeres que sepan devolver a sus comunidades el amor y el apoyo que ellos recibieron durante su formación. Si no levantamos nuestros propios líderes y los formamos, estaremos condenados a que los “chulos” de la pobreza, los que usan la necesidad de la gente para aprovecharse de ella, sigan viviendo de nuestras esperanzas.
Tercer punto; las agencias puertorriqueñas sin fines de lucro tendrán que hacer un alto, y pensar que dar servicios sociales sin educar a los que lo reciben, es perpetuar la dependencia y la marginalidad. Hay que enseñarle a nuestra gente a pescar y desarrollarán la virtud de emprender nuevos negocios y proyectos, que encaminen al progreso y al desarrollo económico de nuestros barrios.
Cuarto punto, tenemos que educar a nuestros jóvenes todo lo posible y a tantos como podamos, para que una vez educados no abandonen el barrio, sino para que reinviertan toda esa educación en el futuro de las comunidades que los vieron crecer. Ellos serán nuestros jueces, nuestros líderes de barrio, nuestros gobernadores, nuestros senadores y representantes. Tenemos en nuestras manos un futuro brillante. Dejar que los políticos de carrera sigan secuestrando nuestro progreso es algo que nuestras futuras generaciones no nos perdonarán.
Quinto punto, la diáspora puertorriqueña debería centrarse en buscar una agenda común, en cuanto a la situación colonial de Puerto Rico. Los sondeos que se han hecho sobre la situación política de la Isla muestran un creciente descontento con el tipo de relación que ya, por 122 años, el Congreso ha mantenido. Este asunto no debe ser un tema ideológico, sino un tema de justicia y derechos humanos. Es “vox populi” que Puerto Rico es una colonia, y mientras sea colonia sufrirá las consecuencias de ser víctima de corporaciones extranjeras, que no tienen ningún interés en el bienestar de los puertorriqueños. Es apremiante un proceso descolonizador. Nosotros en la diáspora tenemos la fuerza política para cabildear y romper con el monopolio político que el sector pro-estadista ha tenido sobre el Congreso en los últimos 20 años.
Sexto punto, la comunidad indocumentada tiene que ser parte de nuestra agenda. Esos millares de hermanos y hermanas latinoamericanos tienen en la comunidad boricua un aliado seguro. Un voto para un puertorriqueño es un voto para la reforma migratoria, porque los puertorriqueños somos parte de la comunidad latinoamericana y nuestros indocumentados aportan grandemente al desarrollo económico de nuestras comunidades. Sobre todo a los “Dreamers”, es necesario apoyarles y desarrollar alianzas que eventualmente cambiarán el tablero político.
Séptimo punto, la iglesia deberá abrirse a nuevos enfoques. La iglesia no existe para sí, sino para el mundo. La iglesia es donde nuestra comunidad habita y adora, y debería ser un lugar de encuentro y conversación; pero la iglesia tiene que romper con el sectarismo y abrirse a las preocupaciones e intereses de su comunidad. Si no, estaría huyendo de su responsabilidad bíblica (luz del mundo y sal de la tierra).
Aquí dejo estas sugerencias, a ver si nos sentamos y armamos la agenda.