Inés duerme, mientras las primeras gotas de una lluvia anunciada, golpea el techo de chapa de la humilde casa que le prestó un tío viejo y bueno. Parece dormir plácidamente. De golpe, un trueno estalla en la madrugada y la sobresalta al extremo de sentirse invadida una vez más.
¡Basta!, grita a la nada, oscura y sensible.
De haber una foto, mostraría a Inés sentada en su cama con sus brazos cubriendo su cabeza marchita y golpeada. Unas lágrimas negras pegadas en su cara muestran las huellas inexorables que produce la mezcla de llanto con rímel. Muestran también la impotencia y la pérdida de los derechos otrora ganados por el hecho de haber sido criada en uno de esos hogares donde siempre se privilegió el sentido de las cosas. Donde cada detalle de la vida fue agregado en la mochila de la experiencia y de la sensatez.
Aun turbada, mira a su alrededor y respira aliviada. Su esposo ya no está. Levanta aún más la vista y certifica que su pequeña María está en su cuna durmiendo con la paz del desconocimiento. Apenas tiene cuatro meses y su charla con la vida se limita a la teta de su madre y a dos o tres sonrisas complacientes para quien ensaye una morisqueta delante suyo. Aunque cada vez son menos los que la vienen a visitarles.
Como casi todos los días, padece su convivencia con los dolores de cabeza que no cesan ni siquiera con analgésicos. Se lava la cara y respira. Tendrá algunas horas para vivir tranquila y para charlar con alguna de las pocas amigas que le quedan. No es que no sea una cultora de la amistad, pero cada día le da más vergüenza que la vean en un estado en el que nunca se imaginó ver.
Es que las huellas son indisimulables, como también sus ganas de dar explicaciones de una situación que se nota a simple vista.
Realmente no sabe cuál fue el motivo por el cual el hombre bueno que conoció hace unos años en aquel encuentro de motociclistas, se había convertido en la bestia sorda y muda que estaba destruyendo su alma y su futuro. Ese hombre que ahora estaba lidiando con un odio desbordado, que había transformado su persona en tan poco tiempo, y que la estaba llevando por caminos intransitables y colmados de violencia.
Inés es linda, lindando con la hermosura propiamente dicha. Y tal vez haya sido eso lo que produjo el cambio de carácter de su marido. Algún chiste fuera de lugar de alguno de sus amigos o los celos incalificables e inapropiados, o la suma de todas esas cosas dentro de una mente débil y propensa a imaginar películas de terror, aunque la protagonista fuera Cenicienta.
La lluvia es cada vez más fuerte y se cuela por el techo, las primeras gotas se filtran sin ser invitadas a la ceremonia. Suena paradójico y no puede menos que relacionarlo con su vida. Inés sufre por eso y por las consecuencias. Sabe que será la culpable de este fenómeno y que tendrá que justificar que no había salido de su casa y que la lluvia no sabe de tiempos ni de contratiempos, ni de locuras ajenas. Sabe que ya lleva vividas dos horas de ausencia ajena y que falta menos para que él llegue de nuevo, la maltrate, la ultraje, y la llene de ganas de no vivir más. Decisión dura y problemática por las consecuencias ulteriores que siempre vienen atadas de la mano de los locos.
¿El remedio o la enfermedad? Piensa, mientras alimenta a su hija en uno de los pocos momentos placenteros de su enfermiza vida.
VIOLENCIA DOMÉSTICA EN LA CIUDAD
En Filadelfia, se dispara 189% los asesinatos por violencia doméstica en comparación con 2020. Desde marzo de ese año, distintas ciudades de Estados Unidos han reportado un incremento en homicidios domésticos. Las autoridades locales señalan que el confinamiento y los estragos económicos provocados por la pandemia son las principales causas del aumento de crímenes violentos tanto domésticos como de pandillas.
LA LEY
El abuso físico y mental o la amenaza de este tipo de abuso son contrarios a la Ley. Aunque usted decida no presentar cargos penales contra el abusador, Pensilvania tiene una Ley de Protección Contra el Abuso (PFA, siglas en inglés) que puede ofrecerle a usted y a sus hijos protección a través de un tribunal.
Línea directa nacional de violencia doméstica: 1-800-799-7233, llame o envíe un mensaje de texto con LOVEIS al 22522. Línea directa nacional de agresión sexual: 1-800-656-4673