Puerto Rico y la diáspora boricua se engalanó de orgullo y fervor patrio con la conquista de la presea de oro en los 100 metros con valla, en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, por la boricua, Jasmine Camacho-Quinn. La atleta no solo se llevó la presea dorada, sino que se convirtió en la cuarta mujer que más rápido ha corrido la línea recta con vallas (12:26), con el cual empató el cuarto mejor récord de la historia olímpica en esa especialidad. Además, fue la primera medallista boricua en alcanzar el oro en este evento deportivo, y la segunda en ganar medalla de oro en la historia olímpica de Puerto Rico.
Camacho-Quinn se une a los medallistas olímpico puertorriqueños, que desde las Olimpiadas de 1948 le han dado a su nación ocho preseas: Juan Evangelista, bronce en boxeo (Londres 1948); Orando Maldonado, bronce en boxeo (Montreal 1976); Aristides González y Luis Ortiz, bronce y plata en boxeo, respectivamente (Los Ángeles 1984); Daniel Santos Peña, bronce en boxeo (Barcelona 1992); Javier Culson, bronce en 400 metros con valla (Londres 2012); y Monica Puig, oro en tenis (Río de Janeiro 2016).
Es muy importante tener en cuenta que, en este contexto de las Olimpiadas, Puerto Rico no es parte ni representa a los Estados Unidos. Cada cuatro años, cuando el equipo olímpico de Puerto Rico va a las Olimpiadas, participa como nación soberana. Esto, por supuesto, es una diáfana manifestación política que exacerba la identidad boricua como punta de lanza para competir con lo mejor del mundo. Hay que dejar claro que esta soberanía deportiva no es solo de papel. En 1980 el presidente Carter llamó a un boicot contra los Juegos Olímpicos, que ese año se celebraban en Moscú, a raíz de la invasión soviética a Afganistán. Muchos países respondieron al boicot del presidente Carter, sin embargo, el Comité Olímpico de Puerto Rico se mantuvo firme en su soberanía deportiva enviando a su equipo a las Olimpiadas de Moscú.
Pero esta soberanía deportiva se remonta a 1930 en la Habana, donde Puerto Rico debutó en los II Juegos Centroamericanos y regresaron a la isla con tres preseas de plata. Luego, en 1935, en los III Juegos Centroamericanos, celebrados en El Salvador, el equipo de Puerto Rico dio una muestra de valor y coraje desfilando con la bandera puertorriqueña, que en aquel entonces estaba proscrita. Tampoco Puerto Rico tenía un Himno Nacional oficial, por lo cual los cinco medallistas de oro boricuas pidieron que entonaran el Himno Nacional de El Salvador y no el de los Estados Unidos de América, cuando recibieron sus preseas doradas.
Otra gesta deportiva que hizo tronar la puertorriqueñidad en todos los rincones del planeta fue en las Olimpiadas de 2004 celebradas en Atenas. Allí, el equipo de baloncesto boricua derrotó al invicto “Dream Team” estadounidense (92-73), donde Carlos Arroyo le mostró al mundo el nombre que llevaba en su pecho, “Puerto Rico”. Los puertorriqueños del mundo rugieron de puertorriqueñidad ante esa hazaña.
Jasmine Camacho-Quinn, con la flor maga en su oreja, representa la continuidad de esa soberanía deportiva y la afirmación de una puertorriqueñidad que rebasa los límites fronterizos y culturales. Camacho-Quinn nació y se crio en Carolina del Sur, de madre puertorriqueña y padre afroamericano. Jasmine representa la realidad de casi seis millones de boricuas en la diáspora y más de tres millones en la Isla. Sorprende a muchos, que no domine el español y que el inglés sea su lenguaje con el que sueña y ama. Pero más que no hablar el español y escucharle con el fervor con que se identifica con Puerto Rico es impresionante. A preguntas de un periodista de, si algún día representará a los Estados Unidos, ella le respondió, “Continuaré corriendo con Puerto Rico en mi pecho. Puerto Rico todo el día y todos los días, y eso es todo” ¿Qué hay en esta joven de 24 años, nacida en un ambiente muy diferente al de su madre, que tan efusivamente, se identifica como boricua? Cada medallista olímpico de Puerto Rico es la expresión inequívoca de que tenemos una identidad indeleble, que la llevamos en el alma y que no importa donde se haya nacido o qué idioma se hable, hay un encanto en esa herencia taina-negra-europea. Es que la puertorriqueñidad representa una cultura de resistencia que no reconoce distancias. Esa sangre que nos corre por las venas lleva consigo la memoria de los millares de tainos que resistieron hasta la muerte al genocidio español; la resistencia del negro que a pesar de la sangre que dejaron en los surcos y cañaverales no mermó, que el lenguaje que nos dejaron los europeos lo hicimos nuestro, con su literatura, pintura y música.
Eso es lo que representa Jasmine Camacho-Quinn, una negra boricua de Carolina del Sur que le corre por las venas el candombe de la burundanga del Caribe. No tiene que hablar español ni haber nacido en la Isla para afirmar quién es y a quién representa. Desde la diáspora se levanta una afirmación boricua, como si se hubiera levantado de Lares o Jayuya. Como decía el Dr. Pedro Abizu Campos, “La nación la representan quienes la afirman, no quienes la niegan”. Por eso, Jasmine Camacho-Quinn es una genuina representante de la nación puertorriqueña. Esta victoria olímpica nos enseña que esa nación está viva y sabrá extender la soberanía deportiva a una total soberanía nacional que dé fin definitivo al coloniaje.