Desde las postrimerías del siglo XIX ya los puertorriqueños se paseaban por las calles de Nueva York en busca de mercado para su tabaco y también en busca de nuevos lares empresariales. A raíz de la invasión de la marina de guerra de los Estados Unidos de América, en 1898, esa experiencia migratoria se hace más viable. En 1914 estalla la Primera Guerra Mundial y en 1917 el Congreso estadounidense le otorga (sin consulta previa) la ciudadanía estadounidense a los puertorriqueños, lo que conllevo que millares de boricuas fueran reclutados para esa guerra. Valga afirmar que la concesión de la ciudadanía estadounidense no canceló la ciudadanía puertorriqueña. Legalmente, los boricuas tienen doble ciudadanía.
A partir de la década del 20 se le hace más viable a los puertorriqueños enfilar horizontes más allá de sus playas, para probar suerte y trabajo, y ayudar a sus seres queridos que se quedaban en sus humildes “casitas” en la montaña, la costa y en el icónico “Fanguito” en el centro de la capital. Al final de esta década (1929) un fulminante golpe económico arremetió a los Estados Unidos, el cual golpeó mucho más duro la frágil sociedad del Puerto Rico de entonces. Fue la crisis del 29, que instaló el hambre en las casas de millares de ciudadanos puertorriqueños y estadounidenses. Esos fueron los años de la PRAA y la PRERA. La inmensa mayoría de los puertorriqueños de esa década del 30, comieron el mismo jamón, la misma leche, el mismo queso y los mismos granos. La “salvación” llegó, cuando Franklin Delano Roosevelt lanzó su campaña presidencial “The New Deal”, (El Nuevo Pacto) y le dio a la nación estadounidense un nuevo aire.
Fueron los tiempos en que en Puerto Rico la crisis política estaba a flor de piel en la isla. Por un lado, aparecía el Dr. Pedro Albizu Campos afirmando y proclamando la necesidad de acabar con el coloniaje y afirmando la puertorriqueñidad como punta de lanza contra el vasallaje del gobierno de los Estados Unidos hacia Puerto Rico. Por el otro lado, aparecía Luis Muñoz Marín, cargando una herencia política conservadora y un populismo liberal que desembocó en la creación del Partido Popular Democrático con su histórica consigna de “Pan. Tierra y Libertad” (1938), que dominaría el escenario político de la isla por los siguientes 30 años. Esa década de los 30s culminó con la conocida masacre de Ponce (1937), cuando una marcha civil pacífica se convirtió en un tiroteo policial en el que murieron 19 civiles y dos policías, y más de 200 civiles resultaron heridos. Fue una década de álgidos conflictos políticos y búsqueda de soluciones al futuro político de Puerto Rico.
Para los años 40 era irreversible que la nación puertorriqueña expandiera sus costas y costumbres hasta los “Newyores”. En los rincones de Manhattan, Brooklyn y el Bronx se escuchaban los boleros de Rafael Hernández y Pedro Flores. Joe Valle y Cesar Concepción hacían gala en los salones de baile neuyorkinos. Ni hablar del Teatro Puerto Rico en Filadelfia, por allí desfilaron Chuito el de Bayamón, Mirta Silva, Ruth Fernández, salseros y jibaros de todas las variantes musicales.
Muchos aun sonaban el sueño del retorno, que eventualmente se disipó con el trabajo, las escuelas de los hijos y de los muertos que tuvimos que enterrar en la fría tierra del norte. Ahora, el sueño se tornará en aguda nostalgia y desde la nostalgia comenzamos a ver Puerto Rico como el “jardín del Edén”.
La década del 50 fue muy ruda y se sintió en las entrañas de la diáspora. El 30 de octubre de 1950, estalla en Jayuya la revolución nacionalista y se declara, por segunda vez, la República de Puerto Rico. Aunque las fuerzas militares estadounidenses sofocaron este levantamiento en pocos días, no pudieron sofocar el latir patriótico que ya había echado raíces en la diáspora. También ese mismo año estalla la guerra de Corea y millares de boricuas salen, llevándose la patria en el corazón y cantando las coplas de Pedro Flores que cantaba Daniel Santos, “Vengo a decirle adiós a los muchachos…”. Ese mismo año Griselio Torresola y Oscar Collazo atacan la Casa Blair en Washington DC, donde cae herido de muerte Torresola.
En 1952 se constituye el Estado Libre Asociado, dándole a Puerto Rico una supuesta capacidad de estado soberano, pero cuya soberanía descansaba y sigue descansando en el seno del Congreso de los Estados Unidos de América. Ante esta farsa constitucional, el Partido Nacionalista organiza sus soldados en la diáspora y los prepara para un sorpresivo ataque al Congreso de los Estados Unidos, el 1 de marzo de 1954. Cuatro nacionalistas, dirigidos por una mujer, les anuncian a balazos al mundo de la farsa del 1952. Lolita Lebrón, Rafael Cancel Mirando, Irvin Flores y Andrés Figueroa Cordero, enfrentaron con su corazón de pitirre al más poderoso imperio del mundo. Mientras tanto, en la isla, a los puertorriqueños se les prohibía enarbolar la bandera puertorriqueña, cantar una canción patriótica, o expresar disgusto con Estados Unidos, so pena de prisión. Esa fue la llamada era de la Ley de la Mordaza (The Gag Law), que prevaleció desde 1948 a 1957, con la expresa intención de suprimir la puertorriqueñidad y el sentir patrio de un pueblo.
El 13 de abril de 1958, se celebra el primer desfile puertorriqueño en Nueva York. La colorida mono-estrellada bandera puertorriqueña, que pretendieron prohibir en Puerto Rico, coloreaba las calles del Barrio (Spanish Harlem) y la puertorriqueñidad se desbordaba por toda la ciudad de los rascacielos. Así fueron contagiándose los puertorriqueños en otras ciudades y también hicieron su desfile boricua. Desde Filadelfia hasta Arizona, desde Chicago hasta Florida ruge fuerte y valiente, esa expresión cargada de profundo orgullo, “Yo soy boricua, pa’que tú lo sepas.”
En la próxima columna concluiremos este recorrido histórico afirmando la inexorable importancia de la diáspora boricua en la historia y vida del pueblo puertorriqueño.