A diferencia de los países democráticos, donde el gobierno no interfiere en las actividades de los negocios privados, en China las manos estatales están dentro de cada empresa. Unas veces, el régimen es dueño oculto y en otras es una fuerza influyente dentro. Por decreto, toda corporación privada debe tener en su junta directiva a un miembro del Partido Comunista.
La iniciativa más importante de China en el exterior es el One Belt, One Road (Una región, una carretera), que bajo la ficticia premisa de “ayudar” al desarrollo, construye obras de infraestructura que facilitarían el progreso económico. Significativamente, esas obras se realizan en países pobres, pero ricos en recursos naturales o energía.
Grandes proyectos como puertos, aeropuertos, líneas de ferrocarril o autopistas requieren de una elevada financiación. Usualmente, los convenios contienen cláusulas que establecen que el incumplimiento de pagos se compensa con el traspaso de la infraestructura a manos de Pekín.
De esa forma, el régimen chino ha terminado como dueño en varios países de África y Asia. Estos hechos han conducido a la opinión, ampliamente compartida por naciones africanas, de que la China comunista practica una nueva forma de colonialismo económico.
Una ganancia adicional en sus inversiones en el exterior es la influencia política y diplomática. Muchos contratos incluyen “regalías ocultas” de dinero a las autoridades que los firman. Así, los chinos adquieren una significativa influencia política sobre las autoridades y la usan para garantizarse votos en Naciones Unidas y la Organización Mundial de Comercio.
En otros países, el régimen chino ofrece proyectos “gratuitos” como carreteras, estadios deportivos, obras sociales o educacionales, pero condicionadas a medidas políticas. Por ejemplo, el rompimiento de relaciones diplomáticas o comerciales con Taiwán. Proyectos así los hemos visto numerosas veces en América Latina.
Con cada relación que China consigue en otros países, aparecen también sus Institutos Confucio. Estos “centros de estudio” se disfrazan bajo la inocente oferta de enseñar el idioma chino, pero su objetivo real es introducir el adoctrinamiento comunista.
El resultado actual de la estrategia china para conseguir sus objetivos de hegemonía global se puede medir: China es el mayor acreedor de deudas en América Latina y el mayor socio comercial de las naciones más grandes de la región. Es dueño o usufructuario de los más grandes yacimientos de materias primas de África, y también su mayor acreedor financiero.
Por todo lo anterior, es realista esperar que China capitalice políticamente su poder económico y financiero global, para intentar controlar las instituciones internacionales. Un paso esencial hacia la materialización de sus ambiciones hegemónicas globales.
* Luis Zúñiga es analista político y exdiplomático.