Buenos Aires, Argentina – A estas alturas de los acontecimientos resulta evidente lo difícil que es vivir en Venezuela. Con una inflación mayor al 3000 por ciento en el último año, la situación resulta caótica para los habitantes que parecen estar sometidos bajo las garras de un depredador de ilusiones que se quiere quedar con el futuro de quienes no comulgan con sus ideas.
Si consideramos que el salario mínimo de los trabajadores oscila entre los 10 millones de bolívares (equivalente a 3,54 dólares), reforzamos la idea de la imposibilidad de vivir dignamente en este terreno pantanoso desde donde se mire, porque, aunque el dólar gana terreno diariamente, los venezolanos continúan dependiendo de los billetes en bolívares para el transporte público, para comprar combustible, o para otras necesidades.
El presidente Maduro dijo –sin que se le caiga la cara de vergüenza– que se propuso como “meta de vida” de este año recuperar el más alto nivel del salario mínimo de los trabajadores. Algo que obviamente nadie cree. Respecto al alto proceso hiperinflacionario, fue el gobierno quien forzó la decisión de poner en circulación billetes de 200.000, 500.000 y hasta 1.000.000 bolívares; los funcionarios del Banco Central de Venezuela explicaron que estas nuevas denominaciones son para “cumplir con los requisitos de la economía nacional” debido a los problemas de escasez de efectivo y a la rápida pérdida del valor de los billetes.
Según la consultora Ecoanalítica, alrededor del 66 por ciento de las transacciones que se realizan en el país son en moneda extranjera (mayoritariamente en dólares), en detrimento de la moneda local debido a siete años consecutivos de la caída del PBI por el desplome de la industria del petróleo.
Asimismo, esta problemática se suma a la falta de productos esenciales en las góndolas de los supermercados. Cada mañana los habitantes parecen jugar a la lotería, haciendo filas de dos o tres horas previas a que abran los mercados, para abastecerse de lo que llegue en los camiones. A veces es azúcar, otras aceite o papel higiénico, pero siempre es escaso y alcanza para unos pocos privilegiados madrugadores, mientras que el resto tendrá que volver al otro día por una revancha miserable y vergonzosa.
Un informe reciente de la encuestadora Datanálisis con base en Caracas, expuso que cada semana los venezolanos visitan en promedio cuatro supermercados distintos, y dedican entre cuatro y cinco horas para hacer sus compras tratando de conseguir lo esencial.
Vida difícil sin duda, y eso aunado a la violación permanente de los derechos humanos y otras flagelaciones muy al estilo del dictador Nicolás Maduro.