Buenos Aires, Argentina- Saber dónde uno está parado es la base de la organización de la vida, social, económica y políticamente hablando.
Un individuo de clase media es el mejor ejemplo de esta teoría que separa claramente la forma de vida en los distintos países de Latinoamérica.
No es lo mismo vivir en Uruguay que tiene un salario mínimo de 563 dólares, que hacerlo en Venezuela cuyo mínimo es 4,90 dólares; o en Chile, donde el peor asalariado tiene una base de 548 dólares que en Haití con 77 dólares. Otro ejemplo claro es Costa Rica que paga mínimamente a sus trabajadores alrededor de 647 dólares contra los míseros 82 dólares que paga el régimen de Cuba.
Estos pocos ejemplos, alcanzan para comprender por qué el mundo mira con distintos ojos a los países latinoamericanos y el común de las opiniones desvaloriza a los pobres habitantes de los distintos suelos que deben hacer peripecias para vivir dignamente.
El ahorro, la educación, el acceso a la medicina y otros factores esenciales para el crecimiento espiritual del hombre, se ven mancillados por las paupérrimas políticas económicas que indefectiblemente perjudican a los más vulnerables.
Pensar en un futuro digno se torna distinto en Ecuador, con mínimos de 450 dólares, que en Nicaragua con 129 dólares, recargado con una de las mayores dictaduras del mundo que imposibilita incluso pensar, porque en el reino de Daniel Ortega, hasta pensar es de extremistas y de conspiradores.
Por eso también las empresas multinacionales eligen dónde sentar sus bases y por eso también es que huyen despavoridas cuando el país que eligieron en su momento, cambia de rumbo y de condiciones mínimas para llevar a cabo sus negocios.
Y esto pasa precisamente en Argentina, donde cerca de 40 empresas, en su mayoría europeas, decidieron levantar sus petates e instalarse en países mucho más productivos.
Tanto Uruguay como Brasil y Paraguay, fueron los nuevos destinos elegidos para continuar con el plan de trabajo que habían imaginado desarrollar en la Argentina, pero que por las malas decisiones económicas del gobierno de turno se vieron frustradas. De aquellos anuncios y carteles de colores por la llegada al país de nuevas empresas, hoy quedan almacenes vacíos y un sinfín de empleados en la calle. Nada parece cambiar, a pesar de las promesas electorales.
Este simple y escueto panorama alcanza y sobra para enaltecer al hombre como hombre mismo. Porque a pesar de todo y a merced de su voluntad, se adapta para que a su familia no le falte nada, aunque las apariencias engañen, porque mientras el pueblo tiene los pies sobre la tierra (y por eso subsisten), los “dueños” de los países los tienen sobre el agua.