Propio de una película de terror. Gente que volaba por el cielo negro pero que no era Supermán, aviones estrellándose contra edificios de cartón, gritos destemplados de gente corriendo quién sabe para dónde, más fuego, más humo, más desesperación, más aviones dando vueltas como eligiendo los objetivos más representativos de un país al que parecía que estaban llegando una de las esquirlas de las predicciones de Nostradamus.
Mientras desayunaba en uno de los tantos bares de mi ciudad con el sol golpeándome en los ojos, la pantalla del televisor me mostraba imágenes surrealistas. ¿Qué película es? ¿Spielberg? ¿Bradbury? ¿O acaso es un documental sobre la locura y sus distintos modos de expresión?
El dueño del lugar sube el volumen del televisor y nos avisa que todo es real, que esto está pasando en ese mismo instante en Nueva York, que las primeras noticias dicen que es un ataque de terroristas del medio oriente, enemigos del occidente, y se dicen un sinfín de cosas diferentes que no cambian la ecuación del momento terrorífico que estamos mirando a miles de kilómetros de distancia y como también lo están viendo el todos los continentes del mundo.
Mientras, la gente sigue huyendo despavorida de cualquier lugar, porque no sabe realmente a dónde caerá el próximo avión o que nuevo edificio podrá caer sobre ellos. Los que se van se chocan con los que llegan desconsolados porque su hijo, su hermana, su madre, su padre o cualquiera, estaba en una de esas torres que ya eran escombro y desolación. Llantos, gritos, sensaciones horribles que uno no quisiera haber visto nunca y ni siquiera imaginado.
Llegan más noticias y cada una trae más destrucción, más veneno y más aflicción. Los muertos se multiplican por miles, las versiones se suman por cientos, el horror divide y acrecienta el egoísmo, al universo le restan vidas en un abrir y cerrar de ojos. Todo parece matemático y ya no es un martes más, ya es 11/9 y así seguirá por siempre en la memoria de quienes vivimos esa cuota desenfrenada de fanatismo.
A 20 años los recuerdos afloran claramente y las dudas siguen dando vuelta como aquellos aviones. Al visitar el “Ground Zero” uno no puede menos que cerrar los ojos y volver con la memoria a aquel bar y a aquel café que nunca tomé y que se murió de frío. Es imposible también analizar hasta dónde puede llegar el asombro que provoca saber que muchas veces la realidad supera ampliamente a la ficción.
Las víctimas
El 11 de septiembre de 2001, 2977 personas perdieron la vida en los ataques terroristas en la ciudad de New York, Washington y en Pensilvania. Las víctimas tenían entre dos y 85 años, el 75 y 85 % de ellos eran hombres, y de diversidad de nacionalidades.