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Yaxys Cires es director de Estrategias del Observatorio Cubano de Derechos Humanos (OCDH).

El 27% de los hogares cubanos recibió algún tipo de remesa familiar desde el exterior el verano pasado, según el VI Estudio sobre los Derechos Sociales (2023). Esto significó una importante reducción con respecto a los dos años anteriores (34% y 37%, respectivamente), presumiblemente porque los esfuerzos de no pocas familias se han concentrado en apoyar la salida de Cuba de sus familiares, por cualquier vía. O ante cierto nivel de cansancio por un túnel, sin aparente salida, que se prolonga por muchas décadas.

La ayuda solidaria desde el exterior es el aliciente de una parte de la población cubana que enfrenta diariamente apagones, falta de alimentos, medicinas, transporte y la ausencia de libertades. Lo es, en especial, para los jubilados que reciben remesas, cuya pensión vale menos que un cartón de huevos o un kilogramo de leche en polvo. Pero nada es fácil en aquella isla, presentada por la izquierda internacional como el paradigma de los derechos sociales: el 41% de quienes reciben remesas dijeron no tener lo suficiente para sobrevivir, según el citado estudio, mientras que el 34% dijo tener para sobrevivir, pero no para comprar algo extra. Es difícil huir de la realidad de pobreza que alcanza hoy al 88% de los hogares y que hace que, al menos el 78% de los ciudadanos, tenga que sacrificar una o dos comidas diarias.

En no pocos países, la remesa familiar ha sido un factor energizador para la economía nacional. Por ejemplo, muchos colombianos o mexicanos en el exterior invierten parte de sus ingresos en su país de origen, ya sea en pequeños negocios, en la compra de inmuebles o la educación de sus hijos. ¿Por qué en Cuba hoy la remesa, salvo excepciones, son solamente un factor de subsistencia?

La respuesta la encontramos en su desastre económico, en la ausencia de libertades, la falta de seguridad jurídica y el predominio estatal en la economía. Una combinación de problemas propios de un sistema que no funciona, mala administración y una casi insalvable desconfianza del régimen hacia el exilio cubano, del cual le gusta su dinero, pero teme a su éxito.

Mientras el régimen cubano se debate entre el “no quiere” y el “no sabe”, la gente paga un alto costo humano. Un agobiante secuestro que millones sufren, en vivo y en directo, al ritmo de constantes exigencias de sacrificios en vano y de recuerdos de que habitan el “paraíso”.

* Yaxys Cires es director de Estrategias del Observatorio Cubano de Derechos Humanos (OCDH).

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