Lo que hemos estado viviendo en los últimos días es insólitamente inesperado para la mayoría de las personas. Nuestro ritmo de vida ha sido radicalmente alterado. La ansiedad colectiva está dando atisbos de peligrosa conducta auto-destructora. Los supermercados se atestan de gente buscando y comprando desmesuradamente.
La cuarentena colectiva que vivimos parece que se extiende más allá de lo esperado. Añádase a esto la pérdida de empleos, el cierre de empresas y sobre todo el golpe financiero para miles de péquenos negociantes. El monto de infectados en nuestro país rodea los 150.00 y decenas de miles de casos se concentran en Nueva York. En Pennsylvania los casos siguen en aumento, ya sobrepasan los 5,000 para el cierre de esta edición.
Según las predicciones de los expertos, morirán hasta 200,000 habitantes solo en los Estados Unidos.
Tristemente, ante situaciones como esta, nunca faltan los incrédulos y los que se aprovechan de la desinformación para hacer ganancia del miedo y la ignorancia. Tenemos cantidad de “expertos” comentando y aludiendo que tienen la última nota sobre cómo combatir el virus.
No faltan tampoco los profetas del desastre que se arreguindan de la ignorancia bíblica de los creyentes para atormentar a la población con mensajes que de donde menos vienen, es de Dios. Citan impresionantes textos apocalípticos y lo hacen con tal vehemencia y espiritualidad que pueden engañar hasta al más santo.
Por el otro lado aparecen irresponsables políticos usando el virus como plataforma para su reelección. Políticos que brillan por el silencio de sus palabras. Se anidan en sus funciones oficiales para justificar su ausencia del latir diario de la comunidad que los eligió.
¿Y qué decir de la rama ejecutiva de nuestro gobierno? Las ruedas de prensa y los comentarios del Presidente Trump han creado más confusión que alivio. La lenta cadencia en que la rama ejecutiva manejó el inicio de esta crisis ha llevado al país a una muy complicada situación económica. Han aprobado un suero económico de 2 trillones de dólares, lo cual aplaudimos, pero ya se está dando la alarma de que talvez no sea suficiente.
A groso modo, este es el cuadro de cómo esta pandemia nos ha afectado. Ante este cuadro nos urge una respuesta mesurada, prudente y esperanzadora.
No hace falta elaborar que el pánico no es una opción viable para manejar esta crisis. Nunca lo ha sido y las experiencias vividas nos lo confirman. Por lo tanto, la única opción sana y sabia es la mesura y la prudencia.
La mesura y la prudencia tienen un amigo muy íntimo, se llama sentido común. El gran escritor colombiano, Gabriel García Márquez, decía que el sentido común era el menos común de los sentidos.
Parece que ante las crisis nos alarmamos a tal nivel que nos auto-desprotegemos y ponemos en alto riesgo a nuestros seres queridos. Es lógico que ante los obligados cambios que nos han impuesto por la veloz capacidad de reproducción del coronavirus, no nos queramos someter a esos cambios. No se trata de cambios ideológicos o políticos, se trata de la sobrevivencia de la familia, lo más sagrado que tenemos en esta tierra. Es allí donde tenemos a asumir el sentido común, lo que nos ahorrará acciones tontas y podremos distinguir lo probable y lo improbable, lo razonable y lo absurdo.
Este ejercicio del sentido común nos hará actuar con alta prudencia y mesura, lo que nos podría evitar letales desgracias y nos enseñará a obrar bien, a descubrir la virtud del bien por medio del buen obrar.
Descubriremos los altos bienes humanos, como son la solidaridad, el amor al prójimo y sobre todo al prójimo más vulnerable.
Eso es lo que hace la prudencia, nos hace sabios en las cosas prácticas, nos estimula a la excelencia del carácter, a fomentar la virtud de la paz ante situaciones tan serias como la pandemia que estamos enfrentando.
Es hora de sacar lo mejor de nuestro arsenal moral. Cantar, escribir poesía, buscar a quien le puedo ser útil. A cuál anciano o anciana podemos llevarle alimento, o esperanza, o las dos cosas. Esta crisis pandémica puede ser la pauta para descubrir el potencial humano que late en nuestras comunidades latinas, ya sean documentadas o indocumentadas. No importa, ahora aún más, todos somos uno.