En el centenario de sus días en la Casa Blanca, el miércoles 28 de abril, el presidente Joe Biden se dirigió al Congreso en su tradicional sesión conjunta. Aunque no se vio un Congreso atestado de senadores y congresistas, fue muy refrescante escuchar al jefe de la nación con un mensaje esperanzador en momentos de aguda crisis pandémica e incertidumbre económica. Por 40 años Biden estuvo buscando esta oportunidad, y la verdad que nadie más oportuno para esta coyuntura histórica que vivimos. También fue muy excitante ver dos mujeres detrás del podio, y como Biden las presentó: “Señora vicepresidenta y señora presidenta de la Cámara. Ningún presidente jamás ha dicho estas palabras, enhorabuena”.
La experiencia política de Biden es envidiable. Desde 1972, a sus 30 años, fue electo senador por el estado de Delaware, siendo uno de los más jóvenes en la historia del Congreso en representar un estado en el Senado Federal. Cuando renunció al Senado para asumir la vicepresidencia bajo Barak Obama, era el cuarto senador de mayor antigüedad. Su experiencia de 36 años en el Senado y 8 años en la vicepresidencia le dan una madurez que pocos políticos gozan.
Biden lució refrescante, seguro y claro en sus propuestas de gobierno para los próximos tres años. Resulta muy interesante que se haya autodefinido como un presidente de transición. Parece estar interesado en ser una figura de inclusión y diálogo, ante una nación fragmentada políticamente. Se notó en su discurso una tendencia a acercarse a las nuevas generaciones demócratas. Biden, por su experiencia política, sabe que no puede ignorar el factor Bernie Sanders y la nueva juventud demócrata que no es muy conservadora que digamos. Por eso presentó una agenda política de inclusión (ampliar la licencia familiar, el cuidado infantil y el de la salud, la educación preescolar y universitaria). Es un plan agresivo y ambicioso de dos billones de dólares.
De hecho, único en la historia reciente. De Biden lograr que la Cámara y el Congreso aprueben su plan, su figura podría equipararse a la de Franklin Delano Roosevelt, quien, en tiempos de guerra y aguda crisis económica, sacó a los Estados Unidos de América adelante con sus reformas sociales. Así mismo, Biden podría convertirse en el presidente que transformó la crisis pandémica en una oportunidad de crecimiento laboral y despegue económico.
Uno de sus logros que presentó con certeza fue que cuando asumió la presidencia, solo había un uno por ciento de personas mayores que habían sido vacunadas contra el COVID-19, y al día de su discurso casi un 70 por ciento estaban ya totalmente vacunadas. Desde enero pasado las muertes por el virus han bajado en un 80 por ciento. A pesar de esto, aún hay un gran porcentaje de personas que no confían en la vacunación, reto que tendrá que superar antes de que surjan más variantes del virus.
Uno de los temas durante su campaña presidencial fue la educación y en su informe prometió promover un proyecto de ley para aumentar los años obligatorios de la educación escolar, añadiendo cuatro años más a los tradicionales 12 años de educación elemental y secundaria. Propone dos años más antes del primer grado y dos años extras luego de terminada la escuela superior, con lo cual sugiere que los dos primeros años de colegio sean subvencionados por el estado. De concretarse esta propuesta, significaría un gran beneficio para los millares de familias que por razones económicas no pueden enviar a sus hijos a completar por lo menos los primeros dos años universitarios. Junto a esto está la promesa de cancelar las deudas de los préstamos estudiantiles, que aún está por verse.
Aparte de estos retos económicos, Biden tendrá que maniobrar la crisis racial y del medio ambiente. Deberá mantener su agenda unitaria e inclusiva para superar los traumáticos pasados cuatro años de trumpismo que dejaron a la población estadounidense fragmentada e imbuida en una densa nube de extremismos raciales y políticos. La mayoría de los analistas coinciden en que la propuesta económica de Biden es elevadamente agresiva y dudan de lo viable de la misma.
No hay duda, el reto que enfrenta Biden es enorme y auguro que su sólida experiencia política y su madurez intelectual no le sean suficientes para salir adelante. Biden tendrá que recurrir a su fe, como lo hizo cuando enfrentó la trágica pérdida de su primera esposa y su hija de un año, y después también la muerte de su hijo Beau Biden en el 2015. Parece que Biden confía en su fe y será esta la que le ayudará a llevar la nación a una reconciliación política y racial, así como a la prosperidad económica y social.
Nos toca a nosotros, como lo hemos hecho con los presidentes anteriores, orar por Biden. Sus victorias como mandatario son nuestras victorias como ciudadanos, documentados o no, de esta nuestra América.