En Filadelfia, 245 años atrás, se firmó la declaración de independencia de los Estados Unidos de América. Ese evento constituyó un salto de avanzada para la humanidad. Los promotores de esta hazaña política se conocían como los “Hijos de la libertad». Es la primera vez en la historia humana que una nación constituye un gobierno basado en una constitución que establece un balance entre tres poderes: legislativo, judicial y ejecutivo. Una república constitucional, una democracia representativa, y en palabras del insigne Abraham Lincoln, “un gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo”. Este experimento constitucional tardó años en concretarse. No fue el resultado de largas discusiones políticas debatiendo el futuro de la nación. Fue un evento que respondió a las necesidades prácticas del momento. El colonialismo inglés tocó fondo y los colonos europeos no estaban dispuestos a seguir tolerando las injusticias de la corona inglesa.
La migración europea de principios del siglo XVII llega a estas tierras huyendo de la intolerancia religiosa y política de la monarquía del Rey George. Llegaron al continente americano repleto de naciones originarias que llevaban siglos de estar establecidas, con su cultura, historia e idioma. También, llegaron a una América hispana, con comunidades en Florida, California, y El Paso. La frontera del México de entonces cubría prácticamente todo el oeste de lo que hoy es Estados Unidos de América. Los inmigrantes europeos no llegaron a una América vacía, sino a un extenso y vasto territorio que cantaba en sus lenguajes nativos, que trasmitía su historia generación tras generación y que soñaba con sus águilas y sus búfalos, que amaba la tierra y los ríos que le producían su alimento. No era una tierra idílica, pero era una América tolerante, con sus típicos conflictos y diferencias sociales, algo inherente de cualquier colectivo humano.
Para mediados del siglo XVIII, a pesar de que continuaban sujetas a la política colonial de Inglaterra, las trece colonias inglesas tenían un sentido patrio y no se veían, necesariamente, como una extensión de la corona inglesa. Las altas tarifas, los pesados impuestos y la falta de representación política, sólo lograron aumentar las quejas contra la monarquía del Rey George. Una de las más significativas protestas contra la corona inglesa fue la llamada revuelta del “Boston Tea Party” (1773) en respuesta a la ley del “Tea Act”. La incipiente burguesía de las colonias vio esta ley como un acto más de la tiranía de los impuestos, y ya no estuvo dispuesta a seguir tolerando las injusticias del colonialismo inglés.
A la par de estas circunstancias había una serie de personajes de alto calibre intelectual y político; entre ellos figuraban: Benjamin Franklin, Betsy Rose, Thomas Jefferson, George Washington, John Adams, y Thomas Paine. Estos eran personas de ideas muy democráticas y revolucionarias. Sabían que la relación colonial con Inglaterra no era el destino para su proyecto de país. Por eso pensaron, amaron y lucharon por el sueño libertario que latía en sus corazones. Forjaron un país de libertades civiles, de personalidad democrática y constitucional. Una nación donde la libertad y la justicia, la tolerancia y el civismo, serían el móvil de una sociedad indivisible y objeto del amor de Dios.
Por esto celebrar el 4 de julio no solo es lanzar fuegos artificiales, o irse de playa, o irse de picnic al parque. También debemos reflexionar en esa historia que nos dejaron los colonos ingleses, las naciones originarias y la historia de nuestros antepasados hispanos que aún vibran y suenan en los 60 millones de latinos que seguimos poblando estas tierras. Honremos a esos hombres y mujeres de determinante tesón y elevado civismo, que supieron soñar y defender sus sueños de justicia y libertad. Honremos a los millares de americanos originarios (Sioux, Cheyenne, Navajo) por mencionar algunos, que, ante la barbarie expansionista y racista de los colonos, derramaron su sangre luchando por su afirmación cultural. Honremos a los millares de hispanos, que, a pesar de haber sido fundadores de ciudades y estados, fueron también objeto de la barbarie expansionista. Honremos a esos hermanos negros que con sus cantos y con su garbo supieron resistir las injusticias de una esclavitud institucionalizada.
Si algo debemos continuar de esta nuestra historia, es la defensa de la democracia, el rechazo al racismo y a la supremacía blanca, y mantener la inclusividad cultural y el civismo político que distingue la historia estadounidense. Si algo debemos importar a nuestros países de origen, que no sea el consumismo y la complacencia, sino la justicia y la democracia. Los colonos europeos supieron hacer de las trece colonias una nación próspera, libre, soberana y democrática. Promovamos lo mismo en nuestras naciones de origen. Sobre todo, en las que como Puerto Rico, aún se sufre la barbarie del colonialismo.
Celebrar el 4 de julio es necesario para mantener en la memoria colectiva lo que costó la Independencia de los Estados Unidos, pero sería aún más glorioso celebrar un 4 de julio sin colonias.