“Cuando un amigo se va / queda un espacio vacío / que no lo puede llenar / la llegada de otro amigo / Cuando un amigo se va / queda un tizón encendido / que no se puede apagar / no con las aguas de un río.” Alberto Cortez
En 1994 llegaba de Nueva York donde estudié ciencias políticas y teología. Venía a Filadelfia a completar una maestría en ministerios urbanos. Venía ávido por trabajar por el bienestar y desarrollo de la comunidad latina, en especial por la puertorriqueña. En 1998 asumí el pastorado de la Iglesia Evangélica Ebenezer, localizada en la calle 4 y la calle Rockland. Mi pasión por la labor social siempre ha sido parte integral de quien soy y de lo que hago. Esto, para un ministro evangélico hispano es una sentencia de aislamiento y reclusión. Es ampliamente sabido que la iglesia evangélica hispana no es muy dada a envolverse en asuntos sociales de implicación política. Le huyen a eso como le huyen al diablo. Eso implicaba que mis reuniones con otros compañeros del ministerio eran escasas y cuando conocían de mis posiciones y pasiones políticas, se hacían aún más escasas.
Siempre he pensado y creído que la iglesia es un centro de transformación y no un instrumento del estado para mantener el status quo. Por lo cual mis sermones siempre apuntaron a que los cristianos deberían estar mucho más activos en la transformación de la sociedad y no en la enajenante ideología de que el mundo está perdido y hay que alejarse de él. Muchas veces deseaba la conversación amena y sana con alguien que en vez de juzgarme y condenarme por mis ideas “poco ortodoxas”, como lo consideraban algunos de los ancianos y líderes de la denominación que pertenecía. Por supuesto, tenía compañeros como el Rev. Cortes, el Rev. Quiñones y su esposa, el Rev. Cotto, el pastor Ruben Ortiz, entre otros. En esa búsqueda me encontré con Steve Honeyman quien en 1992 había fundado el Eastern Pennsylvania Organizing Project (EPOP), una organización de fe que buscaba agrupar iglesias para desarrollar proyectos comunales y que promovieran la democratización de la educación, así como también la organización y empoderamiento de la comunidad. Comencé a trabajar con Steve en el 2000. No pasó mucho tiempo en que nuestras reuniones se tornaron en ricos y amenos debates sobre teología y política. Steve era un hombre altísimo, sumamente educado y con una jovialidad y carisma únicos. Nuestras conversaciones no estaban destinadas a cancelar la opinión de ninguno, sino a estimular el pensamiento crítico y en eso Steve era un genio. Era un pensador insalvable, no se conformaba con lo establecido, siempre iba al corazón del problema y sus propuestas también eran “poco ortodoxas”. Extraño aquellas conversaciones, extraño su siempre sonrisa amena e invitando a la amistad. No siempre estuvimos de acuerdo, pero siempre validamos nuestras opiniones y sobre todo el honor de ser compañeros de lucha.
Su partida me sorprendió, la última vez que nos vimos, antes de la pandemia, almorzamos en Tierra Colombiana junto con Perla Lara. Allí hablamos de algunos proyectos que no lograron concretarse, precisamente por la pandemia. Hay personas que llegan a tu vida y no importa el tiempo que pase, quedan tatuadas en el santuario de la amistad. Aun cuando no están, el grato recuerdo de su amistad, llena el vacío de su ausencia.
Por eso la canción de Alberto Cortez es un réquiem para nuestro querido Steve Honeyman. Desde el más acá te agradezco por tu empeño por la justicia, por tu cabal certeza de no claudicar tus valores e insistir en continuar. No queda nada inconcluso, los que quedamos seguimos con tu carga, que es la de todos. Seguimos desde otros horizontes y otras verticalidades recogiendo las sonrisas que sembraste, abriendo surcos en la conciencia, que era donde más te gustaba echar alegrías y experiencias. Lo que trabajaste quedó impreso en los que tuvieron el privilegio de conocerte y llamarte AMIGO, muchos también de nuestra comunidad latina, y por supuesto en la memoria viva del recuerdo de nuestra amistad, pero sobre todo en esos genes que vibraron en tu inerte cuerpo y que ahora vibran en tu prole.
El mejor homenaje que podemos hacerle a Steve, es continuar con el empeño por la paz y el deseo de potenciar a los desposeídos de su humanidad; continuar esas conversaciones donde la tolerancia era la medida y el pensamiento crítico lo obligatorio; continuar sonriendo, como tantas veces lo hicimos, por las calles de nuestros olvidados barrios de Filadelfia, con la flor de la esperanza perfumando nuestros pasos. No quedas en el olvido, sino en la vida de quienes seguimos el camino donde lo dejaste.
Te recuerdo así, con tu sonrisa amplia y atractiva, con tu carisma de amistad, con tu mirada amable, cómplice cuando coincidíamos o de estupor cuando divergíamos, y eso era frecuente. Así, para seguir el diálogo en la memoria, te dejo esta décima del poeta nuestro, Juan Antonio Corretjer, que también conspiró por la esperanza que luchaste: “¿Qué será del mundo / lo que va a pasar? / ¿Que me hace la mar / si en ella me hundo? / Siento en lo más profundo, / como ardiente cirio, / ajeno martirio. / La pluma quemada / y el libro se acaba. / ¡Dios te salve, lirio!