(Foto: Ilustrativa/Vanessa Loring/Pexels)

Decía el célebre Facundo Cabral, Y que no te confundan unos pocos homicidas y suicidas, el bien es mayoría, pero no se nota porque es silencioso; una bomba hace más ruido que una caricia, pero por cada bomba que destruye, hay millones de caricias que alimentan la vida.” Facundo tenía un alto sentido de honor por la vida que contagiaba. A mí me contagió desde que escuché sus canciones y conversaciones. Contaba más de lo que cantaba y lo que cantaba lo contaba con una humilde sutileza muy parecida a la sonrisa de la Madre Teresa, icono del servicio al prójimo.

Escribo esta columna luego de haber escrito dos columnas sobre el terror que recién experimentamos en las masacres en Búfalo, NY y en Uvalde, TX. Me parece que no podemos dejar que una breve sombra de terror opaque las enormes y amplias posibilidades de la vida. Por eso la frase de Facundo es tan pertinente. No es la primera vez que experimentamos experiencias tan tristes, ni será la última. No importa cuán triste pueda ser lo venga, jamás podrá detener la vida, ni la amistad, ni mucho menos el amor. Es que estamos hechos de tal fortaleza que nuestra resistencia y resiliencia puede superar impensables horrores.

La historia humana es un ejemplo vivo de eso. Ciento veintidós años atrás, al comienzo del siglo XX la humanidad se abrió a una nueva era de progreso; grandes avances en la ciencia y la tecnología y nuevos enfoques sociales y religiosos. A pesar de toda esa gran expectativa y optimismo con que comenzó el siglo pasado, en el cual nos criamos y vivimos muchos de nosotros, la humanidad fue testigo de dos guerras mundiales, una guerra en Vietnam y otros conflictos bélicos regionales, le arrancaron la vida a más de 76 millones de seres humanos. Walter Isaacson, director gerente de la revista Time dijo, “Ha sido uno de los siglos más sorprendentes: inspirador, espantoso a veces, fascinante siempre”.

Sin embargo, a pesar de tanto horror, se sigue escribiendo poesía, los alpinistas continúan subiendo el Everest y el Aconcagua, se continúa cantando a los atardeceres y a las auroras. Los enamorados continúan inventando cielos y maravillas con sus platónicas emociones. Las madres y los padres continúan criando y amando a sus hijos. Nos seguimos abrazando y construyendo amistades irrevocables. Seguimos laborando por comunidades más útiles y justas. Seguimos haciendo lo que nos apasiona y lo hacemos a pesar de todo. Seguimos sonriendo, hablando e inventando palabras, sueños, mundos mejores y hasta planetas. No habrá guerra que nos pueda quitar lo humano, pero si nos quitan la palabra nos desplomamos. Aun así, nos quedarían las sonrisas y los abrazos. Los seres humanos somos una oda la perseverancia, a la ilusión y a la superación de las adversidades.

Ponte a pensar en las canciones que cantas, en los gratos recuerdos que te incitan esas canciones; en la ternura con que besas y abrazas a tus hijos, nietos y seres queridos. Pónte a hacer un inventario de tus ideas, de tus sueños, de tus deseos, te aseguro que te sorprenderás de las maravillas que habitan en tu interior. Esas temporales experiencias de terror que experimentamos, jamás podrán opacar la tanta luz que llevamos dentro. Cierto, somos capaces de ejecutar las más crueles acciones, aún más capaces de construir la paz afirmándonos en la justicia. Somos aún más capaces de criar hijos que alcanzaran alturas humanas e intelectuales sorprendentes. Si hubo mujeres como la Madre Teresa, Sor Juana Inés de la Cruz, Juana de Arcos, o como tu madre y la mía; si hubo hombres como Neruda, Víctor Hugo, Cervantes o como tu padre y el mío, entonces la esperanza es la grandeza de nuestras capacidades.

Así como se construyeron los hermosos Jardines Colgantes de Babilonia, así como se construyó la hermosa civilización del Tawuantinsuyo, las impresionantes pirámides mayas, así como millares de latinoamericanos cruzamos desiertos, ríos y mares para construir las hermosas y coloridas comunidades que distinguen las tantas ciudades estadounidenses, tenemos esa enorme carga de hermosura para hacer de la más nefasta experiencia, la más hermosa obra de arte. Nos distingue lo humano y en eso todos nos entrelazamos, trigueños, negros o blancos, somos todos parte de todos.

Nos esperan grandes retos que superar y ya estamos criando los hijos e hijas que los superarán. Por lo pronto, el ánimo no debe menguar, hay que seguir haciendo camino al andar (decía Machado). Hasta aquí hemos llegado y no habrá masacre o arma nuclear que nos robe la sonrisa, que nos esconda las caricias con las que construimos la vida. Gloria a todas las mujeres y hombres que, por cada suicida u homicida, construyen millares de hombres y mujeres que sabrán inculcar la paz en cada palabra, en cada poesía, en cada beso, en cada negocio y en cada rincón donde vivan.

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