Iryna Mazur, la cónsul honoraria local de Ucrania, habló mientras la comunidad ucraniana local y sus partidarios se reunían para una manifestación en los escalones del Museo de Arte en Filadelfia, Pensilvania, el domingo 30 de enero de 2022. El grupo se unió en apoyo de Ucrania en medio de lo que entonces eran tensiones, no luchando, por una amenaza de invasión rusa. (Foto: MONICA HERNDON/ Cortesía del Inquirer)

Mi corazón se siente desolado. La humanidad está siendo testigo de una guerra entre la autocracia y la democracia. Rusia, bajo el mando de Vladimir Putin, ataca e invade a un país libre y soberano. La diplomacia se desploma. Algunos ucranianos se desplazan hacia las fronteras vecinas para sobrevivir; y otros eligen defender, con su presencia física y moral, su territorio nacional. El viaje hacia el derecho a la libertad para los refugiados deja huellas amargas y sangrientas por el camino de la esperanza.

Son desplazados; no son inmigrantes.

Esto es una realidad, muy difícil de procesar y entender, que me evoca la novela histórica que estoy leyendo, Largo Pétalo de Mar, de la escritora Isabel Allende, en dónde se cuenta –a través de historias la vida de algunos de sus personajes–, narrativas de supervivencia durante la guerra civil española bajo el dominio del gobierno de Franco; en dónde se recuerda, los horrores de una guerra y de sus consecuencias traumáticas para la población en general. 

El sonido de guerra es latente; en el subconsciente uno aprende a distinguirla entre las sirenas de los bomberos o el de la policía cuando responden a un llamado de emergencia. Allá, cuando la sirena de guerra toca la puerta del desconocido, la gente despavorida sale de sus casas en busca de un refugio, sin saber qué pasará en las próximas horas o si estará vivo para contarlo. No es necesario estar en el campo de batalla para saberlo, las imágenes de los testigos y reporteros recorren el mundo casi al instante de los propios acontecimientos. 

Los que deciden huir del conflicto hacía la búsqueda de la preciada libertad, llevan la historia de su vida en una maleta rodante, o en simples bolsas de plástico, como tesoros de un valor incalculable. ¿Cómo explicar a los niños, la incongruencia de los adultos? De repente durante una época pandémica, su infancia se torna de nuevo inestable. Dejan en aquel pasado, las risas y los momentos felices que vivieron con sus familias que probablemente ya no verán, ante el ilógico destino que los separa.

Recuerdo que, en la escuela, los libros de historia solían narrar las causas y consecuencias de las guerras mundiales. Los combatientes caídos dejaban impresas sus experiencias de enfrentamiento, en puño y letra, de los daños psicológicos que dejaron los combates a mano armada en el campo de batalla, contra los que se llaman “enemigos”. La historia universal relataba estos hechos, como lecciones de reflexión para poder crear conciencia, en las nuevas generaciones, de que este tipo de devastadores acontecimientos no pudiesen volver a ocurrir en nuestra humanidad.

Ahora está ocurriendo a medida que vivimos nuestro día a día, en pleno siglo XXI. Me pregunto: –¿dónde quedan las lecciones del pasado? ¿La guerra psicológica, la amenaza de una guerra nuclear, el ciberataque, la desinformación y el ataque de la fuerza militar son los elementos de una guerra en tiempos modernos para amedrentar no solo a un país democrático y soberano; sino, también, ¿al mundo? ¿Será que el derecho a la libertad de pensamiento tiene precio? La libertad de elegir vivir en un país democrático; ya, ¿no es una opción?

Como en un juego de ajedrez, la autocracia empezó a mover sus piezas para atacar a la democracia. Cada movimiento, premeditado, ataca a los valores universales de respeto hacia las libertades; queriendo someterlos con represión, para acallar sus voces. Atónitos a los hechos, el mundo vive el desenlace de historias individuales y colectivas de sobrevivencia. La desesperación de un pueblo que aclama justicia, paz y libertad.

La pandemia nos llevó a una vulnerabilidad colectiva sin precedentes. Muchos de nuestros familiares, amigos o vecinos se han muerto. Los traumas individuales, y colectivos, nos está llevando a un aumento de casos en enfermedades mentales. La ola de violencia no cesa.

La economía mundial está apenas sumergiéndose en la superficie y respirando opciones de cambio. Muchos de nuestros familiares o amigos han perdido sus trabajos. Estamos reinventando y experimentando nuevas formas de trabajar y de vivir con principios de equidad, diversidad e inclusión. La diversidad de pensamiento crítico es muy importante, e indispensable, para el desarrollo común de nuestra humanidad. Tenemos que cultivar ambientes multilingües, multiculturales e interculturales en dónde las diferencias no sea un obstáculo divisorio; sino, una ventaja para el crecimiento colectivo de los pueblos. Eduquemos a las nuevas generaciones a convivir en armonía sin importar el color de nuestra piel. La historia tiene testimonios muy tristes de estos pasajes de nuestra vida como seres humanos. No es necesario que los mencione. Tal vez le venga a su mente alguno de ellos. 

¡Reflexionemos, a conciencia, porque el desarrollo de la raza humana se puede extinguir en cualquier momento!

Contacto: LinkedIn @maryluzmarques, Twitter @maryluz_marques

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