Buenos Aires, Argentina – El hombre llora y sufre a escondidas en una tarde lluviosa que presagia más tormentas, la tristeza se refleja en sus ojos ya rojos de tanta sal. Hacía apenas dos meses que ella se había cruzado nuevamente en su vida después de una pausa de más de treinta años y como si fuera una semilla milagrosa, hizo brotar nuevas ilusiones y pasiones que el tiempo había cubierto con telarañas. Otra vez el fuego encendido, otra vez la sensación de saberse querido y observado por aquella mujer que cierta vez le hizo entender el verdadero significado de la palabra esperanza.
Dos meses de salidas, encuentros programados y supuesta felicidad con un abrupto final que él no esperaba. Dos meses, cien anhelos, cuatro promesas de vacaciones juntos y un sinnúmero de deseos que finalmente quedaron en la canasta del olvido.
Pero ¿qué fue lo que pasó?, ¿dónde quedaron los sentimientos encontrados?, ¿qué pasó por la cabeza de ella para terminar tan abruptamente y sin aviso algo que había comenzado por su propia voluntad?
Como aquellas películas que no explican cómo suceden las cosas, él se encontró en la incertidumbre de qué había hecho mal para que ella tomara la decisión de dejarlo en un suspiro. Pensamientos, secuencias y su cabeza trabajando a mil kilómetros por hora buscando una respuesta clarificadora o al menos complaciente para entender.
¿Escuchaste hablar del desamor?, le preguntó su amigo cuando le contó la situación que estaba viviendo. “El desamor, querido amigo, es la pérdida del afecto o cariño que alguien puede tener con otro, y tal vez lo que esa mujer creía haber descubierto en aquellos años, terminó por ser una creencia falsa, y esos dos meses le bastaron para darse cuenta. ¿Que si genera tristeza? Si, claro, dolor, frustración y desentendimiento de las señales de los latidos del corazón”.
Muy a pesar de los consejos y aclaraciones de su amigo, el hombre siguió intentando. Caminó las mismas calles por donde ella podría pasar; fue una y mil veces al bar que los había encontrado aquel día del reencuentro, y hasta compró un ramo de flores frescas por si ella aparecía para tomar un café con leche y una media luna recién horneada –escenario que los identificaba–. También pasó clandestinamente por su casa y esperó por un encuentro “casual” que, finalmente nunca se produjo.
Mientras tanto, corrían el tiempo, las lágrimas, el deseo y la necesidad de una explicación, pero ella nunca apareció ni explicó nada. Su desamor fue tan grande y fuerte que, lo que parecía ser el reencuentro anhelado, final de un cuento romántico, se transformó en el episodio de una novela dramática, doloroso, breve y desesperanzador.