Viajar es una experiencia única. Escoger el destino a visitar y definir su propósito invoca una reflexión consciente. Ver a la familia, disfrutar de la compañía de los amigos, experimentar nuevas aventuras, probar comidas tradicionales, sumergirse en la riqueza cultural de un país, o región, y poder comunicarse en la lengua, que no hablamos de forma habitual, son desafíos culturales que nos permiten expandir nuestra visión sobre el mundo —y por supuesto, salir de nuestra zona de confort—. Este año, recorrí no solo muchas millas en avión cruzando el océano Atlántico para llegar a Portugal, sino también transité muchas horas en automóvil para viajar de São Martinho do Porto, Portugal, a Madrid, España, a ver a la familia y sumergirme en la diversidad de la cultura europea.
São Martinho do Porto, un pequeño oasis
Esta villa está localizada más o menos a unos 45 minutos de la zona oeste de Lisboa y se encuentra delimitado por una bahía que tiene la forma de una herradura. Las historias orales de los lugareños dicen que la mano de Dios lo creó de esta forma singular y que tiene el poder de atraer a las personas que lo visitan.
Tiene una entrada al océano que baña las costas del golfo. Además, este lugar se encuentra rodeado de montañas y mucha vegetación, creando, así, un ambiente visual que deleita a cualquier espectador. Por otro lado, el olor salado del mar y de las plantas salvajes — que se encuentran localizadas en las dunas—, añade una experiencia sensorial única al visitante.
Para mí, esta villa es muy cosmopolita. Entre los meses de julio y agosto se pueden encontrar turistas extranjeros, de los países vecinos, conviviendo con las personas de la aldea. Es muy común encontrar en las explanadas de los cafés visitantes hablando español, inglés, francés, entre otros idiomas. El ambiente se torna muy ameno, acogedor y festivo.
No me gusta generalizar, pero casi todo está cerca; caminar es muy práctico. En el centro de la ciudad se encuentra el mercado municipal, en donde se puede encontrar, entre otros productos, frutas y verduras que se cultivan localmente. Entre las diez de la mañana y el mediodía, las personas se encuentran comprando los ingredientes para preparar el almuerzo del día —después de haber tomado el café de la mañana y de haber compartido algunas noticias locales del día; como: las sequías y los incendios forestales al interior del país—. El tiempo parece detenerse en este lugar porque no hay prisa; pero, el campanario de la iglesia —que toca a cada hora— nos deja saber que los minutos van transcurriendo.
En el balneario de la playa, se puede encontrar una biblioteca con una colección pequeña de libros en portugués e inglés. El objetivo principal es tratar de mantener la lengua y la cultura portuguesa en las nuevas generaciones bilingües de emigrantes lusos que vienen a este sitio a pasar vacaciones. Por otro lado, para los ávidos lectores, se puede encontrar algunas ferias de libros promoviendo no solo autores portugueses; sino, también, traducciones, al portugués, de autores reconocidos internacionalmente —como Mario Vargas Losa, por ejemplo—. Los turistas pueden visitar el mirador, el faro, la iglesia, la estación de tren; disfrutar de su historia y también, de su exquisita gastronomía.
Otras ciudades turísticas para explorar que están cerca de São Martinho do Porto son Fátima, Alcobaça, Caldas da Rainha. Batalha, Aljubarrota, Óbidos, Nazaré, Foz de Arelho, entre otras aldeas. Además, a unas cuantas horas en autobús, se pueden explorar las ciudades de Porto y Coimbra.
Madrid y sus 40 grados centígrados
Los viajes están llenos de anécdotas y de sorpresas. Esta vez el GPS nos introdujo a una ruta alternativa. Camino a España observamos campos llenos de girasoles, alguna vegetación y terrenos totalmente descampados, secos y rocosos. A medida que nos acercábamos a la frontera española, se podía sentir el calor fuerte y seco. La imagen de un toro, imponente, nos dejaba saber que ya estamos dentro del territorio español.
En Madrid, por ejemplo, durante el mes de julio la temperatura sobrepasaba los 40 grados centígrados, y es evidente que la mayoría de las casas no están equipadas con aire acondicionado. Especialmente muchas de las mujeres, llevan consigo un abanico de mano para mitigar las fuertes temperaturas del verano. En las calles, las personas tratan en lo posible de caminar por las sombras de los edificios, evitando la exposición directa al sol, y de beber mucha agua para mantenerse hidratadas.
Pero el calor intenso no impide a los visitantes, locales y extranjeros, de caminar y visitar los lugares turísticos que ofrece está bella ciudad. Usar los trenes subterráneos, un mapa de papel y un tapaboca —para evitar el contagio del COVID-19 en estos medios de transporte público—, son los aliados indispensables para un excursionista. Por otro lado, si desean ir a cenar, las cocinas de los restaurantes solo están abiertas después de las ocho de la noche. Adaptarse a estos cambios culturales es muy importante para tener una experiencia enriquecedora.
Compartiendo con familiares, amigos y nuevos vecinos
En Madrid, conocí a una pareja de septuagenarios que venían de Barcelona a visitar a sus amigos. Durante la amena conversación con ellos en el desayuno del hotel, se podía disfrutar, entre otras cosas, de la riquísima tortilla española y del pan tostado untado con la pulpa de tomate recién preparada —¡qué delicia! —.
Intercambiar historias y crear nuevas memorias en conjunto son experiencias únicas. Entre anécdotas y risas se comparte un alimento que llena nuestro espíritu de amor y gratitud. ¡Este es el mejor regalo de la vida! Cada viaje se torna un reencuentro con nuestra esencia como ser humano, con nuestros orígenes y raíces culturales. Como ciudadanos del mundo nuestra identidad cultural crece, permitiéndonos, así, compartir memorias que se recordarán con el tiempo.